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Jugar a imaginar tal aglomeración de esculturas que ya solo pudiéramos percibir el cuerpo.

Así, con un título más largo que un día sin pan iba a empezar esta entrada. Luego he cambiado de parecer por esto de la utilidad. Un título es de esos lugares donde un recorte puede venir bien cuando no se ajusta, cuando no es justo. De resto, a las piezas que conforman eso que con la boca llena llamamos la Cultura habría que dejarlas intactas. Deshacernos en su lugar de los dueños de las tijeras, que normalmente no las comprenden o ni se interesan en ello, por tanto, no se ajustan. Pero como las palabras siguen siendo gratis y nunca viene solas, no solo mantendré la frase larga, sino que haré un despilfarro y añadiré la imagen que la acompaña. Una no es anterior a la otra. Ah, por cierto, esta parte sirve para hacer libre asociación. Yo lo he hecho y me lo he pasado bien:

Ahora me tiraré el rollo de que este es uno de los cuatro análisis de la belleza que realizara nuestro amigo William Hogarth en pleno siglo XVIII. Abigarrados y misteriosos, con toda la mala leche o el sarcasmo, si se prefiere, en sus grabados esa parte ácida es muy importante, como si gracias a ella se elevara el discurso presentado entre líneas de la mera exposición a un lugar de fresca lucidez donde el que mira puede acceder al código que se le presenta también desde una leyenda icónica, y usándola interpretar la imagen con libertad.

Porque el marco que precede la imagen es un damero sistemáticamente dividido, con una variante graduada, entre otras cosas, de la curva serpentina, junto a dibujos de objetos donde ésta está presente: un corsé o el propio rostro humano. Según la S de la línea se pronuncia menos o más los dibujos que la contienen pasan de lo anodino de un simple monigote al paroxismo de lo grotesco, como ocurre en las versiones extremas de los corsés, incomodísimas: una extremamente plana, la otra demasiado curva. El marco abre una perfecta perspectiva canónica donde personajes ilustrados (en los dos sentidos) estudian esculturas clásicas. Libros gordos abiertos con apuntes. Torsos de mármol colocados de espaldas frente a un señor muy moderno y estirado que se relaciona desde su dimensión humana con la escala de un cuerpo griego de piedra y su curva praxiteliana. Y Venus desnuda eternamente entre tanto desorden masculino y académico. Muy al fondo, el grupo del Laocoonte dentro de una pirámide de tablas, usada para sacar sus medidas, que es que estamos inventando los manuales y resulta tan necesario copiar a los clásicos.

El ejercicio del amor es el más que afortunado título del último trabajo de Carlota Mantecón y Jesús Rubio, pareja de bailarines, coreógrafos y amigos cuya relación se consolida en los tres sentidos tras haber mostrado semejante trabajo el pasado viernes en el santacrucero Teatro Guimerá. Allí nos convertimos en un público un tanto desubicado, subidos al escenario para estar a pie de linóleo, aunque algunos lo vieron desde el palco, que se abrió para que entraramos todos. Sold out, gestores de la Cultura.

Por mi parte, me he puesto a escribir y he empezado por lo fácil: mis asociaciones con lo inesperado.
Pero, ¿qué le voy a hacer? Es muy complicado escribir sobre una obra a la que me cuesta llamar obra. Lo que Carlota y Jesús tienen entre manos, entre cuerpos, es una pequeña joya, valiosa, delicada y frágil que produce la curiosidad, la inquietud y también la incomodidad de ciertas miniaturas. Y aunque se supone que conocía un poco lo que iba a ver (tuve la suerte de olisquear algún ensayo), casi diría que me engañaron. Porque no es para nada lo mismo jugar a imaginar cientos de esculturas que verlas. Eso junto al cómo en la ejecución de esa aglomeración son factores clave que convirtieron este estreno en algo capaz de cambiarme considerablemente.

El ejercicio del amor es sobrio. Pero la potencia de esta afirmación está en que funciona igualmente si no pensamos la parte destacada de la misma como título de una pieza, sino como afirmación en sí. Por tanto, digamos 'el ejercicio del amor es sobrio'. No puede serlo de otro modo. Entregarse y abrirse al otro no es sino eso, dos verbos interconectados. Y aunque es enorme, no es nada más. Y sobre este doblez de significaciones juega lo que entre Jesús y Carlota presentan y mantienen, eso que a veces se les resbala, lo que mueven entre ambos para que sean nuestra mirada y escucha las que bailen.

En escena: linóleo blanco, luz general y silencio total. El cuerpo de Jesús que entra y mira, y nos mira como si fuera la primera vez que lo hace para empezar a moverse, despacio, de manera fragmentada, tal vez solo una articulación por movimiento. Y hacernos ver así que el 'como si' es nuestro y solo nuestro. Carlota llega. Se le acerca. Hace lo propio. Intentan acoplarse. Se desencuentran. Comienzan de nuevo. Cuando se han acoplado, cuando es ese cuerpo doble el que mueve casi una articulación por turno, como naciendo de sí mismo, de su propio encuentro, observamos 'desde fuera', como usando mirada 'más global'. Vemos que los dos van vestidos en distintos tonos de gris. Que efectivamente, la propuesta es esa. Y ya está. Y que en lo que le hemos dado permiso a esa mirada externa hemos perdido la finura de la otra: la criatura doble Jesús-Carlota ha evolucionado. Ahora el movimiento tiene múltiples motores en su lentitud, pero la clave ha pasado a los apoyos de uno sobre otro y realmente no sabemos cómo han llegado a enroscarse de esa manera. Porque en lo que estamos viendo no hay una exhibición de formas. Digamos que es toda la pieza la que tiene una forma indivisible, y que cada una de las imágenes que encontramos es el accidente de haber mirado este momento del paisaje: Para nosotros, justo eso ahora. Para los cuerpos que vemos, la consecuencia de una decisión conjunta.

¿Hasta qué punto en esto que veo hay coreografía?, me recuerdo preguntando en uno de los ensayos, con ganas de saber pero también haciendo preguntitas incómodas para que ponerse a responderlas ayude a lo que se estaba gestando. 'No hay coreografía / No siempre / A veces sí / Tenemos algunas pautas que...' recuerdo escuchar. Por ahí nace otro cogollo de este trabajo. 'El ejercicio del amor' es una maquinaria que organiza pautas de movimiento conjuntas de una manera muy cuidada y precisa para que en ella quepa la apertura y la dispersión. Pautas que los creadores conocen pero que sus cuerpos, sorprendidos o desconcertados, encuentran siempre por primera vez, pautas que el que observa no siempre identifica, a las que han de plegarse y que generan la necesidad de una escucha constante, intensa e imprescindible, incluso cuando ésta se ha roto, o no incluso, sino sobre todo. Cuando llega el error. Cuando estoy caminando sobre tu espalda porque me ofreciste confianza y ahora no se cómo hacer para salir de aquí y encontrar lo mejor para los dos, así que voy a rodar hacia atrás y dejar que me pases por encima.

Creo que la propuesta de Jesús y Carlota es arriesgada. Mucho. Pero digo creo porque para mí es preciosa. Y comprendo que en el conjunto de el público sea más o menos difícil entrar. Cuestión de gustos, de expectativas... Hay quien se remueve en su butaca contribuyendo a la banda sonora. No. No nos van a explicar nada. Las cosas no significan explícitamente. Ahora Carlota vuela sobre las piernas de Jesús. Pero es mentira. ¿Por qué he visto eso así y no que ahora Jesús soporta el peso de Carlota? Sea lo que sea, es ambos. Más mi intervención, con o sin palabras. Pero decía que todo es arriesgado. Desde el comienzo todo se presenta sobre un silencio denso, sin concesiones. Un silencio ensordecedor, a lo John Cage, pues no deja otra alternativa que escuchar. Pero ¿cómo podría haber escuchado la música en directo de esta pieza si me hubieran pinchado un tema? El pliegue de la ropa. La piel contra el suelo. Un chasquido de la madera. La respiración acelerada que recuperan en la renuncia o tras la consecución explosiva de una propuesta. Alguien tose. Los móviles que vibran. Todo. Estamos vivos y no hay otro lugar donde mirar que el espejo que Jesús y Carlota sostienen entre el placer y la dificultad, con la libertad del compromiso. Y de nuevo es arriesgado el número 2. Ante el 2 formado por un hombre y una mujer proyectamos la idea de pareja. Proyectamos Disney. Hollywood. Romanticismo barato y peligroso hasta la náusea. Tarde o temprano hay un click. Entonces vemos más allá o más acá. Dos cuerpos ejercitan el amor con toda su dificultad. Y nos conmueven en lo mínimo aunque nos cueste dejarnos, tras haber visto tanto porno. Cada movimiento es evidente, ocurre ante nuestras narices. Sin embargo, todo está velado. Y quiero recorrerles con la mirada, conocer algo del secreto de cómo hacer para estar juntos, ese sitio donde tanto me he equivocado, disfrutado y aprendido.

Poco a poco Carlota y Jesús disparatan su propia propuesta. ¿No es eso lo que pasa cuando encontramos lo inesperado, que pintamos fuera de los bordes? Sobre la sobriedad gris cada susurro es un acorde, cada movimiento un posicionamiento. Hay un cambio de luz mínimo y amanece en la pieza. Las sombras se proyectan sobre el suelo dibujando huellas de este cuerpo doble que presenta en tiempo real su historia sin contarla. Quiero más luz. Luces de colores para ver como un cuadro de Ives Klein en lo blanco. Pero no. Que así lo sobrio me deja construir, igual que el silencio componer.

A todas estas, para despedirme, pienso que no he hablado de emoción igual que no he hablado de narratividad. Tal vez alojo mi parte de miedo a que el amor de verdad me toque (como si uno fuera un agente externo, como si cupiera la abstención). Miedo a que mi cuerpo sea también frágil y a la vez apoyo para otro cuerpo. ¿Y si por eso miro tanto lo que miro, lo sobrio, y no ese otro campo de emoción y narratividad que no dejará de existir porque no lo comente? Bien. Como ya dije lo que la propuesta tiene de maquinaria orgánica de pautas y forma conjunta, puedo escaquearme por la puerta de atrás sin que se note. Pero no lo haré.

Emoción + Narratividad. Les dije a Carlota y Jesús que la pieza es como esa peli favorita en VHS que te sabías de memoria y no podías dejar de ver. Como un disco necesario, atesorado. Y aunque me obsesiono con mirar desde un témpano de hielo, mi calentamiento ha sido global. El sistema o práctica de Carlota y Jesús es una cosa diferente de la pieza que se va a ver cada día. Ese armazón móvil da espacio y tiempo para el movimiento conjunto. Y ahí está la magia. Miramos a través del visor de la práctica y vemos la pieza, un lugar donde son acogidas todas las relaciones del mundo. El viejo que cuenta un secreto al joven, la madre que lame a su cachorro, el brazo que levanta al herido, el amante que envuelve o aprisiona. Incluso el rival que empuja pero necesita del otro para tener sentido. Y uno que mira no puede más que temblar ante todas las relaciones del mundo en cronofotografías desplegadas una a una. 

Epílogo.

Podría decir tanto sobre el triunfal y conmovedor final de esta pieza, moldeado como epílogo y a mi entender (o al de mi ritmo cardiaco) enormemente bello (palabra que no uso nunca y no se si me dará agujetas). Algo de nuevo muy difícil, porque en todo momento esa forma unitaria ya nos ha regalado imágenes y momentos estéticamente preciosos. Tanto que no diré más, que no haré spoilers, aunque no se puede cuando una obra comparte tanto con la vida. Solo decir... qué bien la separación de esos cuerpos. Qué bien Jesús caminando hacia el micrófono. Qué bien cada elemento que se precipita, inundando el fondo neutro al que nos hemos acostumbrado: La voz como una ráfaga de aire caliente sobre, ahora sí, la música, que lo envuelve todo, un cambio de luces como un travelling hacia atrás, en el espacio, que deja la escena lejos, lejos, fuera de campo a Carlota, no a su huella, un travelling hacia atrás en el tiempo de todo lo que hemos visto. Y la voz que dice todo lo que ha sido y todo lo que ha podido ser, no se, todo lo que es... todo lo que somos siempre, lo que no dejamos de ser constantemente, no se... no se. No se. Todo lo que es... no se, no se, no se... nosenosenosenose. Todo lo que es a través del cuerpo. Y seguirá siendo. No se... bajo la lluvia.

 

Imágenes:

Análisis de la belleza I, William Hogarth (1).

Fotografías por Roy Galán (2, 7 y 8).

Fotografías por Irene Zireja (3 y 5).

Cronofotografías, Muybridge (4).

Antropometrías, William Klein (6).

Carlota Mantecón y Jesús Rubio estrenan pieza en el Teatro Guimerá.