El “Decíamos ayer...” fue lo que se supone pronunció en 1577 Fray Luis tras ser encarcelado ¿Sus delitos? Humanismo, mentalidad abierta en sus ideas religiosas... ¿Los cargos? Patrañas inventadas por los correveidiles de turno, rebosantes de envidia y odio en las luchas intestinas porel poder religioso y educativo. En 1930, tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera, Unamuno, que había sido represaliado y exiliado por ese régimen, regresa a su cátedra salmantina y vuelve a pronunciar el “Decíamos ayer...” como homenaje y símbolo de la resistencia inteligente frente a la ignominia.
La ideología autoritaria siempre ha odiado a la inteligencia crítica, íntima amiga del pensamiento divergente. No nos equivoquemos, el pensamiento autoritario no es idiota, fomenta la idiotez, pero no habita en cerebros de idiotas. El autoritarismo siempre ha perseguido esa divergencia crítica: lo hizo la Contrarreforma católica con Fray Luis o el nacional catolicismo con Unamuno. El autoritarismo es un pensamiento monista, unívoco, no soporta la heterogeneidad. Esto suele manifestarse en su persecución constante en terrenos donde la evolución del pensamiento liberal e ilustrado ha logrado sus mayores cotas: el arte y la filosofía. El pacto ficcional, que se supone domina a toda obra artística - y se extiende a campos cercanos como el humory la publicidad, tal y como advirtieran Roman Jakobson y diversos estudios estructuralistas sobre estos lenguajes y códigos -, nunca ha querido ser entendido ni admitido por el pensamiento autoritario.
Las sociedades que, completa o parcialmente, no respetan ese pacto ficcional, dejan entrever ese sesgo autoritario, alejado de las libertades y la democracia. Es el caso paradigmático del extremismo religioso, desde la “fatua” contra Salman Rushdie hasta “Charlie Hebdo”, o incluso el autoritarismo de lo “políticamente correcto”, como en el juicio a Houellebecq por la presunta incitación al odio xenófobo (sic) de novelas como “Plataforma” y que tuvo que contar con la presencia de Arrabal, mito literario de la resistencia antifranquista, para hacer ver a los franceses que la cosa se les había ido de las manos.
Hasta ahora, toda esa persecución y caza de brujas (desde el jomeinismo al macartismo, desde el estalinismo al nazismo) había tenido como objetivos una lista interminable de nombres consolidados en el mundo del arte y del pensamiento. Es el autoritarismo premoderno y moderno por excelencia. Hoy, la digitalización social, está provocando la aparición de un “postautoritarismo” que se distingue por perseguir al “no famoso”, a la masa no reconocida. No se persigue la “auctoritas” de la verdad ilustre (esa ya está vencida), ahora, se persigue la idiotez anecdótica y se la condena aleatoriamente con dureza. No hay ya una cacería de la inteligencia crítica - no hace falta -, sino de la estupidez y banalidad masivas. Digamos que el postautoritarismo busca la definitiva consolidación de una idiotez pura y no híbrida. Somos, en ese sentido, un modelo para la sociedad por venir, justo como en el 36, el año en que Unamuno le espetó a Millán Astray aquello de “Venceréis, pero no convenceréis”. Pues eso...