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'Ojos de agua'. Monólogo basado en 'La Celestina', interpretado por Charo López.
Teatro Guimerá, Sábado 17 octubre.
 Crónica del susodicho: Jordi Solsona

Si la excelencia en teatro está llena de naturalidad, entonces, Charo López estuvo magistral. Una gran lección sobre el arte de interpretar. Se me llenaron 'los ojos de agua' por la emoción de asistir a un trabajo tan exquisito.

'La Celestina' que nos presenta Álvaro Tato resulta un grito contemporáneo de libertad. En medio de una sociedad cada vez más mojigata, con más miedo a perder lo poco que tiene, que a luchar por lo que desea, 'La Celestina' nos demuestra que hay que estar dispuesta a morir de pie para no vivir de rodillas.

Hermosa, costurera, perfumista, bruja, alcahueta, puta… Todo eso y más es la Celestina. Feminista, luchadora, quimérica, pragmática, inteligente, locuaz,  sensible y valiente… Y más aún. Una voluntad inquebrantable por reivindicar la libertad soberana del ser humano. Ni dios, ni patria, ni rey. Ese es el lema de la Celestina. Y el mío. Ciertos apegos terrenales sí: al folgar, a tu casa, a las calles y olores de tu ciudad… Pero siempre con la certeza de que nada vale poseer, ni de seguir ahí, si pierdes la posibilidad de ejercer tu libre albedrío.

Sobre el escenario oí los gritos de la ley, insensible a los anhelos del ser humano por conquistar sus ideales personales. Oía esos gritos en la voz entre aterciopelada y dura de la Charo López. Estuve en la fila cero. No sé si todo el teatro pudo escuchar a la actriz en sus susurros o en sus frases para ella misma. No importa, ni tampoco le importa a ella, que prefiere la verdad de la voz a la impostación. Porque la Charo vive el texto. Ella es la Celestina. Sólo la edad, una amplísima carrera sobre las tablas, y una conciencia comprometida con el texto, que lo siente y vive en propia piel, son capaces de lanzar así esa maravilla de interpretación. Charo López nos obsequió con un pedazo de su vida, desde la entrañas, desde el compromiso.

Eché de menos pausas más largas en medio de los monólogos de la actriz. Quería yo más tiempo para deleitarme en el mensaje, en el fondo y en la forma. Me sobró el monólogo del padre de Melibea. Sin embargo agradecí sobremanera los guiños cómicos, los momentos de enorme teatro, como el soliloquio de la actriz con el vaso. Una puesta en escena elegante, una luz que nos mece de cuadro en cuadro, una música que acompaña, un vestuario de gusto exquisito… Detalles que hicieron que el abarrotado Teatro Guimerá su pusiera en pie al final del espectáculo en un aplauso unánime.

Así da gusto recrear a los clásicos: mantener su esencia y contextualizarlos en el presente. Se necesita talento para ello. Lo hubo a raudales. El director sabía lo que llevaba entre manos. Dirige a su pupila desde la confianza absoluta en su talento. Poco más requiere. Uno conoce de tiempo atrás el compromiso social de la protagonista. Ella y algunas mujeres más de la escena de nuestros países, reivindican la justicia y la igualdad en cada ocasión que se les brinda. Por eso mismo el texto de la Celestina no podía contar con mejor intérprete. La crees de principio a fin. Por si fuera poco, Charo conserva esa belleza infinita en sus facciones, en su voz, en sus gestos.

Resultar natural, no recitar un texto si no que el texto seas tú, es la tarea más compleja a la que se enfrenta cualquier actor o actriz. La naturalidad de Charo López al explicar su historia, sólo se entiende si ella misma vivió todo aquello. Y vaya si lo vivió. Estuve delante de un ser venido de atrás para traernos un delicado obsequio en forma de transmisión oral. Una vez más el teatro me dio un lección, me recordó que debo seguir en la lucha, que las palabras del otro no duelen nunca si no dejas que te duelan; y que no hay poder que pueda con tu libertad, cuando sabes que eres el dueño, o la dueña, de tu propia vida si no temes a la muerte.

Emocionante.

Resultar natural, no recitar un texto si no que el texto seas tú