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Sigo yendo al tanque y sintiendo que estoy en un sueño o una peli con muy buena fotografía. Cuando escribo, cuando pienso, cuando hago sonidos con el ordenador... Al hacer cosas descubro que es uno de los espacios que imagino como contenedor ideal de fantasías. El tanque está lejos de ser neutro. Tiene carácter. Como un delay a una guitarra, afecta todo lo que toca. Pero no se limita a lo sonoro, sino que aumenta y enfatiza lo que contiene, lo pone a prueba. Pensé esto tras disfrutar la última noche de Keroxen 14, celebrada excepcionalmente en 2015 para compensar que el huracán de noviembre hiciera volar aquella otra noche de festival donde debía haber tocado Pony Bravo. El hecho de tener la navidad de por medio se hizo notar en la afluencia de público, típicamente amigo en la apertura, más numeroso con las horas.

Hay dos cosas que me suelen parecer 'típicamente keroxenianas' y que volvieron a ocurrir: la variedad en el cartel y, al menos en esta edición, cierta tendencia a tener como cabezas visibles del mismo a grupos de cierta oscuridad, en el mejor sentido. En este caso me estoy refiriendo claramente a The KVB. Pero no profundizaremos mucho en cada una de la amalgama de propuestas, sino que haremos un breve repaso. Diré que algunas de ellas brillaron más que otras. Siguiendo lo subjetivo de mi opinión, me alegré mucho de no perderme el souvenir que Rodrigo Ramos nos trajo de su viaje por Indonesia. Un pequeño manojo de canciones y ambientaciones sonoras interpretadas, nada más y nada menos, que bajo un... eeeh... una especie de choza hecha con cañas y una tela que solo nos permitía ver su sombra. La imagen del músico no estuvo, haciendo más notoria la particularidad de su voz flotando en el aire del tanque al tempo de su música, muy sincronizado con el de su corazón. Una rítmica sencilla y sólida para sostener melodías de saxofón cálidas, como de puesta de sol. Egoistamente le pediría a Rodrigo que siga trabajando.

Sobre KVB dan ganas de dejarse los dedos escribiendo, claro, pero me pregunto de qué sirve repetir lo que ya sabemos y hemos leído, nombrar a los primeros The Jesus & Mary chain, a Joy Division y a My Bloody Valentine. ¿Postureo para sentirme guay al escribirlo, para que quien lea se sienta guay? ¿Para qué? Evidentemente, me encantaron y los disfruté. Tal vez me faltó un poquito de volumen, pero sobre todo más tiempo. El clímax al que llegamos se desvaneció pronto. Será que se me quedó pequeño a mí, que me pongo insaciable con esos sonidos. Sea como sea, es bueno ver en directo a un grupo que tiene ese algo sofisticado de The XX (aunque claramente muchísimo más gamberro), pero sin ese montón de elementos que los meten en la romería mainstream donde todo cabe en la que tanta gente parece estar contenta de participar.

Pero The KVB guarda esa sofisticación y la presenta personalmente como en canciones de unos The Kills estratosféricos. Una parejita que funciona como un cerebro dado la vuelta, como si ella disfrazada de lado derecho, se encargara del dibujo (la parte más rítmica que resulta sintética y de una monotonía muy bien manejada) y él, vestido de lado izquierdo, manejase la mancha y el pintar por fuera de la línea. Seguiremos escuchándoles.

KVB y Nipplepot son de esas propuestas que antes decía, de las que parecen “hechas para el tanque”. Ese tipo de cosas que uno se imagina antes de verlas, la típica idea o imagen que surge en la ducha o donde sea y cuyo telón de fondo o contenedor ideal puede ser el tanque. Luego esas ideas encuentran gente que las adopta y las realiza.

Por otro lado, escuché varias comentarios negativos acerca de Mento, salvo por parte de fieles seguidores de la banda. No me gusta sumarme gratuitamente a criticar, sobre todo cuando el directo de un grupo es sólido y cuidado, de esos que han crecido claramente con el tiempo. Pero claro, estamos dentro de esta misma crónica, donde ya se dijo eso de que el tanque es un delay, no solo de sonidos, sino de presencias y emociones, por decirlo de algún modo, que sobre cada propuesta amplifica unas cosas y pone sordina a otras. De algún modo, es como si las bandas de rock con formación más clásica (guitarras, bajo y batería, y a dar caña) no acabasen de funcionar en este espacio, se ponga quien se ponga en la mesa. A lo mejor el estómago de esta gran ballena que es el señor tanque tiene su propio apetito, aunque le demos una dieta variada. Sea como sea, esta última noche a destiempo fue un momento de reencuentros que confirma la salud del festival y las ganas de más ediciones, incluso lo bonito que sería que el Keroxen fuera una cosa de cada quince días, algo constante, una cueva a la que acudir a menudo para aumentar los superpoderes y cargar las pilas comunitariamente.

Algo de eso se dijo entre las risas y fiestas que potenciaron los ritmos infernales de un groove funky desdibujado por  las particulares desestructuraciones de Postman, y luego con la variedad y la energía de DJ Wattsriot. Ambos nos hicieron bailar generosamente hasta horas intempestivas. Muy bonito todo, sí señor. Y por eso queremos subirle el feedback a este festival / pedal, a este festival / agitador, para que reverbere en todos los sentidos.

* Las bonitas imágenes que van en las entradas de este blog no se hacen solas. En este caso, la luz entró por el objetivo de la cámara de JuanMaRe, que supo verlas. Gracias! 

La última noche de Keroxen 14 reverberó a principios de este año. Por allí pasamos para no perder las buenas costumbres.