"La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando". Romance de la luna, luna, del amigo Federico.
Nota previa.
Se denomina ataraxia (del griego ἀταραξία, 'ausencia de turbación') a la disposición del ánimo propuesta por los epicúreos, estoicos y escépticos, gracias a la cual un sujeto, mediante la disminución de la intensidad de sus pasiones y deseos, y la fortaleza frente a la adversidad, alcanza el equilibrio y finalmente la felicidad, que es el fin de estas tres corrientes filosóficas. La ataraxia es, por tanto, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos.
Antes de.
He vuelto a hacerlo. Estos días he pensado desde cuándo. He conseguido meter y mantener al animal en una jaula. Meter y mantener. Le he plantado cara a todo lo que siento que vive por sí mismo y lo he acorralado bien en mi interior, creyendo que lo que queda es la vida, que con lo que queda se puede vivir más tranquilamente. Y me he intentado convencer de que 'tranquilo' significa un cuerpo del que se ha desterrado la emoción, un cuerpo como un desierto donde ésta no encuentra oxígeno y en el que los afectos se han estrangulado meticulosamente. Y así vivir y crear al margen de lo que me mueva, para ser el único motor. Claro, luego, por la noche, las cerraduras de la jaula se disuelven. El animal sale y es mil animales que trotan, vuelan, reptan, cavan, nadan en un terreno al que no accedo. Y veo que soy yo quien está cercado por su salvajismo, queriendo creer que yo es más esto que resiste que el campo abierto de lo inexplicable.
Impregnaciones.
Cada vez que escribo aquí aprendo algo nuevo y comprendo también lo poco que se. La serie de cosas que veo y comento es un desfile de espejos que me devuelve otro de reflejos. En concreto, el espejo de Mónica Valenciano no es cóncavo como los de Valle-Inclán, sino nítido y claro. Devuelve la imagen de quien se mira y su entorno, abarcable solo con la mirada. Y lo que muestra es nada más (y nada menos) que la verdad. Y es que nos podemos contar historias fascinantes y sin embargo nada es más inquietante que eso, cada verdad reflejada mirándose en ese espejo, conociéndose. Se abren aquí dos caminos: el de un comentario al uso o el que lleva a seguir al conejo blanco, a dejarse guiar por lo desconocido, a pasar al otro lado. Encontrar a esta artista ya supuso esa bifurcación, e igual que al hacer el taller, en la vida, seguimos al conejo, dejemos que este blog sea parte de la vida y lancémonos sin saber.
Catorce personas hemos tenido la suerte doble de ver la pieza de Mónica Valenciano y haber trabajado con ella en el LEAL.LAV durante tres días, un periodo corto pero más que intenso. Acudimos expectantes a un taller coreográfico en el que lo primero a trabajar (oh, sorpresa) es la voz, y con ella la respiración. Mover la voz como un cuerpo libre que baila dentro del cuerpo y lo remueve, abriendo poco a poco las jaulas que recluyen cada animal, dejándolos pasear por toda la geografía del cuerpo. Pero ya dije que el animal es mil animales, y repta, y cava, y trota, y nada.
A lo largo del taller, que pareció enorme, los cuerpos se van soltando de lo que decimos que son. El conejo nos guía hacia una fragmentación donde cada parte busca un movimiento autónomo, y la fragmentación nos devuelve armonías de colores cada vez más variados. Así pasamos a dejar a nuestros cuerpos relacionarse con otros y a observarlo, junto a las tensiones que esto genera en el espacio. Y es cuando los cuerpos casi ya están bailando que entra en juego la palabra, y con ella la poesía, que la invade para luego teñir el cuerpo y su movimiento.
Me he resistido mucho tiempo a un enfoque poético en lo que hago en escena. He querido ser sintético. Estar solo en la forma, pensando la emoción y lo poético como una posibilidad que llegaría después. No me equivocaba. Era una opción. Tal vez la de quienes nos hartamos de tanto lirismo y sentimiento, de los que ya tenemos de sobra peleando con las emociones fuera de escena. Pero la emoción y lo poético son animales, y seguirán siéndolo incluso en sus jaulas, más allá de nuestras pobres intenciones.
Por eso nombramos con Mónica los movimientos que hacemos. Los titulamos sin juicio, como niños que juegan a decir el mundo por primera vez. Luego, dar esas palabras a la interpretación de otro. Ver su traducción en el cuerpo. Comprender cómo algo que llamamos significado se mueve inaprensible entre quien dice y quien hace. Y en el aire que se mueve con quien baila. Porque el génesis era eso, ¿no? Primero fue el verbo y con él la acción. Decir es hacer, y ya hay movimiento antes de que el verbo suene. Pensar también desde ahí la danza.
Los ojos de Mónica Valenciano.
Alguien me preguntó qué estaba aprendiendo en el taller con Mónica. No entiendo por qué me sorprendí diciendo algo así como 'a ver cómo mira'. En la pieza, como en el taller, su presencia es un caudal en el que surfea, que maneja y por el que se deja manejar, capaz de inundar el espacio o concentrarse en una gota que se resiste a caer, frágil y completa.
Se me hace difícil, me siento inútil comentando el trabajo que vimos. Porque la pieza (como el taller, todo es lo mismo) nos muestra, más que decirnos, la falla del lenguaje. Sus grietas: La palabra que nombra la cosa no es la cosa. Y hay lenguaje en todo lo que hace(mos), no solo en la palabra. Pero en esa trampa del lenguaje quedan restos de sentido. El lenguaje es una red de significado llena de agujeros que llevan a otra red. Ella los conoce, los ve y los transita. Por eso cuando miro los ojos de Mónica Valenciano, cuando miro su mirada, se que veo a alguien que ve algo invisible. Cualquiera podría decir que no está aquí. Y esa es la impresión que puede dar toparse con otra persona que está más en el presente que la inmensa mayoría.
Dentro de esta mujer hay muchas otras. Una multitud que vocifera y un silencio inquebrantable. Una a una nos miran, nos cuestionan, salen a jugar con nosotros, nos divierten, nos perturban o nos acusan. Y cada realidad emerge mientras ella va de red en red, o está en todas a la vez. Y sí, Mónica Valenciano también se mueve en el espacio, pero ese no es el único lugar donde baila.
Su movimiento parece tener un código ancestral y secreto. El butoh querría bailar con ella, pero lo suyo viene de más atrás y más adentro, de una tradición y un algo único que tiene que ver con una forma intransferible de percibir la realidad y ser parte de ella. Lo que ocurre con lo innato cuando le llega toda una vida de duro trabajo. Y a las etiquetas de estilo se les borra lo que tienen escrito si alguien intenta colocarlas sobre algo tan honesto.
After.
Impregnaciones termina lentamente con un largo, largo fundido a negro en el que nos agarramos a la última imagen, porque venimos saltando de una a otra, todas de una luz tan delicada. No queremos que la artista se vaya. Porque ha sacado su cuaderno y lo ha hecho volar ante nosotros. Como él, se ha abierto, haciendo legible un código secreto. Y en un ramillete de instantes nos hemos dado cuenta que todo el espacio escénico era ella.
Esta vez me doy prisa en salir de la sala. Qué frío hace en La Laguna. Pero no me llega contento ni entusiasmo. Simplemente estoy mareado, como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Y aturdido. No quiero que nadie me hable. Se me pasa poco a poco, pero algo, no se qué, algo se me ha agarrado por dento. Y desde entonces no quiere soltarse.
Siento que esta entrada no hace justicia al cuidado trabajo que esta artista compartió. Pero cómo comentar lo invisible. Tal vez demos las gracias mejor y sin querer cuando a la hora de movernos notemos que estos días con Mónica han pasado por nosotros. O ahora que por más que busco en los bolsillos no encuentro el manojo de llaves de la jaula, y no consigo darme cuenta si recordé cerrarla o no.
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Créditos y descréditos :