Usted está aquí

De maridos y mujeres

Pocos artista han logrado presentar retratos tan crudos y realistas de la condición humana y de las relaciones de pareja como el cineasta Woody Allen. El caballero, que no necesita presentación, ha prodigado a varias generaciones de espectadores su irónica (más bien cínica) visión de la vida a través de personajes escritos, dirigidos y no pocas veces interpretados por su persona. Las relaciones humanas y, especialmente las amorosas, constituyen uno de los temas recurrentes de su producción, que gusta y disgusta a partes iguales, pero nunca deja indiferente. Uno puede sentirse fascinado por la agudeza con la que el señor Allen disecciona las complejidades y simplezas de una pareja, pero también puede sentirse igualmente incómodo cuando descubre que el caballero ha sido capaz de tocar varias fibras sensibles y colocar a la audiencia ante un espejo que devuelve un reflejo que no siempre resulta agradable. Las historias que relata pueden tener final feliz, agridulce o amargo, como sucede en la vida real, y eso es lo que encontramos al abordar, en este caso a través de su versión teatral, 'Maridos y mujeres'.

El título evocará sin duda la película del año 1992 en la que Allen compartía por última vez labores cinematográficas con su compañera sentimental y de fatigas laborales de entonces, Mia Farrow. Sin embargo, lo que aquí tenemos es una obra que ha llegado al Leal por cortesía de la compañía madrileña La Abadía. Seis intérpretes asumen ocho papeles en los que se refleja la vida de dos parejas que son amigas y que se reúnen periódicamente para disfrutar de buena comida, buena bebida y conversación. La noticia de que los integrantes de una de ellas han decidido separarse cae como un trueno en la velada. Los componentes de la otra no salen de su asombro y verbalizan una idea que todos hemos tenido alguna vez: “pero si se llevaban tan bien”. La decisión de llevar vidas separadas durante un tiempo desencadena una serie de acontecimientos donde queda patente que no es oro todo lo que reluce: que las relaciones no son perfectas y que tienen que trabajarse día a día; que siempre hay tentaciones, anhelos, sueños realizables o inaccesibles… la vida misma, a través de esos personajes que solamente don Woody sabe fabricar y en los que vuelca mucho de sí mismo.

El montaje realizado por La Abadía lleva a cabo sutiles cambios. Españoliza a los protagonistas pero mantiene su condición de gente bien con un nivel cultural elevado y una buena posición económica, dejando patente que aspectos como la vulgaridad, la horterada, la sofisticación o el esnobismo son patrimonio universal, aunque se vistan con ropajes distintos en lugares diferentes. Desde el primer momento el público es cómplice y hasta un poco “víctima” de la obra. Los intérpretes se mueven más allá del escenario, asaltando el patio de butacas y hasta las calles anejas al teatro. Tres simples tresillos son tres escenarios para asistir a las diatribas de la pareja restante, a los accidentados intentos de consecución de la felicidad de los antiguos esposos, a la soñadora joven que es alumna y tentación del profesor universitario. Actrices y actores están inmensos, aunque haya que mencionar especialmente el trabajo de Miranda Gas, que presenta la obra, arrastra a algunos espectadores a participar en la misma y asume el doble (y antagónico) rol de la citada estudiante y de una rubia que gusta del deporte y cree en la astrología. También debe mentarse la labor de Luis Bermejo, que pecha de mil amores con la ardua tarea de hacer de Allen. Destacar en general, la capacidad de improvisación de todos ellos, que hacen buena la máxima de que para hacer algo en la interpretación hay que pasar (y aprobar) la escuela del teatro.

'Maridos y mujeres' en versión de La Abadía brinda una velada teatral en la que hay espacio para la risa, la reflexión y hasta la tristeza de la depresión, pero siempre con la esperanza de que la vida sigue. 

'Maridos y mujeres'

Cía Teatro de la Abadía, sobre un guión original de Woody Allen

26/05/2013. Teatro Leal de La Laguna

Crónica de Luis Capote