En “Mediterráneo”, la película de Gabriele Salvatores que ganó el Óscar hace 25 años, con la disparatada historia de una patrulla italiana perdida en una isla griega en la 2ª GM, una de las ideas que más se repetía era la de “Españoles, italianos, griegos, turcos... un rostro... una raza”, señalando los elementos de unión que la cultura mediterránea aporta por encima de las diferencias sociales o políticas.
No sé si inspirado por este film o por intentar a la desesperada apuntarse algún tanto en la poco afortunada vertiente internacional de su política, Zapatero propuso aquella rimbombante “Alianza de las Civilizaciones”, con eje entre España y Ankara, con el que era primer ministro y hoy presidente de Turquía, Erdogan. El proyecto, catalogado por muchos -como era costumbre- de buenismo inane, creo que escondía, sin quererlo, una idea de hermanamiento político y social muy realista.
Se aprovechan los justos deseos de democratización y reforma de un sistema político y social que hace aguas para, infiltrando a los “black ops” del 3%, dinamitar y bloquear cualquier intento de reforma
Erdogan aparecía en aquellos momentos como el presidente que estaba llevando a Turquía al progreso y modernización definitivos que desembocarían en su ingreso en la Unión Europea. Unos años más tarde, Erdogan, tras un más que probable autogolpe provocado en verano de 2016, ejerce un poder omnímodo, apoyado en la importancia geoestratégica de su país. En un año, Turquía ha visto cómo se detenía y encarcelaba no solo a centenares de militares que habían participado, supuestamente, en la intentona golpista. Además, se ha perseguido y despedido a miles de funcionarios, con especial atención al profesorado. El autogolpe sirvió para “limpiar” Turquía de enemigos incómodos, muchos pertenecientes a las capas más ilustradas de la población, que intentan defender el origen laico (con el papel fundamental del ejército en su momento) de ese estado. Turquía es una potencia económica, con un desarrollismo muy desigual, que en pocos años estará muy por delante de España en términos económicos. Por contra, en Turquía existe una regresión social palpable. Por ejemplo, la próxima reforma educativa va a sustituir el estudio de la teoría de la evolución por los estudios religiosos islámicos. ¿Les suena todo esto de algo? Cómo no nos va a sonar si vivimos en un país que persigue el delito contra los sentimientos religiosos en campos como la ficción o el humor con meridiana ejemplaridad, confundiendo de manera torticera (muy a la iraní) uno de los principios fundamentales sobre los que se asientan las democracias liberales -y no, no voy a mencionar aquí la libertad de expresión- como es el de la separación entre discurso referencial y ficcional. (Alerta spoiler: me imagino un próximo “sketch” de mis admirados Abubukaka haciendo de Salman Rushdie con mantas esperanceras, dando una entrevista a un periodista internacional en algún lugar no identificado entre Valle Guerra y Punta del Hidalgo).
Tal y como pareció suceder en el 23F, la purga y contrarreforma parecen estar controlados desde arriba
Creo que en el caso catalán está sucediendo algo parecido al turco. Se aprovechan los justos deseos de democratización y reforma de un sistema político y social que hace aguas por todos lados para, infiltrando a los “black ops” del 3% (no olvidemos el “hermanamiento” de años entre PP-PSOE-CIU “andwithalittlehelpfromPNV” en esto de gestionar “a su manera” la cosa pública), dinamitar y bloquear cualquier intento de reforma y cambio no solo en Cataluña, sino en el resto del estado. Tal y como pareció suceder en el 23F, la purga y contrarreforma parecen estar controlados desde arriba. Pero, en esta ocasión, los que pueden acabar en la cárcel no serán guardias civiles o militares, sino políticos elegidos democráticamente o gente que reclama poder votar. La clave será saber hasta qué punto de hermanamiento con Ankara se querrá llegar. Allí son ya miles los que están sin trabajo, entre rejas o bajo tierra. Dios (y/o Alá) dirá, como siempre...