Hace ya un mes tuvimos de nuevo por el Equipo Para a Nicolás Hernández. Una visita muy esperada por ambos lados: el del público, no muy numeroso, pero con ganas para regalar, y el del propio Nico, que metió en la maleta sus cacharros y sus sonidos para volver desde Lanzarote con una ilusión bastante evidente. Lo que pasa es que aunque nos resistamos, volver siempre es algo complicado. No solo las personas cambiamos todo el rato, sino que los propios espacios no son nunca los mismos, y con estos jaleos cuánticos unidos a la calima parece que lo de volver se convierte en una tarea bastante imposible.
Al margen de esta abstracción de andar por casa, concretemos. Nico había estado en el Para dentro del contexto del Numacircuit 015, un festival en el que yo mismo he tenido la suerte de participar presentando propuestas (porque el público siempre lo hace) y del que se puede decir mucho pero que, enumerando, se condensaría en:A) Siempre ha prometido mucho.B) Siempre ha ido a más.C) Cuida su programación y a sus participantes.D) Arriesga.E) Evoluciona, por lo que su tendencia a lo experimental no lo hace críptico, sino accesible.F) Funciona desde la base, gracias a una red de personas.
Gracias a esta edición del Numa descubrí mi ignorancia, que siempre es de agradecer. A Nicolás no lo conocía de nada, y eso que cualquiera podría narrar un poco su historia en el caprichoso y caleidoscópico panorama musical canario. Probablemente ese cualquiera debiera hacerlo. ¿Por qué? Pues porque la electrónica de Nico es buena. Y punto. Ahora... ¿cómo es buena? Me sale mejor hablar de música que escribir... pero así, en confianza, te diré que es como cuando estás ante un buen rockero que lleva toda la vida haciendo canciones y toca las que acaba de componer. Sí, eso puede servir. Y entonces notas, el oído nota, algo en ti nota que las cadencias, las armonías y el coqueteo con las disonancias, que las síncopas o la estructura de la canción no son solo un hallazgo de esa canción concreta, sino que se han venido cultivando solas gracias a esa cosa rara de ver hoy día y que se podría seguir llamando oficio. Eso era.
Lo que pasa es que Nico engaña. Al menos a mí me engaña. Y mucho. Como disfruté de su sesión en el Numa y quería más, cuando supe que venía escribí en el Facebook del Equipo Para algo así como: "Bien! Bajos gordos y ritmos rotos!" Resulta que a Nico debió hacerle gracia y se acordaba, pero me dijo que esta vez no sería así, sino otra cosa. Curiosidad. El concierto empieza. Noto una diferencia clara entre los dos primeros temas que presenta, aunque están engarzados, como la mayoría de pasajes por donde transcurre el camino que va abriendo entre su maraña de sonidos. Más adelante, tengo ganas de silencio, de que todo aquello pare, de que se rompa, de un silencio en el que podamos aplaudir y que así Nico pase página, limpie, vuelva al blanco total y disfrutar de verlo empezar a evolucionar desde cero. Pero no lo hace. Y me desconcierta. Por eso y porque una parte importante de la sesión que se trae entre manos coquetea mucho rato con un dub marciano de groove asimétrico que se mueve sobre una base ruidista más o menos sutil lo que genera un ambiente sobre el que nada permanece estático y a partir del cual cada parte va encontrando desarrollo. Ahora la melodía sin dejar de serlo adquiere un sentido más rítmico. Ahora el ritmo va ganando frecuencias hasta armonizar con un ruido que llevaba tiempo sonando de fondo y que gracias a encontrar ese nuevo apoyo armónico pasa a un primer plano cuando antes era solo un matiz. Y digo que Nico me engaña porque a lo mejor viniendo de Lanzarote los ritmos y los bajos se le mezclaron en la maleta o se le doblaron y no los planchó. Pero sea como sea yo sigo encontrándome esa contundencia grave que involucra al cuerpo del que escucha aunque uno no le de permiso, y una complejidad en la rítmica bastante endemoniada, pero lo suficientemente poliédrica como para poder salir de ella, pedir un quinto y volver a entrar por la puerta del mismo tempo sin que sea necesario que cada oyente la esté percibiendo la música en el mismo sentido.
Evidentemente, me fío de lo que digo no porque sea un entendido de música (dios nos libre de esas cosas) sino por algo más vulgar y más sagrado: simplemente, durante la sesión una silla me parecía un instrumento de tortura, y aunque la mayoría del público eligió sentarse en las primeras filas, yo me la pasé bailando con otros pocos al fondo de la sala. Sí, bailando. Y sintiendo mejor que pensando todo esto. Porque todo esto son palabras, y las palabras son una mierda con la que intentamos referirnos más o menos torpemente a algo. Pero lo que se baila tiene esa cosa de verdad de lo que todavía no ha sido nombrado. Y te permite viajar, mitad a lo que te imaginas con la música, mitad a lo que Carlos VKMonitor te propone sobre la pantalla. Una mezcla curiosa, tal vez inesperada para ellos mismos, pero fructífera. Tengo que decir que Carlos estuvo fino. Que creó unas texturas densas en las que se podía entrar para viajar a lo largo de su complejo entramado entre lo orgánico y lo sintético, algo que claramente va muy de la mano de los paisajes que Nico dibuja. Tal vez a Carlos habría que decirle solamente que no se precipitara, que fuera más despacio para llegar más lejos, que se permitiera indagar un poco más, sobre todo cuando Nico hace que la música se rompa y comience a crecer algo nuevo. Justo ahí, buscar el recurso para poder seguirle más armoniosamente. Olvidar la prisa. Pero solo eso. El que está a los mandos es él, como estoy yo a los de este teclado, y por lo que a mí respecta los juegos que hizo expandiendo una retícula de cuadrados fueron más que estimulantes.
Tanto, que a uno le hacen imaginarse una rave. Si hubiera abierto bien los ojos, si hubiera mirado racionalmente, habría estado solo, junto a una ventana del Para, mirando de lejos. Por el contrario, como me dejé infectar por este veneno, estuve donde quise y donde la música me quiso llevar. En la rave imaginada que titula esta entrada, un lugar donde redimirse bailando y donde en ningún momento los planteamientos creativos y experimentales de los que Nico echa mano entran en contradicción con lo bailable. Tal vez por eso, imaginando esa rave, fue más gracioso todavía que el gran monstruo de estructuras complejas por cuyo interior Nico nos llevaba de paseo llegara a su final condensándose cada vez más en un bombo a negras, cada vez más machacón y que me hizo terminar riendo. Hasta sentido del humor encontré en esta sesión, lo que es de agradecer. Tal vez por eso pensé en Nico y Carlos en el Keroxen, que podría ser lo más parecido a esa rave en la que todo es fácil, donde la gente baila junta, un ritual que parece cada vez más raro de poder alcanzar en esta realidad gris de mordazas impuestas.
Estaremos pendientes de Nico y también de Carlos, pero sobre todo del hallazgo que es tenerlos juntos para hacer una cosa que solo pasa entre uno y otro, no con uno solo de los dos.
Por cierto, las fotos de esta entrada son cortesía de Chiqui Tejada. Miles de gracias.