Quizá los dos mejores representantes de estos tiempos difíciles, oscuros y extraños (como lo son todos en el fondo) sean las dos máximas estrellas futbolísticas de la última década: Messi y Cristiano Ronaldo. Sinceramente, no puedo con ninguno de los dos en la actualidad. Hubo un momento en que sí, pero hace de eso más de 5 años. Pasaron de ser fulgurantes estrellas jóvenes, eléctricos jugadores, capaces de maravillas absolutas que combinaban poderío, energía y técnica pero, ante todo, arrojo -algo así como dos jóvenes brokers de Wall Street en los 90-, a convertirse en tipos distantes, malhumorados o, algo mucho peor, con evidentes rasgos de no tener nada qué decir. Se podría argumentar que ellos están para ser futbolistas. Sin embargo, el fútbol y la vida siempre han estado absolutamente entrelazados.
El fútbol de Messi y CR7 tiene hoy tanta calidad como previsibilidad, algo así como el anuncio de un nuevo álbum de Interpol, gente correcta, capaces de generar buenas canciones y todavía emocionar por momentos, pero de las que sabemos cómo van a empezar y acabar. La carrera desbocada por banda y posterior cañonazo del portugués, los regates hacia el borde del área con tiro arqueado con la zurda del argentino. Además, cada vez se les ve más aislados, distantes, consumidos por su propio ego, pero sin capacidad de aceptar la caída y el descenso a los infiernos que eso supone. Son como un Felipe González quejándose amargamente de que a los políticos imputados se les pida dimitir. No hay una aceptación de la paranoia ególatra. No son Maradona aquellos, no es Mitterrand este último.
El fútbol -lo han sabido ver siempre los intelectuales comprometidos, de Montalbán a Galeano- es una radiografía vital y, en ese sentido, las claves de muchas realidades podemos encontrarlas reflejadas en él. Mientras en la argentina del 78 se torturaba a muchos prisioneros políticos, estos podían escuchar los goles y los gritos de ¡Argentina, Argentina! en el Monumental de Buenos Aires con una selección liderada por un izquierdista confeso, en claro retrato de la tragedia que asolaba al país sudamericano en esos momentos.
¿Quiere esto decir que el fútbol es el opio del pueblo, tal y como afirman sus detractores? Ni mucho menos. Solo es un símbolo, un emblema o solo el reflejo de una tenue luz. Como tantas veces en la historia contemporánea, como el partido de la paz en la nochebuena de la 1ª Guerra Mundial jugado entre ingleses y alemanes o el 'partido de la muerte' jugado por el combinado ucraniano de los FC Start que vapulearon, con todo en contra, a una selección de la Wermacht en Kiev en 1942, para luego ser torturados y asesinados -curiosamente, la situación no parece haber variado mucho 70 años después-.
También en el infame vídeo del Benito Villamarín (¿alguien se acuerda de eso, alguien, de verdad, tomó cartas en el asunto?) con una pandilla (eso sí, con la complicidad en el silencio de la gran masa) que se dedicó a corear el cántico machista más repulsivo y nauseabundo en favor de Rubén Castro. El fascismo de los idiotas (valga el pleonasmo) acompañado de las excusas de todo tipo del patriarcado nacional católico español (presidentes, entrenadores, público)
Pero, ¿es el fútbol el culpable? En absoluto. Si fuera así, habría que admitir que el fútbol sería el mayor peligro para la unidad nacional, según se deja entrever a raíz del temor suscitado por la final de Copa del Rey, cuando, en realidad, sigue siendo el mayor eje vertebrador del estado español (más allá del Ave, las autonomías o el Sálvame Deluxe) La culpa no es del fútbol, es del país y la sociedad que lo sustenta. Que vivamos en un país homófobo y machista y que eso se refleje en nuestras gradas poco parece importar o preocupar. De hecho, la LFP no ha acogido con mucho entusiasmo la propuesta de apoyar la campaña contra la homofobia por parte de los colectivos LGTB. Se tardó mucho en incluir las campañas contra el racismo y solo se hizo cuando vinieron impuestas desde el exterior a través de la FIFA y la UEFA. Que lostertulianos se centren y aviven la polémica ante la final de Copa y los silbidos al himno nacional, expresión de rechazo a un símbolo, que es metáfora, por tanto asociación subjetiva de ideas, frente al puntual comentario sobre el apoyo verbal explícito a la vejación contra colectivos susceptibles de discriminación, persecución y/o maltrato, confirma un par de cosas:Primero, el porqué los españoles siempre hemos entendido mal la filosofía idealista y la metafísica y, segundo, el porqué siempre hemos entendido a la perfección la praxis callejera del bastón, la bofetada y el chiste fácil y malo, hacia una posible víctima en situación de vulnerabilidad. Somos así, gente con gracejo y arte en el alma. Machos de toda la vida, de los que van al fútbol con la misma naturalidad que se presentan a unas elecciones o cuentan chistes de maricas y putas.