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Fuego

Un San Juan para todos

Aunque a menudo habrán oído hablar de eso de la posverdad, es mejor situarse: aparentar ser cierto es más importante que serlo o, mismamente, lo que cuenta es el relato y no los hechos. Por supuesto, siempre con un tono apocalíptico (para decir cosas buenas mejor callarse) y como hecho definitorio de nuestros tiempos decadentes. Para nada lo es.
Sí lo es lo explícito y observable, a tiempo real, que resulta la fluctuante y desatinada la opinión pública. Es decir, el meme y la viralización, con su innegable componente irracional, siempre existieron, lo que ahora es totalmente patente. Nunca fue tan fácil contrastar y tener criterio, quizás por eso mismo, nunca valió tan poco.
Así que lo que hoy resulta imperdonable es llevar la contraria y apagar la música en mitad de la fiesta. Con lo bonito que es bañar las cabras, hacer filtros de amor, adentrarse en el mar mientras la luna te induce, para qué reparar en lo absurdo de una celebración que quizás un día fue pagana; luego, beata; por el camino, desfasada, como todo nuestro calendario gregoriano -pues obviamente Navidad y San Juan son fiestas de solsticio, y llegan, por tanto 3 días tarde-; y, finalmente, consagrada otra vez con la moderna bendición de la intervención pública y la carga identitaria -las tradiciones es lo que tienen, que son lo mejor para substanciar el sentir popular-.

Qué sintomático que en los tiempos del fervor abandonado se dé tanta importancia al rito popular (carnavales, romerías, pasiones, noches en blanco o finales de la champions). Algo no salió del todo bien cuando saltamos del mito a la razón. Pero no se preocupen, no es tan grave. Coman sardinas, salten los fuegos, encuentren su (poli)amor: pues la ley sólo dice haz lo que quieras.

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