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Ni Dios ni Voto
NI DIOS NI VOTO “Existe una política baudeleriana que es, más que ninguna otra, la política del antiintegrismo y cuya tesis central podría ser: el mundo es incurable” Bernard-Henri Lévy “La pureza peligrosa” El abstencionismo es un ateísmo. Llevo dos décadas practicando el primero y unos cuantos años más el segundo. Ninguno de los dos debe ser motivo de espurio exhibicionismo. Nunca he soportado a esos (falsos) ateos anticlericales, habituados a mofarse en público de lo religioso y lo divino, aberrantemente orgullosos de predicar una de las convicciones más desoladoras que pueden acompañar al ser humano. Los manifestantes procesionales ateos de Madrid no sólo avergonzaban por la falsedad e infantilismo de su posición, sino por lo absolutamente integrista de la misma. Como esos adolescentes que han descubierto “grandes verdades” al leer los primeros cuatro libros con los que uno se topa y quieren gritarle al mundo los tópicos que cualquier analfabeto con experiencia ya conoce. Algún día leerán “San Manuel Bueno, mártir” y puede que entiendan algo. Creo en la necesidad de la democracia, no como mal necesario, sino como firme convicción de ser el último callejón en la ratonera humana. Decía el propio Lévy que la democracia es un ateísmo, mientras Bloch afirma que sólo a partir del ateísmo se puede llegar a ser cristiano de verdad. Y como radical antiintegrismo, o antifascismo, que es el ejercicio demócratico, creo plenamente en la necesidad de practicar la abstención como verdadera defensa de esta convicción. Nunca he hecho apología abstencionista. Es más, creo que es cierta la utilidad social del voto en blanco o nulo, la participación con la mayoría en la defensa de esa tragedia diaria que es la lucha por una vida justa y unos derechos igualitarios. Pero hay algo que me retiene, incluso lo hizo en aquellas oscuras horas de marzo de 2004, en acudir a las urnas. Seguramente sea ese pudor que señala una clara debilidad nihilista absurda, el miedo a reconocer que uno participó en llevar a cualquiera de esos payasos al poder (o a la oposición, lo que puede ser hasta peor), el sonrojo similar a ver a unos idiotas haciendo estúpidas chanzas anticlericales o a otros autoflagelándose ante una figura de madera. Escucha recomendada para la lectura: The Vaccines, “Blow It Up”Ampliación del Campo de Batalla, por Carlos Robles