“El hecho es que el trabajo sigue ahí tan solo para ocultar que no hay ya trabajo. De igual modo, la cuestión no está ya en la ideología del poder, sino en la escenificación del poder para ocultar que éste no existe ya.” Jean Baudrillard ‘Cultura y simulacro’
De los muchos eslóganes que se han exhibido y coreado en las múltiples manifestaciones y protestas el que más se ha acercado a la realidad de lo vivido estos últimos años ha sido ese que rezaba algo así como “no es una crisis, es capitalismo”. Se ha hablado de estafa, robo, complot, golpe de estado, etc. pero la realidad es más simple, dura y directa que cualquier interpretación de ladrones, mafias y conspiración tipo Club Bilderberg y esas tramas que, por supuesto, existen y cumplen su función: esbozar modelos de gobierno desde laboratorios teóricos alejados de la realidad de la mayoría. Eso no es un complot, es lo que hace cualquier científico en su laboratorio todos los días.
De este planteamiento erróneo se desprenden los continuos golpes contra la misma pared de los que militan a uno y otro lado de la trinchera: creen que el mundo se puede “transformar” o “cambiar” desde la acción política, una de las ilusiones que más muertos y esfuerzos en vano se ha cobrado la historia. El mundo se modela y se cambia desde el poder “real” y este poco tiene que ver con la política, más bien, en todo caso, con la filosofía. No es una contradicción que uno de los mejores exegetas del capitalismo fuera precisamente un filósofo como Karl Marx y que el que llegara a las últimas conclusiones de la verdadera dimensión real como “absoluto” imparable de ese sistema fuera otro filósofo heterodoxamente posmarxista como Walter Benjamin.
Esa ilusión en las posibilidades de la acción política (o antipolítica, que es lo mismo) igualan al asambleario del 15M con cualquier ministro. La sintaxis cándida y bienintencionada del tipo “disculpen, estamos cambiando el mundo” se iguala a la de “la luz al final del túnel”. Emplean una semántica que connota una eternidad de la que no se dispone, un exceso de teoría bienintencionada a la vez que banal. Como San Manuel Bueno, el cura ateo de Unamuno, unos y otros a ambos lados de la pancarta participan de la complicidad en la mentira: la de que esta crisis va a acabar o puede desaparecer si se cambian cosas. Pero, ¿quién se atreve a decirle a los millones (un tercio aproximado de la población) que el presente y futuro pasa por aduanas, puentes o una vida de miseria y semiesclavitud laboral en el mejor de los casos y que eso es una realidad inalterable?
La crisis ha acabado, de hecho, nunca existió. Es pura y simplemente capitalismo y - como el socialismo- no es ni será jamás un humanismo, sino algo totalmente humano… demasiado humano.
Escucha recomendada para la lectura: Black Box Recorder “Child Psychology”