Siempre ha existido un mercado para el arte. Sabemos lo que vale un buen cuadro, un libro o un par de entradas para un buen espectáculo. Pero de alguna forma, cuando se unen las palabras cultura y mercado saltan chispas. No es el caso de cultura de mercado, pero sí el del término ‘mercado de la cultura’ o ‘mercado cultural’.
Sin pensarlo demasiado, la frase parece tener cierto componente especulativo y hasta peyorativo. Como si siempre hubiéramos creído que la cultura no tuviera precio, como si fuese un patrimonio y un derecho inalienable de cualquier habitante del planeta, tal y como parecen ser también las palabras ‘educación’ o ‘sanidad’. A estas alturas se habrán dado cuenta de que ninguno de estos ejemplos es válido para sostener la inviolabilidad de estos términos.
En el siglo XXI la cultura se vende porque ya no es la palabra obtusa, abstracta y casi divina que fue en la antigüedad. Sabemos que como idea ha vivido mejores momentos y que como definición hoy en día está más que sobrevalorada, hasta el término ‘cultureta’ está denostado. A una persona que habla con cultura se la tacha de pedante. Afortunadamente está más que comprobado. El saber sí ocupa lugar, y además tiene un coste.
¿Cuánto cuesta convertirse en artista?¿Por qué tengo que vender mi obra para sobrevivir?¿Cómo puedo hacer dinero con la obra de otros siendo un intermediario entre artista y público? Estas y mejores preguntas figuran en el apartado de preguntas frecuentes o ‘FAQ’ de cualquiera que se dedique al comercio de la cultura, y son cuestiones tan actuales y tan inocentes que ya nadie se escandaliza. Hablamos de vender productos que cuestan dinero y de comprar servicios únicos y especializados.
a estas alturas no se ha establecido una gran industria de la cultura que gestione las ventas y los gustos del consumidor
Aunque a estas alturas no se ha establecido una gran industria de la cultura que gestione las ventas y los gustos del consumidor, sí que existen ejemplos de control artístico como ocurre con la industria discográfica que directamente indica al público cuales son los buenos artistas y qué discos o canciones debe comprar. Pero no sólo al público, como ya sabrán esta poderosísima industria también sugiere a programadores, gestores culturales y a técnicos de ayuntamientos los productos que debe contratar.
Luchar contra esto es un disparate. Ya es demasiado tarde para la música. ¿ O no?. ¿Tendremos la misma suerte con el resto de las artes?
A partir del sábado 12 y hasta el 16 de julio de 2017, Santa Cruz de Tenerife vivirá unas jornadas dedicadas expresamente al mercado de las artes performativas. Y que ofrecerá para el público general un buen montón de propuestas artísticas en diferentes espacios de la capital, aunque más allá de eso ofrece encuentros de programadores culturales del Atlántico Sur con artistas que esperan llegar a buenos acuerdos durante citas y ruedas de negocios. Sin intermediarios, vendiendo sus servicios cara a cara, directamente de comprador a vendedor. Mapas, ofrece también herramientas para que estos acuerdos lleguen a buen término, con una oferta formativa y de charlas para aprender a vender bien sus productos y servicios culturales.
La celebración de eventos como ‘mapas’ da esperanza a las personas que somos sensibles a las artes, a la cultura, y también a las músicas. No tiremos la toalla todavía. La idea de que existan alternativas al frío comercio material que impone el mainstream es alentadora. El hecho de que los programadores se muevan para recibir abiertamente las ofertas de diferentes artistas es todo un logro, y más aún cuando estas propuestas provienen de un ‘no mercado’ underground y prácticamente desahuciado y que a priori no tiene por qué suponer un goloso beneficio económico para el contratante.
Que este mercado sea pequeño o independiente no resta valor a una iniciativa que da un paso al frente para situar y orientar a quienes vivimos y bebemos de esto en los diversos mapas culturales posibles.