A veces la literatura se sale con la suya y de las páginas que la contienen y se muestra ante nosotros como una realidad. Podría ser que antes de ser literatura ya lo fuera y que la propia realidad se escribiera de atrás a adelante, como en el relato de Julio Cortázar, Casa tomada, donde todo comienza de manera sensata para, poco a poco, ir oscureciendo toda señal de cordura, todo atisbo de realidad.

Eran las primeras horas de la mañana de un naciente día de invierno lagunero, ese tipo de mañanas de por aquí en las que en el aire y en la luz algo hace presentir un cambio. A no ser que estemos atentos ese cambio se sostendrá en otra realidad contraria a las leyes naturales y nos lo perderemos.

Nadie tocó a la puerta, pero los habitantes de la casa dejaron que ese aire y esa luz  se adentraran en las diferentes habitaciones y las fueran tomando.

La casa guarda los recuerdos de todos los que la vivieron. Cada habitación cuenta su historia. Cada peldaño de la escalera está al corriente de las subidas y bajadas. Las puertas reconocen los portazos, también las bienvenidas. Los grifos hablan, gotean su lenguaje de símbolos. Las ventanas muestran los sueños, también las despedidas.  Las baldosas del pasillo soportan las idas y venidas. Pero lo que la casa desconoce es lo que está a punto de suceder. Ese aire y esa luz,  que comenzó tímidamente a ocupar la planta baja, ya no deja sitio a los de arriba. Los habitantes deben ir abandonando poco a poco sus estancias porque la casa ha sido tomada.

Desde el 12 de diciembre hasta el 5 de enero, el número 7 de la calle El Juego va a ser Casa tomada.  Cuatro de las habitaciones de la planta albergarán como en una irrealidad, como si fuera una ficción, el mercadillo de navidad que este año se muestra inquietante, un casa tomada de antigüedades, cachivaches y lámparas, ropajes, bisutería y demás tesoros. Nada más vamos a contar, sean ustedes testigos de la retórica y acérquense a Casa tomada.