Usted está aquí

'La isla púrpura', de Mijail Bulgákov. Adaptación libre de José Padilla.

Teatro Guimerá (S/C), viernes 6 noviembre de 2015

Por Jordi Solsona

 

No se puede hacer mejor. Además tres cosas a la vez. Así de espectacular cabe calificarse el trabajo de José Padilla. Repito: José Padilla, canario, para más señas. Talento sobra en este país. ¡Cuánta lucidez sobre el escenario!

Dije tres cosas, sí. La primera: contextualizar en el ahora a un autor nacido en 1891 y su obra de 1927. La segunda: tratar la técnica del ‘teatro dentro del teatro’ de manera tan magistral. La tercera: hacer todo eso educando y deleitando. Y dije tres, pero es que son muchas más: dramaturgia, dirección y, sobre todo, poner la vista en ese autor. ¡Qué arte el de saber mirar! Cuánta sabiduría contiene la mirada de José Padilla. No era fácil dar con Bulgákov. Requería de la necesidad vital de buscar. Sólo de esa necesidad instintiva puede sobrevenir el hallazgo. Ese diamante en bruto que luego un experto tallista sabrá facetar para que brille en un infinito tornasolado. Padilla posee el instinto de la búsqueda, además de la maestría en el arte de la talla. Instinto y técnica. La búsqueda como camino, como enseñanza. La técnica como culminación. Así brilló tanto hoy 'La isla púrpura' en el escenario del Guimerá.

Soy de la opinión que, para meterse en un remake, incluso en una adaptación (como es el caso) o tienes la certeza de superar al modelo, o mejor no ‘meneallo’. Uno está un poco cansado de segundas versiones que nunca llegan a la maestría del original. No es el caso. Mi enhorabuena, señor dramaturgo, y un profundo agradecimiento por la osadía y el resultado.

'La isla púrpura' es el nombre de la obra de Bulgákov, con claro tinte ‘antisistema’ (como le gusta denominar hoy a los medios generalistas adocenados a cualquier atisbo de renovación hacia la justicia universal y un reparto de la riqueza más equitativo). La obra trata del censor que, a favor del estado de turno, bendice o prohíbe todo texto que hubiere de representarse sobre un escenario. Un pobre autor novel sufrirá la tijera del productor antes de que el censor eche atrás la pieza. En el momento preciso, incorpora Padilla toda la enjundia y el talento de su excelente dramaturgia con una precisa y sorprendente vuelta de tuerca que nos reubica en la más rabiosa actualidad. De repente un nuevo personaje aboga, desde la platea, por suspender la función del ruso como consecuencia de la huelga convocada a favor de mejorar las condiciones de trabajo de actores y actrices.

Con el argumento sobre la mesa, el público descubrirá las diferentes caras del poliedro que configura la humanidad, enfrentada a sus intereses particulares. Una sagaz vivisección de la sociedad. Al mismo ritmo trepidante que en la obra del ruso, Padilla en su texto exhibe las vísceras del ser humano para que sepamos de qué están llenas. Miedo, egoísmo, ilusión, ingenuidad, ocultación… El espectador brinca sobre la butaca al son de los acontecimientos. Brillante.

Un servidor recuerda de cuando mozo (1985) la obra 'Pel devant i pel derrere' ('Por delante y por detrás') que interpretó (y no recuerdo si dirigió también) Mario Gas. La sorpresa y la admiración resultaron similares a las sensaciones que me embargaron hoy con 'La isla púrpura'. También utilizaba la técnica del ‘teatro dentro del teatro’; más vodevil que reflexiva la primera, aunque por igual mostraba las debilidades humanas. Difícil estrategia que, usada con ingenio, resulta una delicia para los sentidos y el intelecto.

'La isla púrpura' es un magistral trampantojo. Es un regate de Messi. Es el discurso de Luther King. Estética, creatividad, mensaje… Todo perfectamente ensamblado y en bandeja de plata. ARTE, en mayúsculas.

Iluminación, escenografía, vestuario, sonido… Un conjunto de elementos combinados para elevar un texto a lo más alto. Sin excesos, sin faltas. Me engulló, me devoró. Ahí metido, mi mente sufría revolcón tras revolcón al ritmo de los giros de la trama y el muestrario de situaciones.

Soberbios los trabajos de interpretación. Todas y todos exhiben el manejo del arte dramático con maestría. Bien es cierto que el tono histriónico del texto ruso facilita la labor. El naturalismo al que les obliga la acción cuando salen de sus papeles en 'La isla púrpura' les ayuda a desplegar sus enormes dotes. El ritmo endiablado en los cambios de registro son superados con acierto una y otra vez. Acaso un pero: la dicción algo acelerada en algunas fases que no me permitió en ocasiones captar las frases al completo. Y cierto estatismo en los personajes secundarios cuando quedan en segundo plano. Cuestiones de relevancia menor, en cualquier caso, dada la magnitud del propósito y el resultado global.

Resulta complicado sentir en un espectáculo que tu cabeza no llega, que te obligan a utilizar las neuronas para ir al ritmo que quiere el director. Resulta  complicado encontrar un espectáculo que te haga brincar la mente, sonreír al mismo tiempo y volver a sorprenderte cuando ellos quieren, no cuando tú lo esperas. Vayan a ver 'La isla púrpura'. Dejen de lado cualquier otra actividad formativa o lúdica. En ambos casos saldrán lo agradecerán. 

Mi enhorabuena, señor dramaturgo, y un profundo agradecimiento por la osadía y el resultado.