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Vuelven las pinturas del Prado

La exposición 'Los objetos hablan. Colecciones del Museo del Prado', ofrece una detallada selección compuesta por 60 pinturas y objetos de las principales escuelas artísticas europeas (española, flamenca, italiana y francesa), de entre los siglos XVI y XIX. Abierta al público hasta el próximo 16 de enero de 2016, la muestra podrá visitarse en el Espacio Cultural Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, después de una exitosa trayectoria por diversas ciudades españolas (Cádiz, Zaragoza, Tarragona, Lleida o Girona), donde ha congregado más de 150.000 visitantes.

Compuesta exclusivamente por obras del Museo del Prado, 'Los objetos hablan' ofrece a los visitantes la posibilidad de disfrutar de una selección de pinturas y también de objetos de artes decorativas, piezas de primer orden que tradicionalmente han quedado relegadas o ensombrecidas por las creaciones y los nombres de los principales pintores y escultores europeos de los siglos XV al XIX. Entre sus piezas, destacan creaciones maestras de artistas como Rubens, Sorolla, Zurbarán, Murillo, Goya o Ribera. Desentrañar qué información nos dan los objetos sobre esos personajes, su época o su contexto geográfico, o qué significado oculto puede tener alguno de ellos es el principal cometido de esta muestra.

Representantes del Museo del Prado destacaron en su presentación que 'Los objetos hablan' no es una exposición al uso, recoge grandes nombres de historia del arte y los visitantes encontrarán importantes obras pero, a la vez, descubrirán conceptualmente una asociación entre pinturas de la colección permanente del Museo y también otras más experimentales. La sala del Espacio Cajacanarias, como espacio, permite mayor cercanía con las piezas, recrearse en ellas, así como descubrir con mayor nitidez el trazo de estos grandes autores.

Fernando Pérez-Suescun (jefe de Contenidos Didácticos del Área de Educación y comisario de la exposición) explicó aquellos guiños que propone la estructura de la exposición, a través de la colocación de unas obras junto a otras, nunca de manera casual. Para el comisario de la muestra, accesible es el adjetivo que destaca de 'Los objetos hablan'. Todo visitante puede entender y sentirse identificado con sus representaciones, con aquellos objetos cotidianos que se enseñan.

'Los objetos hablan', a través de sus obras

Con una selección de notable valor artístico como esta, destacar determinadas piezas resulta aventurado. Sirvan en cualquier caso estas pequeñas reseñas para avanzar detalles sobre algunas de las piezas más llamativas.

Theodoor Rombouts, El charlatán sacamuelas (1620-25): Un sacamuelas ambulante ha desplegado sobre la mesa, alrededor de lacual se reúnen numerosas figuras, todo su instrumental quirúrgico, descrito con asombrosa fidelidad por el pintor; seguidor de Caravaggio y especialista en este tipo de composiciones, Rombouts
describe a la perfección una escena en la que los futuros clientes del sacamuelas observan atentamente su trabajo y esperan su turno.

Frans Pourbus el Joven, Isabel de Francia, reina de España (1615): Isabel de Borbón (1602-1644), hija de Enrique IV de Francia y María de Medici, contrajo matrimonio por poderes con el heredero del trono español, el futuro Felipe IV, en 1615. En fecha cercana a ese enlace debió de pintarse este retrato, en el que el gesto de la mano de la joven reina atrae nuestra mirada hacia el rico joyel y el collar de perlas de doble vuelta que luce.

Luis Egidio Meléndez, Bodegón con ostras, ajos, huevos, perol y puchero (1772): Meléndez, el gran especialista en la pintura de bodegones del siglo XVIII, sitúa en primer plano unas carnosas ostras, unos ajos y un plato de loza con media docena de huevos. El color blanco de estos elementos contrasta con los tonos más apagados del gran perol de bronce y el puchero de barro del fono. La obra forma parte de la serie de bodegones encargados por el Príncipe de Asturias (el futuro Carlos IV) para su Gabinete de Historia Natural del Palacio Real de Madrid.

Louis-Michel Van Loo, Diana en un paisaje (1739): La diosa romana de la caza, identificada por el creciente lunar sobre su cabeza, descansa plácidamente. En el suelo, junto a una trompa de caza, se encuentran sus armas, y sobre las vestiduras de tipo clásico tiene una piel de leopardo, otro de sus atributos, Firmada y fechada
en la roca bajo la mano de la diosa, es una obra representativa del arte francés del siglo XVIII que debió ser realizada en España,adonde Van Loo llegó en 1737 para ser pintor de cámara del rey Felipe V.

Juan Pantoja de la Cruz, El emperador Carlos V, según Tiziano (1605): Pantoja de la Cruz realizó este retrato de Carlos V basándose en un original de Tiziano destruido el año anterior en un incendio del Palacio del Pardo. Era una imagen que reflejaba perfectamente el concepto de dignidad imperial y que se había convertido en referente iconográfico de los retratos de la Casa de Austria. El emperador luce la armadura que utilizó en la batalla de Mühlberg de 1547 y se acompaña de otros atributos del poder regio como la espada, el bastón de mando y la celada sobre el bufete rojo.

Jan Brueghel el Viejo, La Vista y el Olfato (1620): Jan Brueghel, apodado “de Velours” (de terciopelo) por el extraordinario acabado de sus obras, realizó este lienzo con la ayuda de algunos de sus principales colaboradores. Además de ser una alegoría de los sentidos, personificados en las dos jóvenes situadas junto a la mesa y en todo lo que las rodea, esta abigarrada composición ilustra el afán coleccionista de la aristocracia flamenca, encarnado fundamentalmente en las figuras de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, a los que perteneció el cuadro.

Juan Carreño de Miranda, Carlos II (1673): Carlos II, último monarca de la dinastía Habsburgo, posa en el emblemático Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid. Viste de seda negra, con el Toisón de Oro al cuello, espada en la cintura, sombrero en la mano izquierda y un papel en la diestra. Además de la mesa sostenida por leones de bronce dorado (como los que se conservan en el Museo del Prado) destacan los grandes espejos con cabezas de águila, que dan nombre al reciento y que permiten ampliar la visión del espectador al reflejar la pared opuesta de la estancia.

José Jiménez Aranda, El pintor Joaquín Sorolla y Bastida (1901): En ese año Sorolla y Jiménez Aranda pintaron sendos retratos el uno del otro. Se conocían desde comienzos de la década de 1890, ocuparon sucesivamente el mismo estudio en Madrid y fue el pintor sevillano quien introdujo a Sorolla en la pintura costumbrista heredera de Mariano Fortuny. El artista valenciano, en el cuadro con 38 años, aparece retratado en plena faena, vestido con su bata de trabajo y cargado con sus herramientas, la paleta y los pinceles. Nos observa atentamente, como si fuésemos los protagonistas de su obra.