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¡Viva la libertad!, ¡Muerte a la inteligencia!
“Hoy en día, en todas partes se celebra el conocimiento. ¿Quién sabe si algún día llegarán a crearse Universidades para volver a instaurar la ignorancia?” Lichtenberg Si hay un político en España que se adapta perfectamente a las exigencias del siglo XXI ése es Esperanza Aguirre. Frente a un Mariano o un Alfredo (demasiado apegados al siglo XX), Aguirre reúne las dos condiciones que debe tener alguien que quiera dedicarse con éxito a la política en estos tiempos: un absoluto desprecio por la inteligencia (qué placer imaginar una comida familiar con su tío Jaime Gil de Biedma) y una insuperable habilidad para manejar, sin ningún tipo de escrúpulos, sus oportunidades. Esto último forma parte de la tradición maquiavélica desarrollada a lo largo de siglos. La novedad resalta en la convicción (cierta) de la inutilidad de la inteligencia como instrumento de acción. La libertad no necesita de la inteligencia, de hecho, es un estorbo para aquella. Aguirre es, sin duda, el modelo más cercano a lo que los totalitarios libertarios de la nueva derecha desean tener como líder. Una especie de dama del ‘Tea Party’ a la española. Extraña (pero posible) combinación de integrismo ideológico con una calculada idolatría hacia la libertad como icono intocable. Los progresistas del mundo se burlan de personajes así, como de Sarah Palin, desprecian su más que evidente zoquetería. Se equivocan, ahí radica su fortaleza y su superioridad con respecto a los que se sienten herederos de los ideales de la Ilustración. Su desprecio a la inteligencia es funcional y eficiente, y tiene que ver con la capacidad para la creación ficcional: mentir, hablando en plata. Pongamos un ejemplo que he vivido en mis carnes en los últimos meses en mi labor como docente: El curso pasado estuve ‘trabajando’ como profesor, en condiciones horarias y laborales de restaurante de comida rápida, en un conocido centro de enseñanza privada del centro de Santa Cruz. Allí, parte de la élite de nuestra isla envía a sus hijos con la convicción de que reciben una educación de primer nivel. Una absoluta mentira, las condiciones hacen que su educación sea una auténtica porquería en términos del ideal de la ‘paideia’ educativa pero, a la vez, terriblemente funcional en transformar a maravillosos adolescentes en bestias asalvajadas en nombre de su futura ‘competitividad’ en la libertad del mercado. Este curso, por fortuna, tengo el placer de disfrutar mi trabajo en un centro de enseñanza pública de referencia en el norte de la isla, ejemplo de las bondades de lo público cuando se mezcla con una gestión eficaz y un compromiso docente y familiar. No me cabe duda del privilegio que supone recibir una educación de ese tipo y que, además, sea pública y gratuita, aunque también del peligro que esto implica: cuando, en pocos años, esos alumnos tengan que asimilar que la mentira ha triunfado, que la ficción es, de hecho, la realidad que hay que aceptar. Escucha recomendada para la lectura: Experience ‘Aujourd’hui Maintenant’Ampliación del Campo de Batalla, por Carlos Robles