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“El pobre Sócrates no tenía más que un Demonio prohibitivo; el mío es gran afirmador, el mío es Demonio de acción, Demonio de combate.” Charles Baudelaire, ‘¡Matemos a los pobres!’

Durante siglos, se educó lingüísticamente sobre los conceptos y la terminología de la gramática y, sobre todo, de la sintaxis. Analizar las partes del discurso, las asociaciones y funciones entre palabras, respondía a la todopoderosa herencia de la retórica clásica de griegos y romanos. La demostración de la inteligencia se ejercía a través del dominio absoluto sobre la palabra y sus relaciones. La maestría en la lógica del discurso, en la coherencia y cohesión del mismo, garantizaban la preeminencia del intelecto clásico y
moderno.

La izquierda revolucionaria, desde su consolidación en el siglo XIX, siempre se vio arropada por el poderoso discurso, por la aplastante superioridad lógica y argumental de la
intelectualidad que lo rodeaba. Eran los tiempos de elaborar un constructo textual en torno al ideal revolucionario. Esa sobreabundancia discursiva escondía en muchas ocasiones lo hiriente del análisis. Eran los tiempos de mirar para otro lado ante lo evidente o lo supuesto. Miles de mentes brillantes sacrificaron su ego en función de un supuesto bien superior: el triunfo de la causa. Esto, más allá de que uno era feo y el otro guapo, fue lo
que separó a Sartre y Camus, por ejemplo. Me sigo quedando con el gesto desesperado del primero, sobradamente inteligente y consciente de la “situación”, prefirió una huida hacia adelante, quemarse en el infierno de la historia agonizando como un viejo maoísta
cabreado con todo. El segundo (cual Bogart del pensamiento) buscó su foto eterna con el cigarrillo, su muerte prematura con un cadáver exquisito y un yo-me-apeo-en-la-próxima. El tiempo le dio la razón, a él y a todos los que se quedaron en las cunetas de las carreteras
físicas o emocionales, los que dijeron no a la utopía y prefirieron la vida.

Otro tanto parece estar ocurriendo con la gran revolución política de nuestra época:
la derechista libertaria. Pienso en todos aquellos que están prestando su colaboración a esta nueva “causa” que va a “salvar” al mundo. Y pienso en este otro gran engaño, encubren con su discurso y esfuerzo un ideal artificialmente creado. Como la Moscú de
los años 30, la Nueva York o Singapur de hoy no son el paraíso de la oportunidad para muchos. La libertad esconde siempre un monopolio (ese es su peaje). Wall Street es nuestro nuevo Polit Buró del PCUS. El mensaje ha calado a base de talonario en los medios y puntos de decisión y de simple “adhesión a la causa” por propia convicción. Pienso
ahora en los miles que quedarán en las nuevas cunetas de esta otra revolución.

La nueva sintaxis nada tiene que ver con la clásica. De carácter simultáneo, inmediato y no lineal, el discurso contemporáneo se parece más a las ventanas emergentes de un
ordenador (o del aforismo fragmentario) que a una novela proustiana. Obama no lee a Canetti, Blanchot o a Cioran, pero su discurso bebe de esos profetas de la contemporaneidad. Rajoy, en cambio, emite esos balbuceos del alumno poco aventajado en cuestiones lingüísticas, como Pemán, no es moderno, es un mal clásico. A él no le hace falta demostrar brillantez discursiva ni intelectual, él sabe que representa a su país. Y lo hace a la perfección.

Escucha recomendada para la lectura: Perro “Paco Fiestas”