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Este año, por lo visto, las apuestas previas a la ceremonia de los Oscar coinciden en señalar a Meryl Streep como clara favorita para ganar la preciada estatuilla. Todo, gracias a rescatar la controvertida figura de Margaret Thatcher, y de paso recibir todo tipo de opiniones, tanto de alabanza a sus dotes profesionales, como críticas (por ambos lados del espectro político) por la forma en que se muestra el personaje. Pues bien, la actriz viene lanzada, entre otras cosas, por haber ya recibido varios premios importantes. Entre ellos, el Oso de Oro en la Berninale. Y allí, mientras recogía el galardón, y preguntada acerca del personaje que tan bien interpreta, manifestaba que aunque no comparte muchas cosas con la dama de hierro, una cosa sí que había que reconocerle, y es que era feminista y además estaba incluso a favor del aborto libre. Y que por tanto tenía mucho mérito, por ser mujer. Acabáramos. Más o menos el mismo que Ronald Reagan, por ser el primer actor (condición que, al igual que la de mujer, también era vetada con anterioridad para la política) en llegar a la casa blanca. Es un corporativismo que confunde. Y que resulta desatinado. Sólo hay que recordar las escalofriantes imágenes del encuentro en Londres de Thatcher y Pinochet, este último detenido por la demanda del hoy, que cosas tiene el destino, culpable Garzón, en las que la ex presidenta rendía pleitesía al ex general. Literalmente: “le debemos tanto”, decía. Seguramente Thatcher reconocía al dictador chileno como un pionero y condición necesaria para su posterior ascenso. A la actriz, que con seguridad gane merecidamente el óscar, sin embargo, le pesa más el género de esta figura.