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“Los manifestantes toman píldoras y están borrachos” Muamar El Gadafi, líder de la revolución libia (signifique eso lo que signifique) Escribo esto sin saber qué va a suceder con la revuelta libia (es lo bueno que tiene esta columna de opinión vintage, escrita mensualmente en contra de la tendencia contemporánea del blog y el twitter), aunque uno se puede suponer cualquier cosa, ninguna de ellas buena (eso sí, los libios tienen la fortuna de tener petróleo, no como los pobres desgraciados ruandeses, a los que dejaron masacrarse durante semanas: eso pasa por ser negro y pobre). De lo que sí puedo opinar es de la figura de Gadafi y la posibilidad de disfrazarse de él estos carnavales (tal y como hace un año invitaba en estas mismas páginas a disfrazarse de godo), sin que ello suponga un insulto a los que luchan por la libertad en el país norteafricano: quiero recordar que hasta hace unos días era aliado estratégico de Occidente, tras el viraje motivado por el miedo antiislamista de la última década y que en los 70 era un líder atractivo para nuestra izquierda política, con ese look entre discoteca Joy Eslava y Omar Shariff metido a supuesto revolucionario político. Más allá de lo que suceda con ese personaje nauseabundo, imposible cruce entre concejal de fiestas y líder de secta integrista, sí debo reconocer que deja un impagable documento para la posteridad: su delirante y caótico discurso de más de una hora con ese atrezzo de remake pobre de ‘El planeta de los simios’ meets ‘Águila de acero’, que simboliza a la perfección la paranoia absoluta de nuestra sociedad (sí, ÉL ES de los nuestros). Si las cintas de Nixon y su discurso de despedida sancionaban semánticamente la instauración de la América desquiciada, víctima del triunfo de la locura libertaria, el dadaísta balbuceo empastillado del dictador magrebí sanciona definitivamente el advenimiento de la aldea posmoderna global, esa cargada de miserables chozas de supuesta inteligencia, producto de haber exterminado cualquier vestigio de lógica y razón en nombre de una libertad por la que ahora, en los países árabes, mueren muchos valientes, sin darse cuenta de que se han jugado la vida por su acceso al mercado y la ley del deseo (eso es lo que aterroriza al integrismo islámico, el imparable rodillo que conforma el poscapitalismo contemporáneo, los líderes islámicos radicales son conscientes de que su propia desaparición es sólo cuestión de tiempo). Los rebeldes creen que luchan por la libertad y la democracia, cuando en realidad luchan por su cuota de porno en Internet, su derecho al Carnaval, las rebajas de enero y el programa de cotilleo y el partido del fin de semana. Una religión demasiado atractiva para no morir por ella. En pocos años, decepcionados, se cagarán en todos sus muertos (nunca mejor dicho) y, entonces, sí se emborracharán y empastillarán de verdad y con razón. Incluso más de uno se disfrazará de carnaval. Escucha recomendada para la lectura: El Columpio Asesino ‘Toro’Ampliación del Campo de Batalla