“Que Stalin alcanzase su posición fue la suprema expresión de la mediocridad del aparato” León Trotsky
La primera vez que se me puso la mosca detrás de la oreja fue en el 94, tras su fugaz paso por la política con aquella precipitada salida del gobierno socialista en sus estertores, al no haber conseguido la cuota de poder que él esperaba. Queda para la historia el triste espectáculo posterior de su ‘caída del caballo judicial’, cual Pablo de Tarso en su retorno a la magistratura, para darse cuenta de que algunos de los que habían compartido mesa y pastel con él, se habían convertido en presuntos terroristas de estado de la noche a la mañana. Bochornoso recordar cómo lo vituperaba la basura de prensa de izquierdas a la vez que lo endiosaba la basura de prensa de derechas, tal y como hacen hoy en día, pero al revés (cosas de niños y trepas)
La segunda vez fue el 16 de octubre del 98. Recuerdo ver llegar a la facultad a mi amigo Carlos Salvador brincando de alegría aquella tarde. “Esto no se le hace a la gente”, pensé, “darles falsas esperanzas para obtener fama mundial”. Luego llegó la escena de Augustito regresando a Santiago en aquella silla de cartón piedra de la que saltó cual felino tras tomar la tierra que él había ensangrentado, con su gesto de pícaro abuelete. Al menos el superjuez ha tenido el detalle de querer investigar a Kissinger, autor intelectual confeso de todos aquellos crímenes, más allá de sus ejecutores en forma de siniestras marionetas militares. Un tipo respetado y con el premio
nobel de la Paz en sus vitrinas, responsable ideológico de las muertes, torturas, desapariciones y secuestros de decenas de miles de ciudadanos inocentes, sólo en Sudamérica. Para que luego pongan en duda la concesión del premio a Obama.
La tercera vez que cantó el gallo fue en la previa de aquel FIB de 2006, con aquel esperpéntico fax enviado a los entonces Garzón, amenazándoles con ejercer todo el peso de la justicia si no dejaban de utilizar su nombre y referencias, que la banda (indie pop de izquierdas, más comprometidos con la causa que cualquier actor o cantautor patrio de esos de manifiesto cutre) usaba como tributo sincero, y a lo que Pepo y compañía respondieron con la genialidad de cambiar el nombre por el de Grande Marlaska. Aquí quedó definitivamente retratado el ‘héroe’ como paradigma del falso progresista, que demuestra todas las contradicciones de todos aquellos supuestos izquierdistas que tanto han hecho por cargarse cualquier vía revolucionaria: aquel que se toma tan en serio que olvida que él no es el centro del cambio, sólo un peón.
Luego está el otro juez progresista, el tal Varela, cofundador de Jueces para la democracia y que simboliza otro de esos estereotipos del progresista self-destroyer: aquel que es tan corto (¿Qué enseñan en esas facultades, dios mío?) como para no entender que la separación de poderes debe y tiene que ser POLÍTICA, pero NUNCA IDEOLÓGICA (además de ser una imposibilidad ‘de facto’), porque defender la pureza y valía del sistema otorgando la razón a un fascista, es demostrar la impureza y la invalidez de ese mismo sistema. País de bobochorras.
Escucha recomendada para la lectura: Grande Marlaska, ‘Ideología’