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"Hay que volver a la cueva"

El título despista. 'Jardín barroco', la primera y no definitiva película-experimento tanto de Jairo López (La Palma, 1980) como de la productora canaria Digital 104, esconde poesía, no en vano está inspirado en el libro de poemas del mismo título –publicado en 'Los cuerpos remotos' (Ediciones Idea, 2012)– de Roberto García de Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1973), protagonista y 'gestante' del concepto, poemas, acciones e instalaciones de este proyecto basado en la libertad creativa. Pero también encierra lirismo más allá de la literatura, versos que podrán ser disfrutados a través de las imágenes proyectadas en la pantalla.

Grabado durante dos semanas entre las cuatro paredes de una habitación de la emblemática galería Conca (ahora Conca Espacio de Arte Contemporáneo), Jairo López narra en este filme, con la misma lentitud de la poética, el proceso de intervención artística que llevó a cabo García de Mesa como un juego desafiante para ofrecer nuevas percepciones de la devastadora crisis, un grito que dice adiós al mundo nuevo de la tecnología y reivindica una vuelta al origen, al primitivismo, a la cueva.

'Jardín barroco' se estrena en TEA Tenerife Espacio de las Artes el viernes 12 de diciembre, con dos pases a las 19:00 y 21:30 horas, y contará con la presencia del director, el equipo técnico y el artista. Las proyecciones continuarán, también en dos horarios, hasta el domingo 14 en el centro de arte contemporáneo del Cabildo. Tras la premier en la isla, la película tendrá su puesta de largo internacional en Italia, en el Overlook 2014, 5th CinemAvvenire Film Festival, en Roma, donde se proyectará el lunes 15 de diciembre en el marco de de la sección 'Film = Art'.

LAGENDA.- Estrenas 'Jardín barroco', una película de 62 minutos sobre uno de los grandes misterios de la cultura: el proceso creativo de un artista, en este caso, Roberto García de Mesa...

JAIRO LÓPEZ.- Eso creo que es lo bonito en realidad del documental, porque es algo que realmente no vemos. O sea, de un artista lo que vemos es el resultado final, la obra colgada en una exposición o el libro publicado o la representación en el escenario, pero generalmente vemos poco sobre los procesos. Es algo que está vetado, que es el taller del artista, y que muchos no quieren incluso que se sepa porque cada uno tiene sus trucos y sus técnicas. Pero la verdad es que es un proceso muy bonito, porque es un proceso de dudas, de experimentación, en ensayo-error, de pruebas, de incertidumbre, de que no sabes nada dónde va a llegar... y de frustración a veces también. Roberto me invitó a que le grabara en una intervención que fue un gran proceso que compartimos durante dos semanas que estuvimos encerrados en la Conca. Roberto estaba pasando por una etapa vital concreta, hacía años que había dejado de pintar pero seguía escribiendo poesía y el lugar le inspiraba. No tenía un guion de lo que quería hacer, es decir, quería intervenir en ese espacio artísticamente de muchas maneras y nunca me las dijo, íbamos al día. Alguna vez traía alguna idea de lo que quería hacer cada día pero no había un guion, ni un plan ni nada sino era mucha improvisación. Él tenía unas ideas conceptuales, en base a eso se ponía a hacer cosas y yo, sin él decirme lo que iba a hacer generalmente, iba grabando. Fue muy bonito porque era un proceso muy libre, no había ni que dar explicaciones ni nada, al contrario de lo que hacemos en los cortos de producción que van con un plan de rodaje. Y tiene que ser así porque cuesta dinero y el orden es la mejor manera para que salga algo. Pero en este caso la mejor manera era no tener casi nada, tener la máxima libertad. Era la cámara, eso sí, una cámara buena, un foco y nada más. Fue una cosa como muy íntima. Hablamos mucho a veces, otras veces estábamos callados grabando y él decía "creo que voy a ponerme a pintar esto" o no, se ponía a pintar y yo le decía "¿cómo grabo esto?". Es decir, fue muy bonito porque podía hacer lo más me gusta de hacer cine que es poner la cámara, encuadrar todas las cosas que están alrededor, y aquí era todo el tiempo pensando cuál era el mejor plano para grabar lo que él estaba haciendo. Por ejemplo, pintando el suelo y podía decir libremente cuál es el mejor plano para grabar esto, a ras de suelo o con trípode arriba o con la cámara en mano o como el punto de vista de él o muy alejado... entonces todo el tiempo estaba tomando la decisión de dónde poner la cámara y dónde poner el punto de vista y cuál era el mejor plano para cada acción. Era pensar en la puesta en escena todo el tiempo sin tener que explicárselo a nadie ni convencer a nadie.

L.- Y cuando ves el resultado final de este proceso, ¿qué ocurre?

J.L.- Lo estaba viendo anoche [por el lunes] porque la verdad es que no lo había visto desde el verano y pensé "creo que quedó bien" (ríe). Vamos a ver, desde 'Como siempre', un corto que rodé en 2009 y contaba con subvención y había medios, un guion y un trabajo muy bueno de mucha gente, las cosas que he hecho como director han sido sin guion, ha sido un proceso más libre de grabar guiado más por una idea, una emoción, un concepto o algo así y después construirlo todo en montaje. Y 'Jardín barroco' es igual, en realidad. Es grabar y luego en montaje ver lo que hay de cine en lo que grabé, porque, claro, todo lo que he grabado no sirve. Es decir, es como ir a recolectar un poco a ciegas y luego ver qué plato puedes cocinar con lo que recolectas, pero ciñéndote a eso sin poder añadir nada más. Con 'Jardín barroco' fue un montaje con los compañeros de Digital 104 en distintas fases. Cuando empezamos a revisar los brutos, decíamos "vale, esto es un plano, esto no es un plano", no es cine puede estar curioso, mejor o peor, pero no es un plano cinematográfico. Entonces lo que hicimos primero fue identificar lo que había de cinematográfico, porque hay muchas horas y para dejarlo en en 62 minutos en realidad destilamos mucho, y creemos que lo que está lo hicimos pensando en el espectador. Queríamos que viviera el proceso tal cual fue, o sea, respetamos cronológicamente el proceso de Roberto, pero quisimos ir más allá, no solamente un registro sino hacer una videocreación poética sobre el proceso de creación.

L.- ¿Intentas llenar la distancia entre lo que ves y lo que cuentas con la cámara?

J.L.- Es complicado. Todo el tiempo intentaba construir una mirada que no fuera la de un espectador objetivo. Hay un tipo de cine documental que es muy observacional y para algunas cosas puede estar bien, es una línea dentro del cine documental igual que otra es más cercana a la ficción. Claro, el documental no es el registro de la intervención con Roberto, porque a mí me parecía más aburrido, aunque podía ser una opción válida, pero todo el tiempo estaba intentando crear un plano que fuera chulo. Porque, además, piensa que todo el tiempo estamos en el mismo espacio, no salimos de la habitación nunca, con lo que era un desafío no hacerlo aburrido y que audiovisualmente fuera atractivo e interesante en forma, de composición de luz, de plano de sonido, pero luego que el contenido y el punto de vista, el qué y el cómo, fuera atractivo y que aguantara siempre. La peli, hasta la media hora, no habla Roberto y no sabes lo que está pasando muy bien. Aquí se omiten muchas cosas, que se dejan ahí y se van explicando o intuyendo a lo largo de la película. Se intenta llenar esa distancia con el punto de vista.

L.- ¿Cuál es el objetivo, si lo tiene, de este filme: entender más al autor, hacer un experimento, hacer un análisis sobre razón y emoción dentro del proceso artístico...?

J.L.- La verdad es que no me planteé ninguna finalidad. Cuando lo vi dije "coño, esto está bien para enseñarlo". Supongo que por pequeñas cosas. Hay veces que uno hace cosas que son más para un ámbito reducido o para ponerlo en un museo o algo más concreto como puede ser YouTube. Pero esto pensé que sí merece que se enseñe de alguna manera. Todo lo que sea sobre el arte y los procesos es algo que por lo menos tiene su público, que interesa a un grupo de gente, no a todo el mundo. A cualquiera que tenga sensibilidad visual, no digo cinematográfica, le tiene que interesar. Pero claro, no sabemos (ríe), a lo mejor no le gusta a nadie y no va nadie a verlo.

L.- ¿Te consideras el director más experimental de Digital 104?

J.L.- No sé, nunca lo he pensado. Es que no me considero distinto en ese sentido. A todos nos gusta experimentar un poco aunque a lo mejor algunos hemos sacado algunas cosas antes o después. Los cuatro hemos hecho cortos experimentales juntos. Personalmente, rodar sin guion me hace sentir más libre, pero también Eugenia [Arteaga] hace cosas experimentales y Domingo [J. González] también. Ha coincidido en realidad que en los últimos años, desde 'Veneno', hemos parado un poco para centrarnos en la empresa porque, claro, tiene que darnos de comer. Antes lo teníamos como actividad secundaria pero como la crisis nos fue echando a cada uno de nuestros curros y convertimos a Digital 104 en lo que nos diera de comer y pagar el alquiler, lo que requiere dedicación. Por eso también he estado tan lento con 'Jardín barroco'. Este proyecto no da dinero, por ahora, y le dedicaba el tiempo que se podía. Pero sí me siento cómodo experimentando y me siento cómodo con este sistema de ir a recolectar y grabar.

L.- ¿Ha visto Roberto García de Mesa el largometraje?

J.L.- Si, sí.

L.- ¿Le gusta cómo ha quedado?

J.L.- No le gusta verse. Él siente mucho pudor y dice que esto va a ser muy raro. Para él es muy violento y le va a ser difícil verse en pantalla. Pero está muy contento con cómo quedó. Le he enseñado las versiones y él también ha opinado, evidentemente.

L.- En un mundo controlado por la tecnología y las redes sociales todavía hay artistas (¿locos?) que se encierran entre cuatro paredes para crear...

J.L.- Si, sí, sí. Es que ese punto artesanal a mí me gusta mucho. Sigo defendiendo –y de hecho trabajo por ello– que el cine se vea en pantalla grande. Y lo compruebo a cada rato. El cine está hecho para verlo así. Un plano general, cuando tú lo piensas, a lo mejor no te funciona porque se ve minúsculo, pero en la pantalla grande sí tiene sentido. Igual que un primer plano. Pero luego es que la película tiene un rollo muy artesanal. La veo mucho como encerrarse en una cueva, porque la película habla de la crisis. La película tiene mucho de respuesta de Roberto ante una crisis personal, social, política y de valores. Entonces, ¿qué hace un artista ante un mundo que se desmorona? Pues él se encerró durante dos semanas para crear algo y desmontarlo, es decir, no para venderlo, de ahí no sacó nada ni vendió nada. Todo lo regaló a la Conca. Fue un mero ejercicio de creación porque sí, un juego casi. Y a mí eso me pareció muy rebelde porque es muy anticapitalista, o sea, sin un fin más allá que el de estar allí y hablar. Luego, un referente que tenía yo a la hora final de corregir el color plano por plano, buscando una textura, cuando se lo pasé a Manuel López, era la luz de las cuevas prehistóricas amarillas, porque Roberto pintó mucho en la pared. Había un poco ese rollo de encerrarse en una cueva a crear.

L.- ¿De primitivismo quizás?

J.L.- Sí, había algo de eso. Además, todo lo pintó con negro... por lo menos yo veía eso y era algo que quería explicitar. También hay una parte de palabra y poesía en la película y también habla de eso, de volver atrás, volver a la palabra, a lo que significó originariamente la palabra, que mucho se ha desvirtuado con los políticos o los medios mismos.

L.- 'Jardín barroco' es el primer largometraje de Digital 104...

J.L.- Al final acabó siendo el primer largometraje de Digital 104. Y sin quererlo, porque realmente no es un proyecto nuestro sino un encargo que acabamos sacando pero un encargo superbonito. No pudimos hacer cosas de ficción por la financiación, dado que se terminaron las ayudas a la producción, y tampoco podíamos ponernos con ello. De hecho, este largo es más barato que cualquiera de los cortos de ficción que hemos hecho. Hemos tirado entonces por el documental y hemos hecho este que acabó haciendo un largo y ahora estamos con otro documental, con unas partes de ficción, sobre el teatro de vanguardia.

L.- Viendo la ficha técnica, todos los miembros de la productora tienen más de una función en el proceso. ¿Los cortos han sido un entrenamiento?

J.L.- (Ríe) Siempre trabajamos así. Realmente no sabemos trabajar de otra manera. Yo no sería capaz de montar algo sin que ellos lo vieran e incorporar cosas que ellos me digan, porque siempre entiendo que tienen razón. En este caso en el rodaje la presencia de ellos fue menor, estaba yo solo prácticamente, pero sí tuvimos un trabajo conjunto en el montaje.

L.- ¿Dónde sitúas 'Jardín barroco' en esta dictadura de la imagen y la inmediatez que nos rodea?

J.L.- Efectivamente es un proceso no inmediato y no es para redes porque a muchos les parecerá lento. Vamos, no es algo viral, desde luego (ríe), pero yo espero que sea emocional. Es artesanal, con los mínimos elementos. Habla del hoy. Barroco es un concepto que Roberto trabajaba en base al siglo XVII, en que se descompone el imperio español y todo esto se viene abajo. Y es la crisis nuestra, es decir, estamos en los años de nuestro particular barroco desde 2008. En realidad se puede entender como cine político, qué hay que hacer ante esta crisis, pues eso, volver al origen, volver a la cueva. Yo creo que se puede entender bien el gesto de lo que hay ahí.

L.- Otro de las grandes crisis de muchos artistas, el que su obra no sea comprendida...

J.L.- Es verdad. Otra cosa bonita del proyecto, que me comentaba el otro día Roberto por teléfono, es el hecho de hacerlo, de manera independiente, en un espacio privado porque la Conca es la casa de Gonzalo [Díaz] quien nos prestó su vivienda para grabar incluso a deshoras.

L.- ¿Te atreves a decir qué es lo más importante de este proyecto?

J.L.- Qué difícil. No lo sé. Pienso que el todo, tampoco es un panegírico sobre Roberto. Eso es algo que pasa y se ve mucho en documentales sobre alguien, que parece que esa persona no tiene matices, es muy bondadosa y casi como Dios. Como eso no me gusta –todos tenemos matices– traté, con lo que había, de buscar sitios en los que tomar distancia y en los que él también hiciera o dijera algo incómodo. La película, me di cuenta en el montaje, tiene algo de videojuego que, aunque no me gustan mucho, sí está relacionado el sentido de que hay fases que se van pasando. Al final de una fase hay como una prueba o una batalla más grande y si la ganas pasas a la siguiente fase. Y me di cuenta de que la película –no me gusta el concepto de documental, es cierto que no es ficción, pero sí me gusta mantenerla como cine poético– tiene diferentes partes y cada parte te lleva a la siguiente. Al final de las partes hay algunos planos muy largos que son como una prueba de paciencia del espectador, que debe dejarse llevar e ir pasando de fase en fase hasta el final. Hay una estructura consciente de evolución a mayor intensidad.