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Cuanto más antigua, más original

Las Seis Suites para violoncello Solo senza Basso BWV 1007-1012, compuestas por Johann Sebastian Bach, son unánimemente consideradas como una de las mayores obras para violonchelo jamás escritas. Prácticamente relegadas a una mera función didáctica hasta su  redescubrimiento por parte de Pau Casals, a finales del siglo XIX, se han convertido con el paso de las décadas en parte habitual del repertorio y auténtica piedra de toque para los chelistas.

 
Mark Peters, violoncello barroco, ofrecerá en estas semanas (primero en el Ateneo de la Laguna, más tarde en el Puerto de la Cruz Bach Festival) la colección completa de suites de cello. Peters, con una  dilatada trayectoria como chelista trabajando entre otros con directores de la talla de Nikolaus Harnoncourt, es conocido en el ámbito local por haber sido, durante dieciséis años, primer violoncello de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, y también por haber dirigido, durante dos temporadas, a la Orquesta Clásica de La Laguna y a la Camerata de Tenerife.

 

  • Lagenda: ¿Crees que la música barroca, y la antigua, siguen teniendo vigencia?
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  • Mark Peters: Sin duda ninguna. Para mi es como preguntar si un árbol milenario sigue teniendo vigencia pese a la existencia de especies más modernas. Cada manifestación creativa, tanto la que surge en la naturaleza, como la fluye de la mano del ser humano, tiene su validez como expresión especifica de un momento dado. Sin embargo, considero que el tiempo no es algo mensurable solo linealmente: acontecimientos históricos dejan huellas que siguen resonando a lo largo de los siglos. Hay pensadores que consideran que la música nos gusta tanto porque nos recuerda a la música planetaria que nos rodeaba en alguna procedencia espiritual. Cuanto más antigua, más original, más cerca del Urton. La música antigua nos acerca más a estos orígenes, quizás por no haber sido sometida a tantas influencias como músicas más contemporáneas. Hay una pureza en la música de Juan Sebastian Bach libre de las influencias sociales que se hacen notar en la música del clasicismo o romanticismo, donde inevitablemente se vive el aire burgués o aristocrático que sus creadores respiraban. Con eso no niego que exista música eterna entre las obras de Mozart, Beethoven o Mahler, ni en otras formas de música no clásicas. Pero las estructuras en Bach, que parecen por un lado tan espontáneas y que a la vez se basan en criterios matemáticos y numerológicos dan lugar a una armonización a muchos niveles entre oyente y universo, por así decirlo.
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  • LG:  Como dices, la música de Bach suscita un gran interés en multitud de distintas esferas, desde una perspectiva musical y también desde una más amplia. ¿Es más actual, o reinterpretable, esta música que, quizás, otras más populares del periodo clásico o romántico?
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  • M.K.: Yo diría que sí por varias razones. En primer lugar lo técnico: en la época en cuestión, casi cualquier músico era a la vez compositor y interprete, tal como los músicos de jazz hoy en día. Por lo cual no era usual vestir las partituras con mucha instrucciones para el interprete: por un lado hablaban todos el mismo lenguaje musical y por otro se tomaba por dado la improvisación como elemento importante en cada interpretación: el interprete, y también nosotros hoy en día, goza de una gran libertad de expresión cuando nos enfrentamos a estas páginas, una libertad que contrasta en cierto modo con la tarea que tenemos a la hora de interpretar a Mahler por ejemplo, que decoraba sus partituras con ordenes minuciosos para el músico. (Una vez le dije a Nikolaus Harnoncourt que esperaba con alegría el momento en que iba el a dirigir Mahler y me respondió que nunca lo haría porque Mahler hubiera robado al interprete cada libertad. Eso me parece ridículo: hace falta mucho más que restricciones escritas en una partitura para apagar el espíritu humano. Harnoncourt tiene ademas otros problemas con Mahler) Ahora ha salido un estudio del Guildhall School que pretende demostrar que el público reacciona mejor a músicas con elementos improvisados y implica que se podría atraer a la la música clásica, o mantenerlo,  incorporando momentos aleatorios. Pero yo pienso que si pretendemos, como interpretes, ofrecer música literalmente viva tenemos que improvisar en cada momento, aun siendo fieles a las partituras.
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  • LG: Si tuvieses que quedarte con una de las seis suites ¿podrías elegir alguna? ¿podrías decirnos, en una o dos palabras, que es lo que te viene a la cabeza, o lo que te evoca, cada una de ellas?
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  • M.K.: Mi empeño en llevar a cabo este proyecto no es por el valor acrobático que sin duda conlleva, sino por subrayar la naturaleza cíclica de las seis suites. Esto va mucho más allá de una simple colección editorial de seis piezas: hay una clara progresión, desde la inocencia de la Primera en Sol Mayor, hasta la transcendencia de Sexta en Re Mayor... ¿qué puede haber tenido Bach en mente? El gran cellista ingléz Steven Isserlis está convencido de que se trata de suites de misterio, con correspondencias al sufrimiento de Jesuscristo. Yo personalmente intuyo más bien una reflexión de la edades del ser humano y un poco de acuerdo con ese pensamiento he titulado las suites, para mi mismo, de la siguiente manera:
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  • Suite nº 1 en sol mayor BWV 1007, La Inocencia
  • Suite nº 2 en re menor BWV 1008, La Tristeza
  • Suite nº 3 en do menor BWV 1009, La Exuberancia
  • Suite nº 4 en mi bemol mayor BWV 1010, La Madurez
  • Suite nº 5 en do menor BWV 1011, La Filosofía
  • Suite nº 6 en re mayor BWV 1012, La Transcendencia
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  • Teniendo en cuenta este valor cíclico de las suites, difícilmente podría prescindir de ninguna de ellas. Pero sí te puedo nombrar un movimiento favorito: sería la Allemande de la Sexta. Lo tocaron en mi boda y yo lo toqué en el funeral de mi padre: es simplemente divino.
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  • LG: Siendo una serie referente en la obra para cello, y en la música en general, y habiendo tantas y tan variadas grabaciones de la misma, ¿qué hay de particular en la lectura que hace Mark Peters de estas suites? ¿qué aporta de nuevo? De todas estas versiones, sin ser la suya ¿con cuál se quedaría y por qué?
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  • M.K.: Quizá mi empeño antes mencionado en el aspecto improvisado. Nunca las he tocado dos veces igual. La interpretación siempre depende en los factores del momento: la acústica, el tiempo, el estado anímico de uno mismo, y, desde luego, la receptividad del público. También quiero mencionar mi visión textual de las suites. Harnoncourt mantenía que nuestra fuente principal para las suites, el manuscrito de Anna Magdalena Bach, hubiera sido escrita por una analfabeta musical. O sea, que ella hizo una copia del original, que se perdió, sin saber leer música. Tengo que disentir. A mi me fascina la multitud de irregularidades de articulación, sobre todo, que resultan muchas veces en frases muy vivas por ser articuladas con tanta libertad, careciendo del usual empeño en unificación repetitiva. Insisto en casi todos los casos en adherir a los arcos, tal como se puede leer en Anna Magdalena. He estado escuchando mucho a la francesa Ophélie Gaillard. Alumna de Cristophe Coin, tiene por supuesto un dominio técnico impecable, toca un cello de Matthias Gofriller montado con cuerdas de tripa y muestra una frescura y creatividad muy agradable.
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  • LG: El nivel de exigencia técnica de estas piezas es muy alto ¿es mayor o menor este trabajo que el de interpretación, no en el sentido técnico, sino en el intelectual, por ejemplo, como búsqueda de un concepto para cada suite o para todas en global?
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  •  M.K.: Lo primero requiera horas a diario, lo segundo décadas sin fin.
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  • LG: Muchos de los grandes intérpretes de Bach han ejecutado su música durante toda su carrera, de manera continuada, evolucionando su interpretación a lo largo de los años, ¿cuántos tiempo hace desde que comenzó a tocar esta obra? ¿Cómo ha cambiado su visión de la misma? ¿Cree que todavía le quedan cosas por asimilar?
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  • M.K.: Supongo que tenía 10 años cuando toqué Bach por primera vez, llevo casi 50 desde entonces. A la famosa pregunta "¿qué llevarías a una isla desierta?" respondería sin pensar: Las seis suites (y un chelo, por supuesto). Son como un gran caleidoscopio, las posibles variaciones son infinitas. Y una persona que, como yo, opina que existen miles de posibilidades de tocar una sola nota, nunca podrá decir que las ha asimilado del todo.