Todas las librerías esconden joyas. Pero no los clásicos de la literatura encumbrados por la crítica y el público, sino ejemplares modestos, silenciosos, tesoros que solo descubren los verdaderos lectores, que comparten existencia en las estanterías con los best sellers. 'Dar que pensar' (Cuadernos del vigía, 'Colección aforismos', 2014) es uno de estos exquisitas joyas. Es el compendio de sentencias con el que Sergio García Clemente (Santa Cruz de Tenerife, 1974) obtuvo en diciembre de 2013 la primera edición del Premio Internacional José Bergamín de Aforismos.
El poeta y abogado tinerfeño presenta este viernes 23 de mayo, a las 20:00 horas, en la Librería Lemus de La Laguna, su primer libro dedicado al género aforístico -un híbrido entre la poesía, el pensamiento y la ciencia- con el que nos invita reflexionar. Si el siglo XIX fue el de la novela, ¿será el pensamiento fragmentario el género de nuestra centuria?
LAGENDA.- 'Dar que pensar' es el resultado de haber sido ganador del I Premio Internacional José Bergamín de Aforismos. ¿Es, como afirma uno de tus aforismos, “el mejor de los regalos”?
SERGIO GARCÍA CLEMENTE.- Sí, yo lo que espero cuando leo un aforismo es que me sacuda, que me conmueva, que me haga reflexionar y que me permita acceder a una visión nueva de las cosas. Si ocurre así siento que me han hecho un gran regalo. El objetivo último de mi libro es tratar de establecer un diálogo con el lector, intentar llevarle un poco, como decía José Bergamín, “a seguir hasta el fin su propio pensamiento”. Si este fenómeno ocurre una sola vez, con un solo aforismo, con cada lector de mi libro, ya me daría por satisfecho.
L.- Aunque has cultivado otros géneros, este primer libro está dedicado al de los aforismos o dichos, que en la actualidad están viviendo un auge importante gracias a internet y las redes sociales. ¿Vivimos en la cultura de la brevedad?
S.G.C.- Sí, es un hecho, vivimos en la cultura de la brevedad, y más concretamente, como dice el poeta y aforista Eduardo García, de la “comunicación entrecortada”. Sin embargo, yo trataría de diferenciar entre mensajes como por ejemplo, el tuit, que es efímero y en el que cabe todo, frases ingeniosas, humorismo o incluso insultos, del aforismo, que trata de perdurar y que, en mi caso, tiene la ambición, no sé si siempre alcanzada, de ser literatura.
L.- Ya desde el siglo XX se viene hablando de que la verdadera poesía, el gran poder de las sentencias inteligentes, está más en todas partes, como letras de canciones, guiones cinematográficos, SMS, blogs, tuits, que en los propios libros, vistos ya como algo arcaico. ¿No crees que este libro, o su publicación, es una paradoja en este sentido?
S.G.C.- Yo no lo veo del todo así. Desde luego, los buenos poemas y los buenos aforismos lo son con independencia del formato que se adopte para su plasmación. Y dentro de estos formatos, el libro, tanto físico como electrónico, sigue siendo uno de los más adecuados y utilizados. Es verdad que el auge de las nuevas tecnologías ha desplazado al libro, pero muchos seguimos pensando que el libro físico tiene un encanto especial, la textura de las páginas, el olor, la portada, una serie de cosas que, sin despreciarlos, lo hacen preferible a esos otros formatos.
L.- ¿Cuánto tiempo de ingenio, dedicación y pensamiento hay detrás de los más de 200 aforismos que forman parte de este libro?
S.G.C.- De ingenio intento que haya poco, porque creo que uno de los grandes peligros en los que puede caer un aforismo es la ingeniosidad vacía, el fuego de artificio. Dedicación tampoco hay mucha, en mi caso escribir aforismos es una tarea que no me requiere demasiado tiempo, quizás una o dos horas al día y, en este sentido, lo que me exige mayor dedicación es la corrección, podar los aforismos, eliminar lo que no sea esencial, desecharlos si no funcionan. Pensamiento sí que hay un poco más, aunque no siempre, porque los aforismos a veces surgen, como los poemas, fruto de una especie de intuición o revelación, son dictados, como digo en uno de los aforismos del libro, por una sombra.
L.- ¿Es este conjunto de sentencias un reflejo del mayor ejercicio de libertad? Esto es, decir lo que piensas sin tapujos ni moralinas.
S.G.C.- Sí, para mí desde luego es así. En lo que pudiéramos llamar la “vida real”, con su trajín y sus premuras, me ocurre que rara vez puedo pensar con claridad, a veces creo que solo puedo pensar bien sentado en mi mesa de trabajo. En los aforismos que escribo trato de ser sincero y veraz o, al menos, trata de serlo el personaje que en el fondo creamos todos.
L.- Como ocurre con muchos cultivadores del género, en este libro vemos aforismos que contienen pensamientos, teorías o sátiras (“Para conocer a alguien también es útil contemplar su silencio”), otros rehacen dichos populares (“No es que el tiempo lo cure todo. Lo arrasa”) y los hay que describen paradojas (“El conocimiento nos va conduciendo a una sabia ignorancia”), incluso algunos que juegan con el lenguaje (“La alineación nos mantiene alineados”). ¿Tienes alguna influencia o referencia?
S.G.C.- Sí, sobre todo de aforistas que centran su escritura más en el pensamiento que en la poesía. De entre los autores contemporáneos mi favorito es Ramón Eder, todo un maestro del género, en el que podemos encontrar todos los elementos que señalabas antes. Y entre los más clásicos siento especial predilección por Lichtenberg, por su humor, inteligencia y clarividencia.
L.- Se dice de este género que desde su aparición en la Antigüedad se han adoptado como formas de lanzar disparos de inteligencia sobre los grandes enigmas de la existencia, sin embargo, de tu trabajo, el jurado que te otorgó el premio en Granada ha destacado que tus frases no caen en el moralismo aleccionador. ¿Es la mejor forma de conducir hoy en día a la reflexión?
S.G.C.- Creo que sí, no hay nada peor que leer a un escritor que parece que te esté echando sermones o diciéndote lo que tienes que pensar o hacer. Es preferible utilizar la sencillez y la sugerencia y huir de las frases grandilocuentes o excesivamente moralizantes.
L.- ¿Cuánto crédito crees que tiene hoy la palabra?
S.G.C.- No le doy mucho crédito hoy en día a la palabra, creo que las palabras han perdido gran parte de su sentido debido a la utilización interesada que se ha hecho de ellas, sobre todo en el ámbito político y económico. Pero también creo que en la literatura aún sobrevive un reducto en el que las palabras mantienen su sentido, sobre todo en el caso de escritores que muestran un respeto especial por ellas, que tratan de decirlas como si se pronunciaran por primera vez.
L.- ¿Son los aforismos un ejemplo de que la verdad siempre tiene algo de ilógico?
S.G.C.- Sí, un buen aforismo intenta siempre dar la vuelta a la verdad, ser un poco subversivo, huir del lugar común o mostrarlo donde no se apreciaba. Más que algo de ilógico, la verdad, como dice Miguel Ángel Arcas, “nunca es suficiente” y ese es el motor que me pone en marcha para escribir aforismos, intentar dar mi propia versión de los hechos.
L.- ¿Se puede enamorar a alguien con una frase? ¿Y matar con la palabra?
S.G.C.- Yo creo que la respuesta ambas preguntas es afirmativa. Uno cuando escribe aforismos tiene la ambición más o menos explícita de que alguno de ellos perviva en la memoria del lector lo que supone “enamorarlo” en un sentido bastante amplio. Y matar a alguien desde luego. Todos podemos padecer el infortunio de leer o escuchar una frase que nos acompañe después como una losa durante toda la vida.
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