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“Vosotros sois la mayoría, número e inteligencia, pues sois la fuerza, que es la justicia (…) llegará un día radiante en el que los sabios serán propietarios, y los propietarios sabios. Entonces vuestro poder será total y nadie protestará contra él” Charles Baudelaire, ‘Salón de 1846. A los burgueses’

El día que se confirmaba que en España ya había oficialmente más de 6.207.000 parados coincidía con la puesta de largo de la (pen)última convocatoria de protesta social frente al Congreso de los Diputados. Esta vez, al menos, se agradecía la claridad en la definición de intenciones del colectivo ‘En pie’: queremos cambiarlo todo, ya y, si es necesario, a hostias. Un visitante, viajero en el tiempo del siglo XIX podría imaginar, dadas las estadísticas oficiales, que una turba imparable de centenares de miles de desarraigados desbordara la Carrera de San Jerónimo y se hiciera con el poder a sangre y fuego. Cualquier ciudadano de la actualidad conocía, sin embargo, cuál iba a ser el resultado: habría menos gente en esa convocatoria que en cualquier sala de multicines el día del estreno de ‘Los miserables’, el sufrimiento social compartido como ‘espectáculo colectivo’ a lo Guy Debord (esos desahucios televisados en las mañanas de Ana Rosa) y experimentado individualmente, en cambio, de manera vergonzosa y callada en la intimidad del hogar (a quien le quede casa que disfrutar, claro)

El mensaje ha quedado, al fin, alto y claro: la sociedad española es profundamente democrática. Confía en las posibilidades de un cambio futuro a través de las herramientas consignadas en toda democracia, basadas, ante todo, en el derecho a voto. Probablemente, el único problema que no ha tenido en cuenta la democrática sociedad española (y junto a ella gran parte de su izquierda política) es el de reparar en que ya se ha cerrado el modelo de democracia que se viene conformando en los albores del siglo XXI: un modelo del que desaparecen conceptos como justicia social, reparto o igualdad de oportunidades y en el que priman ante todo, conceptos como libertad e individuo. De la democracia social moderna a la democracia individual posindustrial. Y hasta que esto no se acepte, seguiremos en crisis, en tanto que transformación.

No hablamos de un modelo que sea una moda pasajera, producto de un posthatcherismo tardío. Hablamos de un modelo que ha venido para quedarse y que habrá que aceptar y asimilar, porque surge de nuestra propia condición, antes que seguir perdiendo el tiempo con historias de si son galgos o podencos.

La mejor lección que podríamos sacar de todo esto sería la de no crear en las generaciones futuras falsas esperanzas (modelos sociales finiquitados como el del Estado del Bienestar) y, sobre todo, no repetir los malditos errores que nos han llevado a donde estamos: creerte con derecho a una vivienda y trabajo fijos e hipotecar tu vida en función de ese ideal absurdo, pensar que puedes tener derecho a dejar de trabajar llegada determinada edad, fundar una familia y tener hijos que sacar adelante, estudiar y formarte (o dejar de formarte) para hacer lo que te gusta y no lo que te puede dar de comer, o no perder el tiempo escribiendo artículos como este y poder dedicarlo a asuntos materiales más provechosos. Y es que, hasta los que hicimos el amago de leer a Marx en su momento, no nos enteramos de cuál era el verdadero mensaje. Primero la infraestructura, estúpido.

Escucha recomendada para la lectura:Billy Bragg ‘Which side are you on?

 

Ampliación del Campo de Batalla, mayo 2013