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¡Y QUE GANE ALEMANIA! POR FAVOR…

“La felicidad está anticuada: es ineconómica”.
Th. W. Adorno ‘Minima Moralia’
Cuando las condiciones socioeconómicas entran en barrena, afloran periódicamente las voces que claman contra el aborregamiento de las masas debido al imparable consumo de espectáculos televisivos o deportivos. Desde hace tiempo hemos comentado que el proceso en el que estamos inmersos ha venido siendo planificado desde la caída del comunismo. El “tetaentrenimiento”, tal y como ha sido denominado, vendría a ser la respuesta programada, junto con la política del miedo, para el durísimo proceso de ajuste que se veía venir, y que se puede resumir así: la nueva fase del capital demuestra definitivamente que la generación de riqueza es un proceso imparable e inagotable a la vez que profundamente desigual (como la vida misma) o, lo que es lo mismo, el ejercicio de la libertad conduce, paradójicamente, al monopolio.
Así, en algunos círculos, el fútbol ha pasado a ser, nuevamente, el chivo expiatorio de muchos males y el indignado se indigna de que hubiera más gente celebrando el título del Atleti que manifestándose un par de días después (siempre y cuando aceptemos las cifras y estadísticas oficiales y al pulpo como animal de compañía). Pero el fútbol (y Jorge Javier Vázquez) no son culpables, en sí, de nada. Ese tipo de quejas me recuerdan las que hacían y hacen los dirigentes totalitarios comunistas o islamistas sobre el rock: esa música occidental contrarrevolucionaria. O puede que lo sea, y ahí se localice una de sus irresistibles atractivos. Ambos, fútbol y rock, trascienden sus propios códigos formales y se convierten en símbolos, es decir, llegan a ser eso que los teóricos llaman “poesía”.
Y cuando Argentina levanta la copa del Mundial del 78 entre los ahogados gritos de los torturados por la represión, no podemos decir que la culpa fuera de Menotti y los suyos. Los asesinos se gestaron antes y usaron (como las Malvinas) lo primero que tenían a mano. Y prefiero pensar que el fútbol ofreció algo, en vez de quitarlo, y fue símbolo de esperanza. Y esa frágil conexión entre realidad y deseo, que son once tipos contra once persiguiendo una estúpida pelota con los gritos de miles de energúmenos como testigos (algo casi tan ridículo a simple vista como cinco tipos subidos a un escenario aporreando unos instrumentos ante una masa extática), puede ofrecer más claves que las observables a simple vista. Por eso, ahora, desde mi ateísmo esteticista, creo en la justicia divina, en que un tipo llamado Pep nos ha ofrecido, en estos duros años, un canto a la esperanza sobre la belleza y la vida en tiempos oscuros y que, en su indescifrable sabiduría, el fútbol haga nuevamente campeona de Europa a Alemania, lo que, visto quiénes han sido los dos últimos campeones del torneo, Grecia y España, y su situación, pronosticará algún tipo de final del túnel, con o sin luz. Para bien o para mal. Que ganen para que, de alguna manera, también se condenen.
Escucha recomendada para la lectura: Andrés Calamaro ‘Estadio Azteca’

Nueva Ampliación del Campo de Batalla, por Carlos Robles