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“La inteligencia es de izquierdas” Jean Paul Sartre

Una de las destacadas notas que han garantizado el éxito y respaldo social que está obteniendo el golpe de estado global, cuyo ciclo final se ha cerrado en los dos últimos años, es el de la novedad en el discurso de la derecha liberal-reaccionaria.
Hasta los 70, la brillantez analítica, el dominio del discurso, se suponían inherentes a la izquierda política. Era casi humillante hacer cualquier tipo de comparación entre qué intelectuales se situaban en qué bando y, sobre todo, qué calidad de discursos emanaban de cada uno. Más que la caída del muro, lo que dinamitó la solidez de esta propuesta fue la propia y natural implantación del modelo de libre mercado que socavó desde dentro las propias bases de la “contracultura” izquierdista, ahogada además en la huida hacia delante que supuso su abrazo a cualquier ismo que se le pusiera por delante. Mientras tanto, la derecha liberal-reaccionaria fue usurpando territorios antes reservados al discurso contestatario de izquierdas. Primero en la faceta económica con la Escuela de Chicago & Co y luego con la  creación de los “think tank” que la han provisto de carga ideológica, destacando sobremanera la cuidada y excelente apropiación de numerosos elementos pragmáticos y formales del tradicional discurso radical, alternativo y contestatario. Sólo así se entiende que hoy destaquen y atraigan, ante todo, esos discursos defensores del liberalismo a ultranza, culpando sin rubor al “estatalismo socialista” de todos los males que uno suponía había creado  precisamente el desvarío libertario de la ¿economía? financiera y de los mercados.
Y enfrente tenemos el desierto y poco más. Algunos de los primeros teóricos socialcomunistas del siglo XIX desconfiaban de la incorporación a las filas revolucionarias de las mujeres al pensar (más allá del evidente machismo) que estas estaban demasiado sometidas a la dominación ideológica del aparato eclesiástico. Si trasladamos este análisis a la actualidad, deberíamos desconfiar por anticipado de cualquier trabajador, absolutamente sometidos y dominados como estamos por el desarrollo último del capitalismo y lo que esto conlleva de acomodamiento. El trabajador del siglo XXI es, sin duda, el paradigma del pensamiento ultraconservador, que es aquel que surge de la perfecta ecuación entre comodidad y miedo. Si a esto le sumamos el colmo del disparate que es que sus representantes sindicales se hayan convertido en entidades subvencionadas, lo cual elimina de raíz cualquier posibilidad de lucha “real”, nos terminamos encontrando frente a la cruda realidad: que personajes como ZP o Leire Pajín se autocalifiquen sin rubor como gente “de izquierdas” o que para saborear algo de discurso “radical” a la vieja usanza haya que sintonizar Interconomía, leer Libertad Digital, acudir a un mitin del Tea Party o a la presentación de un libro de FAES. Mejor eso que ir a la huelga con cuatro pelagatos más.

Escucha recomendada para la lectura: REM “World Leader Pretend”

Ampliación del campo de batalla