Rara vez escribo sobre un disco y me siento cómodo. Hacerlo parece un intento idiota de mostrar lo mucho que uno pueda saber de música, mientras la música va por otro lado. Por suerte mis conocimientos musicales son pobres y eso me calma. Porque si hablo de 'Conache', último y muy recomendado regalo de El Estratega Perchenjevsky, es porque hay algo dentro de él que me ha fascinado desde la primera escucha. Mentira. Desde los primeros acordes. Luego vinieron muchas escuchas. No en vano esa es una de tantas virtudes de este trabajo: su unidad en la variedad, su coherencia, una enorme frescura que aparenta ser naïf pero ha sido combinada irreverentemente en laboratorio con una sombra de amargura escondida que repta bajo cada compás. Un río subterráneo que pasa desapercibido bajo el entramado o el ligero trenzado de los sonidos de cada tema entre sí y de cada uno de ellos con respecto al conjunto. Puede haber en 'Conache' cosas que no sean del todo conscientes pero sí efectivas. Por ejemplo que el disco entero funcione como un ejercicio de extrañamiento con respecto al anterior, más instrumental y definido en su mundo de sintes y cajas de ritmos retrofuturistas. Extrañamiento que le permite concentrar la energía en cavar sobre el mismo agujero en vez de explorar otro lugar. De este modo, dejar a un lado el disco anterior hace que este trabajo no sea un “después de”, sino un “además de”. Le aporta libertad para ahondar, profundizar en esa peculiar sonoridad y las posibilidades de esos sonidos, densificándolos sin hacerlos más complejos. Podría decirse que de ese agujero brotan luces inesperadas que vienen a iluminar un disco tremendamente visual. Las sucesiones de acordes y armonías despliegan un crisol de colores primarios que al atravesar los fragmentos de cristal de los beats superpuestos se defragmentan en un sinfín de matices.
Otra de esas cosas que siento que es semi-inconsciente e igualmente genial (a lo mejor es capricho, pero yo creo que lo siento) es que este disco, corto, pero más largo de lo que parece, porque uno desea que no acabe y poder mantenerse en los estados que le hace atravesar, en él lo posiblemente inconsciente, digo, es que podría ser la delicada miniaturización de una ópera electropop tecnológica. Y va en serio. Solo que El Estratega Perchenjevsky no es tan ambicioso como para hacer de verdad una ópera. Ésta existe nuestra imaginación una vez nos afecta y comprendemos la esencia del juego que plantea en su disco. Por eso tal vez pensar en posibles influencias dispararía los referentes. Mejor que cada cual aplique las suyas. Sea como sea, saber más o menos de posibles referentes importa poco ante discos que uno acaba bailando inconteniblemente, sonidos que lo mueven a uno por dentro, al margen de lo que la cabeza opine.
En su trabajo anterior me gustaba no poder obviar la cercanía a mis amados Trans Am y ese algo de Krautrock en la insistencia repetitiva de bajos y rítmica. Pero como dije, aquel disco funciona en otro plano, y mi mayor sorpresa aquí es encontrar que este trabajo está compuesto por canciones, lo cual a veces puede ser lo más atrevido o vanguardista para un músico. Volver al reto del disco como equilibrio de canciones, al igual que un sistema solar remoto gira en torno a una estrella desconocida.
Abre el disco Viajes a Marte. Directo al grano. Dejamos atrás el planeta de lo que creemos conocer. Con la entrada de la línea de bajo ya flotamos sin gravedad en una aeronave sonora que nos llevará donde sepamos dejarnos. Porque sí, esta es una canción pop de amor post-humano. Fuera de órbita, los sintes se atraviesan entre sí, meciendo la melodía de la voz, sosteniéndose o completándose por imitación unos a otros o en canon, recurso que estabilizará todo nuestro viaje. Es entonces cuando llega Radio Cadena. ¿Qué pasa? ¿Es esta una dimensión paralela donde veo el reverso de las cosas, los 80 del próximo milenio? No, qué va. Lo que pasa es que esta canción-nebulosa sabe que es el hit del viaje y así se hace notar, al margen de nuestra opinión. Pero queda atrás para entrar en la densidad de Lunas de Neón, donde lo que dijimos de Trans Am nos envuelve. La presión y la inquietud aumentan. Un susurro eléctrico nos deja claro de dónde viene la fuerza poética de sus letras. La apariencia de inocente inconexión nos hace querer interpretarlas de muchas maneras. Al intentarlo la gravedad nos arrastra a un agujero negro. Al otro lado, Todo me recuerda a usted, más que una canción, una aparición vista a través de la escafandra de The Flaming Lips: en el año 3000, un astronauta colombiano camina solo por primera vez sobre la superficie de un planeta desconocido. Distingue las cordilleras magenta entre columnas de humo azul, el horizonte insondable de un lugar nunca visto. Y es ahí donde todo su pensamiento es para esa otra persona.
Y de ésta tercera persona llegamos a Personas. Y lo diré: si Radio Cadena era el hit, esta galaxia, llena de cometas es el himno del disco. Apartada voluntariamente a años luz de toda forma de vida, la inteligencia artificial que creamos para tratar de sobrevivir se ha desarrollado y en vez de aniquilarnos, como siempre creímos, malherida, ha huido de nuestro lado. Un robot ermitaño que contempla su soledad infinita sobre (dije que lo diría) una canción que podría formar parte de 'Un soplo en el corazón', del mítico dúo español Family. Pero tras todo esto hay un modo de regresar. Aeropistas, la canción-descenso, y por ello la catarsis. Su rítmica obstinada nos ayuda a sincronizar con la órbita del lugar desde el que entramos en el disco. Una autopista de vapor hace que nuestra nave se deslice dejando atrás la luz como las motos en Akira. Y el sonido se apaga. Y la luz lentamente se deja de oir...