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“No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a un rasguño en mi dedo”. D. Hume, ‘Tratado de la naturaleza humana’

Que la vida es un campo de batalla continuado se lee desde los primeros escritos de la humanidad y se asimila con las primeras hostias que recibes en el recreo por parte del grandullón repetidor de la clase. En los últimos siglos ese campo de batalla ha sido ampliado gracias a la progresiva implantación de eso que se llama capitalismo. Si a este lo entendemos en su verdadera dimensión como auténtica “weltanschauung” o “visión del mundo”, como verdadera “religión” que penetra hasta lo más profundo del ser humano y se adapta a su propia condición, será entonces cuando divisemos la magnitud de la guerra en que nos hallamos inmersos y, sobre todo, cuando toque aceptar la imposibilidad de una victoria. Solo de esta manera podremos entender que, ante la cantidad de acontecimientos disparatados e infames que se están sucediendo la respuesta sea tan tibia (que los incidentes del 25S parecieran casi el fin del mundo es un síntoma claro de ello)

En una Europa nuevamente dominada por Alemania (la postura de Merkel es comprensible, es otro dirigente desesperado tratado de mantener su trozo de pastel en la guerra global, de momento timoneada desde el nacionalcapitalismo chino), el fantasma de Vichy aparece en toda su dimensión. La segunda guerra mundial está plagada de episodios de heroicidad frente a la barbarie nazi, desde la carga de los lanceros polacos contra los ‘panzer’ alemanes a la resistencia de los partisanos serbios. Mucha de esa resistencia, en la que la francesa es el caso más evidente, fue posteriormente mitificada para tratar de relativizar un hecho vergonzante: el nazismo llegó hasta donde llegó porque contó con la colaboración activa o pasiva de gran parte de la población europea. De pequeño imaginaba que esa guerra tuvo que haber sido una enorme trinchera de batallas diarias llenas de épica y valor. Pero lo cierto es que mucha gente seguía haciendo su vida y sus negocios, mirando para otro lado cuando venían a buscar al vecino, o levantando el brazo al paso de las SS. Si quitamos la sangre y la violencia física, poco más ha cambiado en realidad en cuanto a eso. O quizá sí: nuestra adhesión al “régimen”. Si no nos rebelamos es porque lo sentimos como algo propio, el sistema es nosotros y nosotros somos él.

Somos colaboracionistas. Solo así podemos entender que en Grecia gobiernen hoy los mismos que llevaron al país a la ruina estafando, o entender que la mayoría absoluta del PP esté asegurada en España dentro de tres años, o que el PSOE siga gobernando en Andalucía, CC en Canarias y el PP lo haga en Extremadura con la connivencia de IU, o la aberrante actuación sindical estos meses. Estamos presos del voto cautivo de quien vive directamente de la cosa pública (ese 25% del total de votantes que paradójicamente concede mayorías absolutas), a la vez que somos presos de nuestras propias contradicciones y funestas esperanzas: “¿te has enterado de que anoche se llevaron a los Horowitz?”. “Calla y sigue comiendo, además, me han dicho que las tropas aliadas están a pocos kilómetros de la frontera”. Pero esta vez el rescate no lo van a llevar a cabo los aliados.

Escucha recomendada para la lectura: The Stranglers “No More Heroes”

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AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA por Carlos Robles