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Estar y hablar es manifestarse

Elija usted, lector, cual performance participativa, el artículo que prefiera leer, la reseña corta o la crónica larga.

Reseña, corta como una raya, de NUMAnifiesto

Si el acto performativo tiene que ver con el significado, el significante y la relación que ambos suscitan en el público, éste del que les hablo fue impecable. Aunque los actores/creadores no se lo creyeran, en su inocencia amateur consiguieron lo que a veces muchos, tras años  de estudio, no alcanzan. Señores, si hay una próxima vez, no se lo pierdan. Vayan a pensarlo.

Crónica, larga como el infierno o la historia de la Crítica, de NUManifiesto, un evento del Festival NumaCircuit 014 en el Equipo Para

El acto performativo, como cualquier cosa que se llame arte, está sujeto a miles de ojos críticos, más o menos entendidos, que tratan de clavar con chinchetas lo que debería o no ser tal acto: que si llega al público, que si su mensaje emociona, que si trabaja con varios lenguajes, que si la intención, que si blah blah blah

Si los primeros griegos, que empezaron todo esto de la Crítica, hubieran aceptado que el arte para la mayoría de los mortales es una forma de trascender hacia un significado hasta ese momento oculto y no le hubieran estado buscando los entresijos al asunto, quizá, y sólo entonces quizá, ahora estaríamos en otra. Pero no, ellos empezaron una tradición, y aquí todos, artistas y público, para bien y para mal, somos sus víctimas…

Y digo víctimas porque ¡ay dios! qué mal lo pasamos, a veces, cuando alguien decide que va a hacer una performance y… bueno. Pues la mal pare. No obstante, qué gratas, y raras, son esas otras ocasiones que se hacen geniales gracias a maestros en su medio.

Ahora bien, lo que pasó el otro día en el Equipo PARA fue bien diferente: Cuatro tipos ni muy altos ni muy bajos se juntaron alrededor de una mesa, inserta en un cilindro de plástico transparente, a compartir conversación, vino y otras viandas. Exponiendo así, a través del envase, un instante íntimo ante un público ajeno y enajenado. Y sin quererlo, sin saber muy bien donde se metían, consiguieron hacer eso que muchos buscan y pocos consiguen. Una acción llena de significado.

Lo curioso, hablando con ellos después en el backstage, es que me confesaron que querían consignar un mensaje determinado y, cuando yo les comenté que como público, el mensaje importante encerrado en esa reunión era otro, me miraron con los ojos como platos.

Estos tipos querían desnudarse en sus palabras, pero eso era secundario. Imprescindible, pero secundario. El mensaje NO ERA el discurso superficial que llega con, y durante la charla (un palique que despega desde lo personal para sobrevolar un mundo atornillado al absurdo sistema en que vivimos, y lo puto de su yugo).

Lo impactante era ese debate más profundo que subyace en la imagen. Una exhortación que llega al espectador desde lo que ve, mucho más que desde lo que escucha. Un reflejo de penumbras que resalta la diferencia entre el discurso privado y el público. Entre el pudor que se muestra y el descaro que se oculta. Vívidos, pero envueltos en plástico. Reflexión compartida y al mismo tiempo restringida.

Una escena que habla sobre la comunicación. Es esa observación la que convierte el acto de merendar en una performance con la capacidad de trascender un mensaje hasta entonces oculto.

En fin, que si tienen la oportunidad de verlos en acción, aprovechen. Porque no todos los días se ve cómo un formato artístico escapa de unos actores cuya inocencia ante el acto creador hace que el Arte se manifieste por sí mismo.

Y qué se jodan los 3000 años de crítica artística.

REDACCIÓN: Clara Sevillano

MAMPOSTERÍA: Alberto Arias

Fotos: Naira Expósito