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Paisaje de la multitud. Como los de Lorca en Nueva York.

Llega el fin de semana que puedo ver esta peli en el TEA. Gran expectación. El director, el reparto, este pedazo de cartel. Además, personas cuyos criterios aprecio me han hablado muy bien. Tanto que no me han dicho nada de lo que voy a ver. No quiero saber, no quiero buscar, quiero encontrar, así que dejo de querer, me abandono. Primer error, ir con la guardia baja. Que todo lo que vemos es eso y su contexto. Y este contexto fue duro, durísimo.

Muchísima gente sale del pase anterior. Cuerpos algo aletargados, como volviendo de un viaje. Mucha gente para entrar al siguiente. Nos sentamos a disfrutar de algo de cine diferente (no se lo que quiere decir eso) y en versión original. Confío que el ambiente de instituto ruidoso que habla (tan) alto terminará. Pero se apagan las luces y empieza a sonar una polifonía de paquetes de papas fritas abriéndose. Y sus crujidos.

Intento meterme en mi burbuja. Casi imposible. Ya se, conectaré con la peli. Solos ella y yo. Fuera, todo lo demás. Difícil también. 'The Lobster' tiene algo de comedia pero no nos va a dar nada masticado. Y cuesta entrar de lleno en lo que plantea si tanta gente se parte tanto de risa con imágenes y situaciones que por coquetear con la descontextualización se abren a algo de absurdo y algo inquietante. Eso con lo que Lynch sabe torturarnos suavemente y que no es gracioso, sino incómodo, o al menos no está puesto ahí para buscar la carcajada, sino que es un humor que unas veces sirve de válvula de escape para la tensión acumulada, otras para presentar un pequeño pasaje más amable en el que el espectador se confía y desde el que es abandonado al vacío de lo inexplicable y a veces al horror.

Sí, no estoy contando nada de la peli porque quiero ser tan buen amigo como mis amigos. Decir, solo diré que hay dos grandes formas de verla: quedarse en 'tiene un argumento original' y patinar más o menos, riéndose de 'una comedia rara'. O adentrarse en lo que 'The Lobster' cuenta a partes iguales entre acción e imagen gracias a su andar meticuloso y al cuidado de su fotografía. Y desde ahí ir profundizando más y más en sus múltiples capas de lectura.

Me digo que estoy viendo una peli que es en nuestro tiempo lo que en el suyo debió ser 'Farenheit 451' y me siento afortunado por ello. Me digo que qué bien que la gente llene una sala para verla. Me digo que la risa es un sistema de defensa de muchas cosas. También que puede que demasiada gente no conozca Farenheit. Que esa mayoría se rió, tal vez demasiado y de todo. Que unas pocas personas nos sentimos incómodas. Como sin comprender muy bien, y algo incomprendidas.

Salgo de la sala revuelto. Pienso en lo mismo que la peli plantea, entre otras mil cosas. Fui solo. Qué bonito sería tener con quién compartir esto. Y qué imposible sería con gente que coma papas fritas con 'The Lobster'. Creo que mi nivel de sociópata cascarrabias supera al de abuelo de Heidi. Pero mi soledad está hecha de algo honesto. Y es que si la alternativa a no estar solo es esconderse en el paisaje que la multitud dibuja, hace tiempo que hice una elección, con sus consecuencias. Porque ya solo soy capaz de compartir, no del ritual social.

Sí, ya se. Esto se ha convertido más en mi diario que en otra cosa. Decepción. Tú querrías haber leído algo sobre cine. Pero resulta que todo esto (y más) está incluído en la película, y yo no puedo decir nada más ni mejor que ella. Deberías verla. A mí me hizo estar poderosamente cerca de quien me la recomendó, aunque físicamente no estuviéramos juntos. Y sacudirme y acercarme a mí mismo. A lo mejor la ves y luego nos cruzamos. Pedimos una cerveza y ya me cuentas si viste una comedia o todo lo demás.

Alrededores de 'The Lobster', de Yorgos Lanthimos.