Las democracias son como los concursos de música y arte. Están abiertos a todo el mundo pero suele ganar alguien que no lo merece, y todo esto sin que se tenga que hacer ninguna trampa (al menos ‘a posteriori’). Dos ejemplos, uno histórico y otro actual. Durante décadas, la mitad de los votantes italianos elegía opciones de extrema derecha e izquierda y eso no impidió una sucesión de gobiernos aparentemente democráticos, apañados y amañados, que favorecieron el resurgir económico de ese país en la segunda mitad del siglo XX (a la economía, en realidad, siempre se la ha sudado la política, los pánicos bursátiles de nuestros días son pantomimas de la “guerra contra la intervención económica” paralela a la “guerra contra el terror”)
De la primera ronda electoral francesa podemos extraer las mismas conclusiones. Más de un 40% del electorado votó por candidatos autodeclarados abiertamente como “antisistema”, y el sistema ha determinado que los dos candidatos finalistas sean no rupturistas. Para más INRI, el 70% de los votantes ha manifestado su descontento abierto, malestar y rechazo a unas políticas que todavía pueden salir victoriosas de ganar en segunda ronda el marido de Carla Bruni (de triunfar Hollande, tampoco es que el hombre vaya a tener mucha capacidad de maniobra, no hace falta ser Krugman para saber que este es un camino sin retorno hacia el precipicio).
Más allá del resultado final en Francia, me ha interesado el resurgir de figuras representativas de lo que ha sido el siglo XX y XXI, como la de André Glucksmann. El filósofo francés maoísta abanderado del Mayo del 68 que derivó en sarkozista y defensor de la intervención en Irak. Traidor y hereje converso para muchos. Perfectamente coherente en su trayectoria ideológica en mi opinión (del 68 a Lehman Brothers hay una perfecta coherencia libertaria conceptual), representa lo que fuimos y lo que somos. Ahora un tipo huraño y cabreado con su país (“no entienden la globalización, no la aceptan”). Un tipo brillante, de una inteligencia extraordinaria y que ha contribuido (como la mayor parte de la ‘intelligentsia’ de los últimos tiempos) a llevarnos a donde estamos.
Lo que vaya a suceder a partir de ahora sé que está (afortunadamente) en manos de otros, de gente alejada a mí, gente sin el peso de las citas, de las lecturas, de la “obediencia debida” a la intelectualidad de siempre (que le den a Sartre y a su puta madre), gente con otro tipo de inteligencia, la que de verdad vale, la emocional. Turno vuestro. Cómanse el mundo (pero háganlo de una puta vez). Por los que quedan pero, sobre todo, por los que ya no están.
Escucha recomendada para la lectura: Nacho Vegas “La gran broma final”