La Galeria Altizar inaugura este sábado 22 de febrero, a las 12:00, la exposición 'Dogs on the Rock' de Hans Lemmen, un artista cuya obra se sitúa en la intersección entre lo onírico y lo terrenal. Su trabajo puede ser descrito como una excavación onírica, donde el paisaje, los animales, los humanos y los árboles son los protagonistas de un universo híbrido que parece fluctuar entre lo mítico y lo doméstico.
Algo primitivo, muy antiguo, algo parecido a un movimiento, una vibración primera del planeta, se agita y resuena en la obra de Hans Lemmen (Venlo, Países Bajos, 1959). Algo que invita al humano a descender por la escalera del tiempo, a presentir los lejanos linajes encordados a la memoria dormida, trenzados en la máscara del inicio. Una pintura, unos dibujos destinados a hacer posible una vuelta, un regreso: alcanzar la inocencia del destino de la vida fuera del tiempo. Regresar al lugar —al lugar del tiempo, al lugar del otro lado del tiempo— en el que las metáforas no constituían un milagro, sino un método de conocimiento, las alas de un desvelamiento decisivo. El territorio en el que ser el otro no consistía necesariamente en conformar la máscara, sino en reverdecer las posibilidades físicas de la confianza en el misterio y los cambios planetarios.
Las metamorfosis, la combinatoria infinita, en el instante. En ese territorio florecía el animal tiempo: y la piel del oso no era un disfraz, sino la piel misma del hombre que soñaba en el centro del bosque con el gesto de la mano que hace magia. El tiempo en que el bosque se hacia horizonte, y el horizonte una máquina para la visión: entonces las torres eléctricas cumplían con la misión de los molinos, y el humano aullaba en el cuerpo y en la piel del lobo: el hombre devoraba al lobo para ser aullido. Un tiempo sin tiempo. Al otro lado del tiempo justo. Una eternidad que termina un poco más allá del horizonte, en el que la propia naturaleza se vuelve pantalla de los milagros y refleja —encarna— un sueño de transmaterializaciones. Sol de Vertumno en el que la violencia y la alegría constituyen una materia solidaria. El perro sigue a su pastor, pero el pastor es aún la piel del perro, el que aúlla a la luna antes de ponerle nombre a la luna, antes de que el pastor, en ese instante, sea devorado por el lobo. Justo cuando acaba la canción. Ahí, en la pintura y los dibujos de Lemmen, está el hombre aullador que es el lobo aullador: el que aún no comprende qué es la luna porque él mismo es, justamente, luna. Quien aún no comprende qué es el cuerpo, porque es infinitamente cuerpo. Quien aún no comprende qué es la máscara, porque es infinitamente máscara.
Lemmen es siempre mejor en el acertijo, siempre mejor en el misterio.
El enterrador, el medio ciervo Roger Callois, fundador del mediodía y sus milagros funestos, indagó en las dimensiones imaginarias de las piedras, en las metamorfosis metáforicas de las rocas, en la verdad del 'disco sin defecto que languidece como un sol fúnebre en el centro de un firmamento aséptico'. Callois señala que esa piedra que flota sobre el mismo paisaje desde el que se individualizó, fue llevada 'a una terrible incandescencia y forjada en un yunque monstruoso a lo largo de una lejana, inaccesible, peripecia de la historia del planeta'. Piedra: sabiduría que es forma. Insulares, sentados sobre una piedra de memoria (Soy yo al viento y la lluvia, aquí, descalzo, / Sentado en una piedra de memoria, dice Vitorino Nemésio). La roca es como una palabra, porque está ahí, en el desierto, flotando en su propia gravedad, diciéndose a sí misma. Todo el tiempo. Piedra que duerme en el sueño de las vetas (Callois). Así las rocas de Hans Lemmen, rocas soñadoras, dispuestas a imantar las imágenes, a hacerlas volver sobre sí mismas: lo que significa volverlas sobre el mundo. Piedras enormes, que nos interrogan. Imaginamos que arden desde dentro. Imaginamos que a ese arder lo llaman tiempo. Lava del comienzo, lava de los seres arrojados al tiempo, lejos de las imágenes, condenados por ellas. Lava que proviene de la estrella única, de la estrella que pudo ser. Es la maravilla geológica de Lemmen: piedra que habla. Imágenes perdidas para el hombre, cultos lejanos, extraviados en las postrimerías del comienzo. Sólo hay que saber escuchar lo que la piedra habla, ese lenguaje de piedra, ese cuchicheo de chirridos volcados sobre el cuenco del agua, sobre el cuenco del cráneo, sobre el ojo que contempla, desde lejos, aplastado por el horizonte. Isla que flota: ¿cuántas veces no la habremos visto ya, allá, en el umbral del límite, roídos por la luz que llega y llaga, por el sol multiplicado, depositada en el ápice de mar y cielo sumidos en su continuo cimbrearse, en su continuo mecerse en el tiempo?
Un rayo la parte: es el humano —el ahora— que contempla, aplastado por el horizonte.
Los dibujos de Hans Lemmen pertenecen a un orden de la historia que es anterior a la historia. El tiempo de los eones, no el tiempo del cronos. En ese ámbito, en ese lugar que no hallaba su tiempo, ese momento-máscara, todo mirar es reflejo, es universo encendido, habitante, todo casa. Mirar ahí es como despertar a los monstruos, porque en esa matriz todo es excepción, todo novedad, todo es ser que no puede morir. Todo lo que queda fuera de la casa —que es una presencia, un recinto solamente, un ámbito protegido de la amplitud atronadora— se transforma en monstruo: el sol mismo, el cielo mismo, el aire. Allí, dentro de la casa —dentro del interior imaginado de la casa— agazapada como un zorrillo, la imaginación se produce a sí misma como un canto de misterio. Frente a la casa, desde el mirador del agazapamiento, comienza a separarse el hombre de la naturaleza, entrega la piel del lobo, el corazón del osezno, la crepitación de los pasos del ciervo entre la maleza. Comienzan allí, a las puertas de la casa que flota, de la casa que es gesto, de la casa que se talla con las ramas del roble. El hombre comienza a ser hombre, comienza a comprender la naturaleza porque ya no es naturaleza. La casa, ella sola, es el monstruo. Ella propone la gravedad de las máscaras y sus vientos de rotación. El hombre cabalga sobre las casa en busca de un rey de los Elfos que reúna sobre él la condena de la separación, la tentación del intra muros. Pagamos el precio del habitar, la carga del interregno, la necesidad del humano de habitar el tiempo. Volvemos hacia una materia que se apaga, una materia que se vuelve madre.
Lemmen nos invita intensamente a seguir fuera, en la venturosa intemperie. Él sabe que algo en nosotros no podrá sobrevivir a las primeras caricias de una materia materna. ¿Cómo apaciguar al animal que muerde en el centro del corazón, al animal que aprieta sus mandíbulas contra nosotros, que se agazapa en el humano mientras anhela salir otra vez, de un salto? Allí está la cabaña, en el horizonte de sucesos, en el horizonte de las expectativas, en el suplemento de carne, de sangre, de calorías. Lemmen lo propone.
No dejar nunca de ser luna.
TEXTO: Alejandro Krawietz
Hans Lemmen es un artista cuya obra se sitúa en la intersección entre lo onírico y lo terrenal. Nacido en Venlo, Países Bajos, en 1959, su formación artística tuvo lugar en la Academy of Applied Arts de Maastricht, donde estudió entre 1979 y 1984. Posteriormente, ejerció como profesor invitado en la misma academia entre 1995 y 2001. Actualmente, Lemmen reside y trabaja entre Waltwilder, Bélgica, y Maastricht.
Su trabajo puede ser descrito como una 'excavación onírica', donde el paisaje, los animales, los humanos y los árboles son los protagonistas de un universo híbrido que parece fluctuar entre lo mítico y lo doméstico. Lemmen crea un mundo en el que los límites entre la naturaleza y la humanidad se desdibujan, ofreciendo una mirada profunda sobre nuestra conexión con el entorno natural. Sus composiciones, aunque a primera vista parecen terrenales y tangibles, invitan al espectador a sumergirse en un espacio de reflexión simbólica, donde las ideas de identidad, costumbres y naturaleza son cuestionadas y reimaginadas. Su obra tiene una capacidad única para despertar la conciencia del espectador, sugiriendo un mundo trastocado pero, a la vez, resiliente.
En el panorama artístico del norte de Europa, Hans Lemmen ha mantenido una presencia constante durante más de dos décadas, habiendo expuesto en importantes galerías y museos. Entre sus exposiciones recientes destacan 'Of Beasts and Beings' en el Museo De Buitenplaats en los Países Bajos y 'Hibernaculum' en el Musée de la Chasse et de la Nature en París, Francia. Estas exhibiciones no solo subrayan su relevancia en el arte contemporáneo, sino que también reflejan su capacidad para explorar temas universales que trascienden fronteras, conectando al ser humano con una naturaleza enigmática y primitiva.
La Galería Artizar nace en 1989 en la ciudad de La Laguna (Tenerife) con la vocación de convertirse en un punto de encuentro para el arte y una plataforma para que los creadores insulares puedan mostrar sus trabajos y proyectarlos al exterior Desde sus comienzos la galería ha crecido con sus artistas, a los que se han ido incorporando un nutrido grupo de artistas nacionales e internacionales de reconocido prestigio, produciendo sinergias e intercambios absolutamente necesarios con los creadores insulares.
Desde hace más de un lustro el arte cubano ha cobrado una especial importancia en la galería, posicionándola como puente entre la isla caribeña y Europa con ambiciosos proyectos institucionales y galerísticos, y representando algunos de los más importantes creadores cubanos de las últimas décadas.
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