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ANALIZANDO EL NUEVO FASCISMO “El cristianismo en la época de la reforma no favoreció la llegada del capitalismo: se transformó en capitalismo” Walter Benjamin ‘El capitalismo como religión’. En unos breves apuntes, Walter Benjamin, el intelectual judeoalemán obsesionado con avanzar las claves de un futuro incierto, que lo mismo analizaba la urbe a través de Baudelaire que el arte de masas a través de Mickey Mouse, la mente más lúcida de su época y cuya muerte (¿suicidio?) en Port Bou (Girona) en 1940 es un auténtico símbolo de la miseria final de Europa; en uno de esos fogonazos traza, hace casi un siglo, unas claves fundamentales para entender las convulsiones contemporáneas, manifestación de los primeros síntomas de un cambio definitivo de era. En ‘El capitalismo como religión’, Benjamin plantea que el sistema capitalista es, en sí, una estructura religiosa y quizá la definitiva: extremadamente cultural, todo está dirigido a la celebración incansable del culto, en un constante ritual culpabilizante en el que la religión tiene como objetivo, no la expiación del ser, sino su autodestrucción, y en el que lo divino se incorpora a lo humano. Así, el superhombre nietzscheano es el primer devoto fiel de la religión capitalista, Freud ofrece la explicación para la eterna ocultación de Dios a través del inconsciente, y Marx sería un profeta del capitalismo inconverso. Al comenzar a arder Londres este verano, se estableció un rápido y encendido debate sobre posibles conexiones de esas revueltas con las revoluciones árabes o el 15M. Mi opinión es que son diferentes respuestas de distintos grupos a un mismo proceso de transformación: el que se manifiesta a través de la definitiva imposición del capitalismo como religión única y absoluta, con una generación (Baricco los denomina bárbaros -en el sentido de no hablar el idioma tradicional- y mutantes) cuyo discurso se expresa en un lenguaje y códigos radicalmente novedosos. Si las revueltas árabes serían el equivalente de las revoluciones burguesas liberales decimonónicas que exigían un radical cambio para poder desarrollarse, movimientos como los españoles o islandeses serían el equivalente a las revoluciones anarcosocialistas que trataban de corregir (o anular) el devenir de ese mismo sistema, mientras que lo ocurrido en Inglaterra, lo mismo que periódicamente en los suburbios parisinos, es la revuelta del brazo armado del nuevo fascismo, que exige su parte del pastel con un uso casi legítimo de la violencia (la moral hipócrita de poner el grito en el cielo por los saqueos, la misma semana que los vándalos de corbata de las agencias de rating saqueaban las arcas públicas europeas sin pedir que los antidisturbios fueran a por ellos) El jefe del ‘gang’ reclamaba lo que cree suyo (“Queremos el mundo y lo queremos ahora” cantaba Jim Morrison, musa poética de ese primer conato totalitario-libertario que fue Mayo del 68) por derecho propio: es el que siembra el terror (como las juventudes hitlerianas en la Alemania nazi), destruye la ‘polis’, cumple su función y exige su recompensa. Unos días después, centenares de miles de sopabobas vitoreaban en Madrid a un exmilitante de esas juventudes. Algunos los llamaron fascistas. Se equivocan: son simples retratos moribundos de una época que agoniza. Escucha recomendada para la lectura: LETHAL BIZZLE “Police on my back”Ampliación del Campo de Batalla por Carlos Robles