Más allá de las opiniones en contra y a favor de haters y fans de Juego de Tronos, hay que reconocer que la serie de HBO ha dejado algunos enormes momentos audiovisuales para la historia de la televisión y, por tanto, de la cultura y literatura oral contemporánea (la tan traída edad de oro de las series no es sino otra de las varias manifestaciones que confirman que entramos en un periodo histórico y cultural que está marcado por la decadencia de la cultura escrita, algo que necesita entender el mundo educativo con urgencia para dejar de ir dando palos de ciego, así en este asunto como también en muchos otros).
Pablo Iglesias se ha empeñado mucho en aparecer como autodeclarado fan de la serie en algo que va más allá del simple goce estético, ya que reconoce que el consumo de este y de otro tipo de productos culturales y artísticos le sirve en su praxis política para entender determinadas realidades de nuestra contemporaneidad y buscar posibles respuestas y propuestas. No es que en esto sea un genio visionario (la izquierda tradicional y más rancia, y de eso hay mucho incrustado también en Podemos, tiende a una mitificación de cualquiera de sus referentes en algo que siempre la ha mantenido cerca del espectro religioso) sino que muestra una de las mayores habilidades y valores, tanto de Iglesias como de algunos otros y otras líderes podemitas: ser gente con la suficiente cultura, formación e inteligencia para identificar las luces y, sobre todo, sombras de la estructura institucional de nuestro país. En este caso, Iglesias se muestra ávido lector de Slavoj Zizek como uno de los pensadores más relevantes del momento, especialmente, en su capacidad de análisis de la realidad basada en la observación de los productos culturales populares contemporáneos: cine, TV, cómic…
En sus dos últimas temporadas, GOT ha proporcionado algunos momentos de goce visual innegables en algunos episodios mayúsculos en ese sentido ('Casa austera', 'La batalla de los bastardos') pero quizá, en el imaginario colectivo permanezca como perfecto (anti)clímax de la serie en lo que, hasta ahora, ha sido uno de sus puntos fuertes -la relación entre espectaculares imágenes de acción combinadas con un contenido que busca constantes contrapuntos en su guión como las muertes de algunos de sus personajes principales- el episodio de 'La boda roja'. Sin necesidad de hacer spoiler podríamos resumir ese episodio como la perfecta planeación visual de una traición soterrada, de un giro que nadie espera y que significa la caída del héroe inmaculado, del redentor en su camino al trono. El relato, mil y una veces repetido en la historia de la literatura, de que la bondad o la inocencia, por el mero hecho de ser valores positivos y justos, no tienen garantizado ni mucho menos el éxito, y que son oscuras fuerzas que se mueven ocultas, en las sombras, las que determinan el rumbo de los acontecimientos vitales y, cómo no, políticos. El episodio recuerda mucho a, por ejemplo, la escena de Braveheart en la que un confiado William Wallace, en plena racha victoriosa de los rebeldes escoceses en su lucha contra el ejército inglés, ve cercano el triunfo y solo espera la ayuda de la nobleza escocesa y es vil -y lógicamente- traicionado por esta cuando está a punto de conseguir su objetivo.
Es habitual que en este tipo de episodios sorpresivos de traición o giro soterrado de los acontecimientos, esta sea ejecutada por altas instancias y personajes con mucho poder. El rico y poderoso conspirando contra el pueblo llano, contra el héroe o la heroína que lo representa. Quizá esa lectura 'clásica' de determinados relatos de ficción y no ficción haya podido condicionar a los dirigentes podemitas. Pero la realidad, tal y como nos recordaba Calderón, es algo mucho más complejo de lo que parece y sorprende que Iglesias y los suyos, a pesar de sus lecturas tan contemporáneas, no hayan realizado una lectura 'verdaderamente contemporánea' de la realidad que los rodea. Esto es algo que veníamos advirtiendo en estas humildes líneas desde hace ya algún tiempo. Toda esa parafernalia de 'asaltar los cielos', el hecho de creer en la posibilidad de una victoria real, en ese discurso mitificador que traza una delgada línea roja, muy sutil, entre Lenin y San Pablo (el de Tarso en este caso) se les volvió en contra, en forma de enorme bofetón la noche del 26J.
Quedaron noqueados, balbuciendo lo del discurso del miedo y esas cosas, sin aceptar que habían cometido un error descomunal: creer que ha habido, hay o habrá una mayoría que los apoye. Sorprende que gente tan ilustrada, formada y culta, a veces caiga en lecturas tan simplistas de la realidad, en la confianza de que un pobre va a estar contigo por el hecho de ser pobre (como si nunca hubieran leído -o se hayan negado a creer- las tesis de Marx y Engels sobre el lumpenproletariado, o que este país (lo digo con mayúsculas ESPAÑA) tiene una ‘base social progresista’ (sic), milonga que, en su momento, sirvió de perfecto eslogan publicitario al PSOE de los 80 para generar un estado de conciencia artificial que mantuviera movilizado e ilusionado a su electorado durante un corto periodo de tiempo (siempre y cuando aceptemos que el electorado de los partidos socialdemócratas europeos pueda ser calificado como de ‘izquierdas’ o progresista en su mayoría) Y lo más desconcertante de todo fue que se quedaron allí, con el puño en alto, cantando a ¡Quilapayun! (gran lectura de lo que debe ser una puesta en escena de un movimiento político supuestamente transversal en el siglo XXI) con la misma cara que se les quedó a los golpistas turcos que se levantaron engañados contra Erdogan, apaleados esa misma noche por una mayoría social de un país que, como el pueblo español ya mostró desde hace dos siglos, grita orgulloso “¡Vivan las cadenas!” y que ahora aplaude su detención, tortura, violación y puede que ejecución (que menos mal que es Erdogan, gran amigo de ZP, Rajoy y resto del club europeo, que si llega a ser Maduro, la que se lía).
Ahora ya solo queda decidir quién va a ser el que se encargue de decirle a Pablo Iglesias que él es Robb Stark y no Jon Nieve en todo este asunto.