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Ernesto Collado acaba de inaugurar una sección del blog llamada VIDEOMATÓN, donde hablamos el día de la actuación de Montaldo en el LEAL.LAV. Por suerte alargamos por la noche con algunos vinos que ayudaron a que la conversación fuera menos dialéctica y más dialógica.

- ¿Diaqué? ¿Pero eso qué carajo significa? - pregunta cualquiera al leer estas líneas, amenazando aburrirse y abrir el Facebook, no sea que alguna publicación haya cambiado de lugar en el muro de las lamentaciones.

- Bueno, espera - le respondo, como si al escribir pudiera hablar a quien lee, a ti, tal vez. Y sigo diciéndote:

- Antes de explicar eso, mejor hacer un recorrido por Montaldo (una obra, que es en sí un recorrido). Pero para no dejarte a medias, te voy a contar un secretito. Ven, mira, es este: casi todas las cosas que hago tienen una banda sonora secreta. De verdad. Músicas que a veces no existen y que suenan mientras hago lo que hago. En esta ocasión la he incluido porque me parece que Montaldo tiene algo de eso, así que, ¿qué te parece que esto suene mientras echas un vistazo a lo demás? .

Y entonces el lector hace click y deja que suene este enlace.
 

El hombre siempre ha querido ir al oeste. Conquistarlo. El oeste es más allá, más allá. Un brinco al otro lado de Finisterre sin caer en el foso de serpientes hambrientas de aventureros. Sí, he dicho el hombre. El colonialismo, tan masculino, se mueve en pos de la riqueza del otro. Hernán Cortés dirigido por John Ford. Ulises persiguiendo a los Sioux en su caballo. O el personaje que nos cuenta la búsqueda de Montaldo en un periplo por esa América (del Norte) profunda. Un rastreo también colonialista en el que, cegado por una sed de (auto)conocimiento, aplasta mucho de lo que pudiera conocer para convencerse de ver señales donde no hay más que proyecciones de lo que desea encontrar. El espejismo del navegante: Ulises, Hernán Cortés. El monolito de 2001, el jabalí de Montaldo, ese tipo de cosas.

Ernesto parece un buen tipo. Claro que eso no tiene por qué saberlo el público al entrar. Y he dicho 'parece'. El personaje que el actor representa también parece un buen tipo. Luego... es más cosas. Existe esa leyenda de un pistolero tan rápido que era capaz de acertar de un tiro a su propia sombra. Y lo inquietante entre las muchas risas que provoca Montaldo es que Ernesto no está solo en escena. Su mascarada, su sombra, está con él y es imposible saber quién de los dos te disparará primero.

Pero el viaje es también protagonista. Y como todo movimiento es metamorfosis, el personaje ha cambiado tanto realizando ese viaje como lo hace al relatárnoslo. Cambio que se da en el tiempo del que mira porque el intérprete, tan generoso, se modifica palpablemente, produciendo una de esas simbiosis casi mágicas en las que el público que se permite viajar acaba también siendo otra cosa al final. Claro que siempre hay quien no viaja, a quien no le da el subidón. O quien no se mete. Hay quien no se mete en el teatro.

Al día siguiente no me pierdo el Keroxen. Encuentro a mucha gente que no pudo ir al Leal. Si me preguntan por la obra, simplifico: es teatro. Si hay que añadir adjetivos, pues teatro del bueno. Esperaban escuchar contemporáneo. Y yo qué se. La cantidad de contemporaneidad, (sea lo que sea eso) es tan difícil de medir como irrelevante, si lo que uno encuentra es algo tan cuidado, cuya y limpieza y sencillez hace posible que convivan varias capas de narración sin que la propuesta pierda ligereza en ningún momento. Claro, todo esto tiene que ver con lo de la honestidad en la presentación. Un tema que puede empezar a estar demasiado manido para lo delicadito que resulta hablar de la honestidad de otro mientras uno mira. Tema del que me voy a escaquear por la puerta de atrás para hacer otra cosa que me parece más divertida.

Esta vez me apetece un montón inventar y poner una etiqueta. Total, Lo bueno de que sea yo quien escriba es que la etiqueta no va a ponerse de moda y servirá de juego. Me apetece mucho decir que Montaldo es teatro indie. (Toma ya). Ernesto Collado nos ha traido una propuesta que aunque usa muchos recursos, se fundamentalmenta en la narrativa y en una muy tradicional construcción de personaje (¡oh sorpresa, de nuevo el personaje en lo contemporáneo!), en el mejor de los sentidos de tradicional.  Con esos hilos Ernesto trama y nos enreda en una historia en primera persona, una delirante búsqueda personal que puede recordar cosas de O Brother, de El Gran Lebowski, de los Cohen, en definitiva. Una road movie jugada en escena con una interpretación que de nuevo al actor le sirve de trinchera tras la que esconderse, de máscara en la que hacernos creer, mientras oculto tras ella se ríe de nuestra credulidad y de su propio personaje, difuminándolo luego para presentarse ya sin barreras ante nosotros, incapaces de discernir entre ambos tanto como entre la verdad y la fantasía de lo que no queremos dejar de escuchar. Y si dije eso de indie no es postureo, aunque quede bien. Es por encontrar en una pieza lo que entendimos por indie en los 90, sin nostalgia. Al menos aquello que acerca lo indie al do it yourself, a una ausencia de espectacularidad vacía, al aprovechamiento de recursos básicos como pueden ser los de la narración oral y una dramaturgia de objetos, donde el modo de combinarlos entre sí genera efectos de simbiosis o contraste. Ambientes en los que nada es lo que parece y donde uno llega a pensar si Montaldo viene a ilustrar escénicamente el primer disco de Pony Bravo, tan amados por estas tierras keroxenianas, o si ese genial disco de los sevillanos, que le va como anillo al dedo, pudiera haber sido compuesto como banda sonora de la pieza, que lo es.

Me da pena que alguna de esa gente que quedó decepcionada por no poder ver a Pony Bravo en esta última edición de Keroxen no estuviera en el Leal. Habrían disfrutado. Tal vez no saben que muchas veces en el teatro también se celebra la rave de dios

Tras la función hablamos con Ernesto de mil cosas. De islas en Tailandia. De la conquista de Canarias. De mirar una encina. Vale, el vino estaba bueno, sí. Y la compañía. Pero también se oyó algo así como que en la medida en la que uno se rodea de belleza, las cosas se hacen más fáciles. Así que quien tenga una encina cerca, que la mire despacio. Pero está claro que dentro de esa frase descansa otro motivo más para seguir yendo al teatro.

 

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Las fotografías que aparecen en esta entrada son cortesía de Javier Pîno. Mil gracias. Si apetece ver más fotos, todas geniales, click aquí.

 

 

 

Ernesto Collado en busca de Montaldo en el LEAL.LAV