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“Un verdadero liberal debe ser lo suficientemente liberal para sospechar de su propio liberalismo” Terry Eagleton ‘Introducción a la ideología’. En el momento en que vi a Ramón Jáuregui convertido en nuestro Richard Nixon particular, articulando un discurso patéticamente paternalista y conservador, alegando que “2.000 no podían estar por encima de 3.200.000 catalanes” –de hecho sólo le faltó la exaltación retórica de “la mayoría silenciosa” y despedirse con un “Dios bendiga a este país, su constitución y nuestra democracia”, tuve definitivamente claro uno de los hechos a los que nos estamos enfrentando: la clase política y sindical, en especial lo que tradicionalmente se entendía como izquierdas, tienen el mismo sentido hoy día que una gira de reunificación de Supertramp, o sea, ninguno. La noticia es magnífica, porque, por fin, somos libres de dibujar el futuro sin ataduras, y sin sonrojantes discursos de catetos de la talla de Cayo Lara, Cándido Méndez o Toxo. Incluso a un esnob nihilista como yo le emociona el clamoroso éxito que está teniendo el 15-M –fácilmente constatable en las torticeras portadas de la prensa (de ambos bandos, o mejor, del único que hay)- en la mañana del 20-J: la bilis descargada por la pandilla de babosas mentales que ocupan la nueva vanguardia de opinión supuestamente ácrata de derechas y la tibieza y hasta desconcierto del sector “progre” de nuestros sesudos creadores de opinión. Hay algo que me llamó la atención desde el comienzo en toda esta historia, y que se puede resumir en un término: el bien. Como decía Michel Djerzinski en ‘Las partículas elementales’, si hay algo claro en esta vida es que el bien existe aunque no se pueda explicar, y toda la carga ideológica (que por supuesto se enfrenta a un mal tangible) que preside el movimiento DRY se ha basado en esta premisa. Como los maestros (y sobre todo maestras) que se lanzaron a la masiva educación rural en los primeros años de la república (más allá de su orientación política) y que pagaron, en muchos casos con sus vidas, tamaña entrega de generosidad. Lo que parece tenerse claro es que esto sólo es un comienzo y que el camino es muy largo. Espero que se tenga claro que el enemigo no sólo es poderoso, sino mayoritario (en España cifrado en los aproximadamente 18 millones de rebenques que, pase lo que pase, seguirán votando a los Sex Pistols cincuentones de nuestro panorama político: PP, PSOE, IU, UPyD y nacionalistas varios). Sólo veo dos opciones ante este panorama: una sería usurpar el espacio de poder reservado hasta ahora a esos partidos (y sindicatos, que mira que son inútiles también), otra, rechazar al político como interlocutor, un diálogo directo entre poder económico y financiero y la mayoría trabajadora. Abogo por esto último. La política ha muerto. El bien y la economía, no. Hablemos… Escucha recomendada para la lectura: The Clash ‘Spanish Bombs’Ampliación del Campo de Batalla. por Carlos Robles