“En las democracias formales no hay poder más peligroso para las libertades que la opinión” Jean Claude Milner ’De l’école’.El desarrollo de las llamadas ciencias sociales en las últimas décadas ha propiciado la multiplicación, hasta límites insoportables, de los “predictores sociales”. Amparados en la posmoderna amalgama de la opinión contemporánea, tertulianos mediáticos, sociólogos (alguno hasta acaba de ministro), asesores, psicólogos, taxistas, señoras que esperan en la caja del súper, foreros virtuales y demás fauna global, hemos acabado sumidos en la paranoia de la predicción, del “esto va camino de… fijo que sí” al “si eso estaba claro, ya lo decía yo…” Nos hemos convertido en una especie de versión Mini Yos a-la-Austin-Powers de Nostradamus. La interpretación de signos, señales y símbolos es, de hecho, una actividad apasionante y que ha dejado en el campo de la semiótica algunos de los documentos más atractivos del conocimiento humano. La sola posibilidad de repensar el impacto emocional e intelectual que podía suponer pisar una catedral gótica en el siglo XIII supera con creces las paridas de la era IMAX de James Cameron. Junto a esa necesidad innata de asimilación y comprensión de lo que nos rodea y se nos muestra se desarrollaba lo que llamo el “paroxismo metafísico de la interpretación”: la profecía.
El profeta, sobre bases de absoluta irracionalidad no demostrable, se desgarraba interna y externamente para ponernos en guardia sobre sus visiones más o menos apocalípticas con un, más bien, escaso éxito hasta la fecha. La irrupción del ateísmo y el materialismo en la sociedad de los últimos dos siglos nos ha ahorrado en gran parte todo ese coñazo, a pesar del revival maya, aunque también nos haya dejado cosas bastante potables: de los cabalistas a William Blake, pasando por Karl Marx. En su sustitución, han ido ocupando los focos toda esta maraña de intérpretes más o menos científicos de realidades más o menos tangibles. Y hete aquí que, de repente, la imparable “marea azul” (casi tsunami) pasa en 24 horas a ser menos ola, y los otros, que ya pensaban que a su huelga o a su urna iba a acudir menos gente que invitados a un cumpleaños de Marujita Díaz, se vuelven a llenar de una ilusión demasiado frágil. Quizá debiéramos ser todos un poco Guardiolas (difícil ser genio) y tener claro que ya la vida ha demostrado siempre que “hoy estamos aquí y mañana allí” (ergo “el fútbol es así”), lo que Bauman definiría como “modernidad líquida”, y no tener que quedarnos con la cara de Arenas en ese balcón la noche del 25M (uno podía imaginar las Fantas sin abrir y los sándwiches de jamón y queso endureciéndose). ¿Mi profecía o augurio para la galería? Tengo claro dónde estaremos todos dentro de 100 años: el Papa, Mariano, Sánchez Dragó y Mou incluidos.
Escucha recomendada para la lectura: Sonic Youth ‘Teenage Riot’