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“Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar/Pensando en el péndulo que hace oscilar al mundo”

Haruki Murakami ‘Kafka en la orilla’

Hace unas semanas concluyó el proceso de oposiciones a Secundaria convocado por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias. Como siempre, muchos aspirantes optábamos a una oferta de plazas reducida por aquello de la congelación del gasto público. Como la vida misma, todo proceso de oposiciones es selectivo de manera muchas veces injusta y hasta cruel, pero lo que no se le puede negar es que responde al espíritu del sistema que las promueve. En especial, los últimos procesos han dado como resultado que muchos aspirantes que han obtenido grandes resultados en la fase de oposición, el examen teórico y práctico en el que se demuestra la aptitud científico-pedagógica que se tiene sobre la materia, han visto truncadas sus posibilidades ante una fase de baremación de méritos final que prima descaradamente la posesión de experiencia laboral muy por encima de la aptitud mostrada o la propia formación académica y permanente (objetivos que se supone son los que intentan promover nuestras autoridades educativas).
Es decir, más allá de aspirantes con experiencia y capacidad demostradas (que los hay), también se produce la paradoja de que aspirantes sin tanta experiencia, que han obtenido notas sobresalientes, se vean superados por otros que no fueron capaces de superar el examen teórico (un profesor de lengua y literatura que no es capaz de explicar de manera clara la estructura de un sintagma verbal o desarrollar las características de un texto literario, por poner un ejemplo) y que sólo con presentar un informe de 15 páginas (corregido fuera del tribunal) y atesorar, digamos, 15 años de experiencia como interino, pasa a formar parte del cuerpo de funcionarios de la enseñanza secundaria en Canarias.
La lección extraída es la de asumir que estamos ante la perfecta coherencia de un sistema, y contra eso no hay objeción alguna. En medio del desmantelamiento global de la educación como viejo ideal de la ‘paideia’ en las sociedades civilizadas (cito por enésima vez aquí la necesidad de leer ‘La escuela de la ignorancia’ de Jean-Claude Michéa a todo aquel interesado en la crisis general  del sistema educativo, basada en la siguiente premisa: hay que poner todas las herramientas pedagógicas al servicio de la obtención de botarates ignorantes), el filtro por el que se establece el paso de elementos activos al sistema debe corresponder con los fines que ese mismo sistema persigue. Además, y aunque no se pueda evitar la inclusión de elementos válidos y sobresalientes –como afortunadamente ocurre a pesar de todo-, estos quedarán invalidados dentro del marasmo creado ‘ex profeso’ para la destrucción de la educación como generadora de ciudadanos libres y autónomos.
Siempre se ha hablado de la literatura de Kafka como la del ser alienado en un sistema que no entiende, aunque más bien deberíamos hablar de la inquietante asunción de la perfecta coherencia de un sistema, más allá de que ese mismo sistema es el que nos hace permanecer en la orilla, al borde del precipicio, de la nada o del todo, de la inseguridad o de la tranquilidad, en otras palabras, del fracaso absoluto, no importa el lado en el que finalmente quedemos situados, ya que nunca nos pertenecerá esa orilla.
Escucha recomendada para la lectura: Deus “Suds&Soda”

Ampliación del Campo de Batalla, por Carlos Robles