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Desde siempre lo supe: mi pasión es levantar una sonrisa. Para eso normalmente recurro a hacerme el tonto, o utilizo la hipérbole. Entonces sucede que observo una sonrisa en el otro. De inmediato siento por dentro una especie de felicidad, de regocijo. En ese instante me siento realizado. En ese instante comprendo que todo tiene sentido, que la vida es bella.

Asumo que esas sonrisas buscan mi propia felicidad. Son el resultado de un acto egoísta, si bien se mira. ¿Y qué? No es sencillo despertar sonrisas en los demás sin recurrir al chiste. De hecho no me gustan los chistes. Prefiero la sorpresa, lo inesperado, el absurdo. No es nada fácil.

Hasta aquí la introducción. Vayamos al nudo. Últimamente hay cosas que me agotan. Las estoy revisando. Me agotan incluso cuando no las hago. Escribir las crónicas de teatro para Lagenda es una de ellas. Así que esta es mi carta de despedida

Me agota revisar la cartelera para ver a dónde puedo ir. Me agota pedir las entradas. Me agota esperar para saber si las hay o no… Y me agota escribirlas. No sabía por qué me agotaba tanto eso. Hasta que lo descubrí.  Nada en ese proceso me anima de despertar una sonrisa. No es ese mi objetivo. Y tampoco soy capaz, ni creo que quiera, despertar sonrisas con mis crónicas. Así que mejor dejarlo. Porque no quero adquirir el compromiso de despertar sonrisas. Es algo espontáneo, que surge cuando surge, nunca por obligación. Así que mejor dejarlo. Supongo que es una excusa cualquiera para acabar con otro compromiso adquirido. Pero es que también estoy dejando de lado la mayoría de compromisos adquiridos. Máxime cuando no me reportan ese estado de beatitud que obtengo con las sonrisas.

Quiero ser un Payaso Íntimo. Inútil. Despertar una sonrisa en el tú a tú. Soy un payaso de proximidad. Me gusta susurrar la sonrisa, no vocearla. Será que no me gusta la sobreactuación. Y sin embargo me gusta sobreactuar. Ya ves, soy un ser contradictorio. 

Ya concluyo… Todo eso me hace reflexionar (será que paso demasiadas horas a solas). Las reflexiones siempre me conducen al mismo lugar: me gusta ser “El Loco” de las cartas del Tarot. ¡Qué felicidad vivir sin responsabilidades! O con una responsabilidad que sublima todas las demás: levantar sonrisas. Una responsabilidad tan liviana como efímera.  Finalmente va a ser eso: vivir sin asumir responsabilidades. Sólo las imprescindibles, las íntimas, las pocas que son irrenunciables; y ni acaso esas. Ser “un padre bufón”, “una pareja bufón”, un simple bufón… 

¿Lo descubriste ya? ¿Todavía no? ¿De verdad? ¡Es el miedo, pollaboba! Sí, el miedo. Un miedo que, sin embargo, no paraliza; bien al contrario, lo destapa todo, te deja libre para actuar guiado por el capricho. Inconsciencia, lo llaman. O inmadurez. ¿Lo ves? De nuevo el miedo. Tal vez a crecer. Tal vez por tener tan claro cuál es final… Aunque, tú también lo sabes. ¿Acaso no lo sabes tú también? ¡Oh, claro que lo sabes! Por eso nos drogamos, o queremos tanto dinero, o anhelamos que nuestros hijos sean personas de éxito, o estamos afiliados a un partido político, o nos dedicamos al teatro, o intentamos cambiar la sociedad, o buscamos una simple sonrisa.

Y ahora, si me lo permiten, saldré a la calle para hacer sentir al primero que alcance que es superior a mí. También eso levanta una sonrisa. La necesito con urgencia, es mi adicción. No hay tanta diferencia entre nosotros.

Se despide el cronista de Lagenda y sus lectores. Respeto pues... y gracias