“LOS MISERABLES”. Asociación de Teatro El Paseadero.Teatro Cine Los Realejos, domingo 12 julio de 2015.
¿Para qué me meto yo en hacer la crítica de un grupo de personas unidas con el fin de divertirse? Pues para que conste que soy muy vago y sé que no tendré ni tiempo, ni ganas, para tener una charla sobre teatro con el director, Don Gerardo Fuentes, todo un Doctor en Historia del Arte. De paso, hablo un poco sobre sociología teatral. E intentaré, dado el caso, tocar lo de la didáctica de soslayo. Aunque sólo sea para que la gente de mi pueblo tenga otra perspectiva.
Asisto a la última de las tres representaciones perpetradas en el Teatro Cine de mi pueblo bajo la dirección de don Gerardo. Abandoné la sala antes de que atacaran un bis, a modo de “cómo se hizo”, que el director se sacó bajo la manga para mayor gloria y boato de su santísima mismidad. El espectáculo empezó en la calle, abarrotada de público esperando que abriesen las puertas del teatro. Gran mérito del grupo El Paseadero, llenar la sala por tercer día consecutivo. Un fenómeno que ocurre en contadas ocasiones. Ahí estaban amigos y familiares del nutrido elenco, el jefe de prensa del consistorio peperiano husmeando chascarrillos partidistas, curiosas y curiosos como un servidor, el director de teatro de las escuelas municipales, y otras personas con ganas de pasar un rato agradable.
El Paseadero tiene un clientelismo fiel, tan fiel, que condiciona incluso las decisiones políticas y le permiten despilfarros como el del año pasado, concediendo el capricho al director de representar su Don Juan Tenorio en la Rambla de Castro, con el derroche de luces y sonido que ello supuso, porque quiso don Gerardo una puesta en escena soberbia. Es lo que siempre ocurre con El Paseadero: el continente supera con creces al contenido. Ya sobre las tablas, reconozco que mover a casi treinta personas en una obra coral, musical para más señas, es tarea complicada. Alabo a todas y cada una de las personas que se entregaron con entusiasmo en el escenario. Enorme su trabajo en ensayos para cuadrar todo aquello. Es una prueba de la ilusión que es capaz de generar el teatro. De lo que es capaz de movilizar. Y hasta aquí lo sociológico.
Ahora charlaré a solas con el Director. Don Gerardo… ¿Cómo se atreve? ¿Qué le han hecho esas criaturas? ¿Qué sabe de dirección teatral, realmente? Porque si supiera, si tuviera un mínimo respeto por ese arte, no haría lo que hace y se dedicaría en exclusiva a la docencia y la investigación. Sólo la ignorancia, que es uno de los instrumentos del valor, aunque no el más recomendado, impulsa a arrojarse en el abismo de un musical (porque están muy de moda ¿verdad Don Gerardo?) con tantas personas sobre la escena, que encima remeda a “Los Miserables”.
Una de las voces se aproximaba. Sólo una. Y no vale decir que el mérito está en conseguir que gente del pueblo se atreva con el propósito: para eso están los pesebres vivientes, las procesiones, o la Passió d’Esparreguera, d’Olessa, o de Cervera. El escenario estaba repleto de personas sin formación teatral, salvo algunas. Casi ninguna con formación vocal. El resultado rozó lo penoso. Lo salvaron la entrega y el corazón de la gente que habitaba la escena. Pero un Director, así, con mayúscula, se debe a su CRITERIO, y de eso anduvo escasa la tarde. La elección de la obra ya marca la magnitud de la tragedia. Me dirá usted que es misión de El Paseadero “llevar la cultura teatral a los que desconocen el mundo de la cultura escénica”, como reza en su presentación del Facebook. Flaco favor si se toma como base la obra elegida. Primero, por oportunista; segundo, por arrogante. Así se entiende que la selección de los temas y el desarrollo resultasen tan poco coherentes, y el conjunto tan deslavazado. Tampoco se entiende que, incluso las personas del elenco con formación teatral, interpretaran con tan desmedida sobreactuación y declamasen con tan patética voz. Que el único mérito consista, repito, en mostrar al espectador clientelista lo que es capaz de hacer un director con sus pupilos, es poco mérito, Don Gerardo, bien poco. Porque además, es lo que hicieron: poco. En cantidad de ocasiones se rozó el ridículo.
El montaje no aporta nada nuevo, era más propio de un fin de curso de la chiquillería de primaria. Se quedó en un intento de teatro. Resultó un muestrario de tópicos. Era triste ver al chiquillo de la rubia melena retirarse una y otra vez el penacho de cabellos hacia atrás; una y otra vez, lo mismo que se arremangaba sistemáticamente en un tic que me hacía brincar sobre el asiento. ¿Cómo no le hizo recogerse el pelo? Pero eso es peccata minuta. La gravedad, lo que me resulta lesivo, es la arrogancia que se esconde tras el propósito. Por personalista. Por ególatra. Por esperpéntico. El público claro que aplaudió, igual que registran grandes audiencias programas como “Sálvame”, o “Mujeres y Hombre y Viceversa”. Por favor, el teatro merece otra consideración. Pero queda demostrado que Don Gerardo busca lo que busca: reconocimiento en cantidades industriales. Lo de la calidad de los aplausos, no tanto. Claro, me dirá que discrimino, me dirá que lo importante es que tanta gente acuda al teatro; y es cierto, claro que importa, pero el respeto por el público es igual, o más importante. Y eso, Don Gerardo, no existió. Usted utiliza al pueblo de una manera maniquea, se aprovecha de él. Eso, Don Gerardo, es un abuso y un descrédito para el oficio de la dirección teatral. Además, hace creer al elenco de aficionados al teatro que eso es actuar, que eso es hacer teatro. Y no, no lo es. Un respeto hacia el auténtico teatro, por favor. Dignidad, se llama eso. ¿Sabe lo que es, Don Gerardo?.
Pienso que “la cultura teatral” como usted dice, se puede acercar a los que “desconocen el mundo de la cultura escénica” (es que la frase tiene bemoles, cada vez que la escribo se me encoge el estómago, coño, es que me reconcome las entrañas por su arrogancia), pero siempre desde respeto por la calidad. Y el reconocimiento de las propias limitaciones, y las de las personas que se manejan desde la función de director. Para ello existen múltiples mecanismos. Pero parece que Don Gerardo piensa que el público tiene sus limitaciones. Parece que crea que debe administrarle productos mercantiles fáciles de digerir. Luego ya, eso de la calidad final, importará menos… En fin Don Gerardo. Que ya está. Que felicidades a las chicas y chicos que han trabajado horas y horas en el montaje. Y la próxima vez, ahórrese el ejercicio de mostrarnos cómo se hace eso de dirigir. El “cómo se hizo” final fue la guinda del pastel. El tufo beatífico del conjunto también me sobró; es conocido el anticlericalismo de Víctor Hugo, incidir en tanta religiosidad es otra de las elecciones del director, muestra de su fervor eclesiástico tan extendido en este pueblo; otra concesión al populismo mal entendido. Y mire usted, Don Gerardo, ya llevo más tiempo en esta crónica que en lo que duró su “La parada de los monstruos”. Deseo que tenga más tino en su faceta de docente universitario.