“Gracias dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 Inglaterra 0”
Narración de Víctor Hugo Morales del segundo gol de Argentina a Inglaterra en el 86.
Las vanguardias artísticas amaron el deporte a comienzos del siglo XX, el totalitarismo político también, y por eso le sirvió de eficaz arma de propaganda. El capitalismo, en su inexorable camino hacia el dominio total como forma de vida, ha interiorizado el deporte, lo ha asumido, fagocitado, más que hacer un uso externo de él. Es una de las muchas pruebas que se podrían presentar a la hora de defender el carácter religioso, íntimo y trascendental del capitalismo como el perfecto sustento moral y existencial del ser humano, la infalibilidad de su propuesta programática en tanto que motor del componente fundamental en la esencia humana: el deseo.
La guerra total del Islam (en cualquiera de sus vertientes) contra el avance del modelo basado en la sociedad de mercado es, prácticamente, la última, desesperada y cruenta batalla contra un enemigo insuperable, imbatible, porque anida en el interior más profundo del ser humano, el que tiene que ver con su debilidad, su fragilidad, su ‘horror vacui’. El cristianismo hace tiempo que entendió que había perdido la guerra y de ahí la fase de negación estética en la que se halla inmerso, y de la que ya nunca saldrá, como un zombie enjaulado.
El deporte, en su secuenciación temporal sirve de cartografía emocional del recuerdo. Solemos trazar nuestras biografías particulares recordando qué hacíamos, sentíamos o compartíamos cuando Cardeñosa falló el gol, Diego puso la mano o Zizou soltó la cabeza. Durante un mes, de nuevo, nuestro disco duro emocional almacenará detalles, momentos prácticamente inefables, en una competición que probablemente simbolice una nueva vuelta de tuerca.
Si el mundial del 78 simbolizó la sanción social de la tortura y represión salvaje como medio de exterminar a los últimos reductos de la izquierda revolucionaria (último gesto de incomprensión de la potencialidad del sistema, no hubiera hecho falta, se hubiera disuelto ella misma en unos pocos años inevitablemente), el de Sudáfrica parece simbolizar el triunfo de un modelo perfectamente globalizado, en el que la imaginería audiovisual, en un país donde una inmensa mayoría sigue aplastada por la injusticia, servirá para poner la imagen de celebración y alegría colectiva ajena al remate perfecto de un modélico proceso de golpe de estado internacional (el primero de carácter global) y que se ha terminado de cuadrar en los dos últimos años con una perfección casi absoluta, como la de esa jugada por venir y que recordaremos durante los años que tengamos de prórroga.
Escucha recomendada para la lectura: Lightning Seeds, ‘Three Lions’