Lo siento, siempre desconfío de la gente atractiva. Hay algo, aparte de la envidia, que me da reparo en los personajes públicos con atractivo. Recientemente, hemos tenido hasta en la sopa y por motivos bien diferentes a dos personajes que responden a estas características: Julian Assange, fundador de Wikileaks y César Cabo, representante de los controladores aéreos.Al último es fácil cogerle manía: el clásico guaperas pijo con el que muchas mujeres aburridas de mediana edad soñarían como prototípico para tener una aventura. Su aspecto físico, la cadencia de su voz, su nauseabundo buenrrollismo ponen en guardia al instante. Si uno no tiene cuidado, acaba compartiendo un daiquiri con él en algún lounge bar de moda con música chill out ibicenca, mientras te da la brasa sobre autoyuda y pilates y el último modelo de Audi. El despropósito temerario del plantón del puente de diciembre, sin duda, le ha quitado “charme”. La peculiaridad de ese sabotaje laboral es que estamos ante una de las primeras protestas de clase del siglo XXI, la de una rebeldía irresponsable (la ESO definitivamente ha creado los ciudadanos descerebrados que buscaba) por parte de un reducido colectivo con poder para hacer tambalear las estructuras básicas de un país. Las nuevas élites laborales, reflejo de las frívolas élites de poder posmodernas. Mientras, millones hacen huelgas para nada, reflejo de la utilidad de los trabajos que realizan.Sobre el primero he estado semanas moviéndome en la duda: el luchador dispuesto a dar su vida en beneficio de la verdad con mayúsculas, el nuevo revolucionario, moviéndose en la criptoclandestinidad y en el punto de mira constante de los poderosos. Vamos, todo eso que a uno le gustaría ser (o poder o querer ser) hasta que, de repente, aparece el pálpito ¡encima es atractivo! Sospechoso. Y empiezan a aparecer las críticas de algún colaborador por su ego (lo de los cargos por delito sexual era previsible, los servicios de inteligencia no suelen contar con muchos Chesterton o Chandler entre sus filas) y, sobre todo, empiezas a ojear los dichosos cables que han provocado esos enormes titulares: “El periodismo ha cambiado”, “La diplomacia ya no será lo mismo” y, de verdad, que no he encontrado nada que me escandalice. Sólo he encontrado políticos y diplomáticos haciendo SU TRABAJO: ir en contra de la ética en beneficio (o perjuicio según sea el caso) de lo público. Cualquiera de esas tramas se dan por sentadas. Así es como se ganan el sueldo y protegen la libertad, entendida, eso sí, desde su perspectiva. Patético, pero en absoluto escandaloso, no tanto como la izquierda divina (en términos de Baudrillard) votando en contra del mantenimiento del estado de alarma, aún a riesgo de arruinarle la Navidad a la gente ¡Por una vez que hasta los nacionalistas querían ver al ejército español en la calle!
Escucha recomendada para la lectura: The Afghan Whigs “Gentlemen”