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La posiblidad de un mundo
“Me sorprendió darme cuenta de que los teóricos de la física rinden un insistente homenaje, cada vez que les preguntan, al lenguaje poético” M. Houellebecq ‘El mundo como supermercado’ En la década de los 90, cuando uno preparaba su doctorado sobre teoría literaria (era otra época, uno podía dedicarse a perder desvergonzadamente el tiempo en cuestiones tan banales como la literatura, la filosofía o la estética) estaba muy de moda la llamada teoría de los mundos posibles, que suponía el (pen)último intento de esquematizar las relaciones entre el mundo real y los llamados ‘mundos posibles’ que se dan en el terreno de la ficción. Estos mundos serían entidades con vida y reglas propias, creadas a través de su universo semántico, paralelas a la realidad en la que nos vemos inmersos. Esta perogrullada al menos sirve para entender mejor determinadas cosas: desde por qué un fan de ‘Harry Potter’ puede vivir Hogwarts como algo más ‘real’ que su propio colegio o apreciar la propuesta ficcional de J.J. Abrams, perfectamente resumida en ‘Lost’ o ‘Fringe’. Hemos defendido con anterioridad una evidente similitud entre los modelos ficcionales más habituales: los del arte o la religión, por ejemplo, con otros que, en principio, parecerían más alejados de estos de lo que realmente se encuentran, como sería el caso de los ‘mundos posibles’ de la llamada economía de mercado y financiera. Partiendo de una misma base ontológica, unos narradores (las agencias de rating, por ejemplo) elaboran un discurso ficcional en torno a un determinado ente (la deuda soberana de España o Italia) y comienzan a aplicar abstrusas relaciones semánticas para configurar un modelo de realidad que a ellos (o a sus postores, los inversores) les interesa. El problema reside en el momento en que ese modelo ficcional (el que otorgaba un crédito de excelencia a Islandia o a Lehman Brothers) opera sobre la realidad tangible de una manera negativa, que es lo que está sucediendo en estos tiempos. Los humanos siempre hemos experimentado la necesidad de que nos cuenten cuentos, de ahí nuestra obsesión por dotarnos de discursos metafísicos y religiosos para no descentrarnos. El ‘cambio de era’ al que se alude con insistencia últimamente sería el cambio definitivo de narrador y de discurso, del religioso al económico. De ahí el odio profundo que el integrista religioso siente hacia la economía de mercado y el capitalismo (más ‘anticristos’ que el propio materialismo dialéctico marxista) y la violencia extrema (ya sea en Oslo o en Islamabad) con la que se manifiesta. La aplicación de modelos ficcionales a una realidad con la que no cuadra (un hecho de una irresponsabilidad gravísima) la han realizado centenares de iluminados a lo largo de la historia, desde Pablo de Tarso a Pol Pot. Los millones de muertos que han generado los exégetas de estas ficciones creadas por individuos como Cristo, Mahoma o Marx, van a ir a pasando a la nómina de los iluminados de Fitch o Standard & Poor’s en el corto plazo. Carlos Robles Escucha recomendada para la lectura: Mogwai ‘You don’t know Jesus’Ampliación del Campo de Batalla, por Carlos Robles