Lo hemos comentado en anteriores ampliaciones: uno de los grandes problemas de toda revolución política es que más temprano que tarde se termina nacionalizando. Y ahí se acaba todo. Ocurrió en Francia en 1789, una revolución que aspiraba a la universalidad, rápidamente se transformó en una cuestión nacional y de “soberanía nacional”. Ocurrió en la Unión Soviética hace un siglo, no tardó mucho la cosa en convertirse en un juego de poder doméstico e imperial y Stalin terminó dando enormes y asquerosas lecciones de cómo someter las aspiraciones universales del comunismo a los intereses del reparto de poder totalitario e imperalista. Y lo remató Fidel con aquel discurso en que igualaba libertad a patria y gritó aquello de “¡Patria o muerte!” a lo líder tifoso de la curva norte de San Siro. Por cierto, he mencionado tres revoluciones muy de machos, históricamente -sea verdad o no- todas lo terminan siendo (y así acaban como acaban).
Más allá del (o paralelamente al) contexto social contemporáneo que hace imposible sustraerse a la cuestión feminista, mi propia evolución vital me ha hecho llegar a esta sencilla -pero no fácil de aprehender en su plenitud- conclusión: el feminismo representa la gran revolución pendiente y una de las últimas posibilidades de salto evolutivo y supervivencia digna para la sociedad contemporánea, si es que le queda alguna. Lo cual me lleva a afrontar un par de ideas que paso a compartir:
1. Soy hombre y producto de una cultura heteropatriarcal. En otras palabras: soy un fraude. Soy parte del “enemigo” (todos lo somos) pero en la medida en que contribuya a debilitar interiormente a ese monstruo ya estaré ayudando a la causa.
2. El machismo no es una ideología reaccionaria. Es conservadora. Lo que la hace aún más sólida y peligrosa de combatir.
3. A diferencia de otras revoluciones basadas en ideales abstractos conceptuales (nación), ético-legales (límites de la libertad) o materialista (desigualdad económica), esta depende únicamente, más allá de los de lucha global compartidos, de la acción individual para lograr objetivos claros y concretos. El pequeño gesto diario cobra aquí una verdadera efectividad, una aportación de transformación. El individuo supone, en este caso, un auténtico “sujeto histórico de cambio”. Dios y el Diablo SÍ que están en esos pequeños detalles. Ahora espero no cagarla completamente, como solemos hacer los de mi género...