Conscientes de que iba a ser la última oportunidad de ver a Izal en directo durante un buen tiempo, la tribu indie de Tenerife peregrinó el sábado 11 de enero hasta el Pabellón Santiago Martín, última parada de la gira Autoterapia. El final del viaje había llegado y Mikel Izal (voz y guitarras), Alberto Pérez (guitarras y coros), Emanuel Pérez, Gato, (bajo y coros), Alejandro Jordá (batería y percusión) e Iván Mella (guitarra y sintetizadores) saltaron al escenario con puntualidad inglesa, un detalle al que no terminamos de estar acostumbrados, así que a algunos el principio del espectáculo nos pilló bajando hacia la pista, escuchando a una divertida compañera explicar cómo había comprado sus entradas durante un funeral y, al más puro estilo Sheldon Cooper, localizando el lugar idóneo desde el que disfrutar de la noche – equidistantes entre la barra y los baños, buena visibilidad, aglomeración justa -.
Arrancaban con La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo, tercer single extraído de esta Autoterapia, un disco que ha sido, en argot taurino, un parar y templar en la banda, un momento para la reflexión. Después, Ruido Blanco, Prólogo y Copacabana y ya estaba desatada la locura: nadie paró de bailar hasta el final- abro paréntesis: salvo esos niños que, sí, pueden corear las canciones porque se las pones en casa, y qué graciosos resultan, pero sospecho que habrían preferido estar durmiendo cómodamente en sus camas en vez de en una grada. Pero qué sabré yo. Cierro paréntesis-.
La luz de los móviles alumbraba el pabellón después de un vídeo que nos presentaba a los tripulantes de la nave, los actores Julián López y Miren Ibarguren, a los que acompañaba en ocasiones Kira Miró. La puesta en escena cuenta con una considerable carga teatral y mucho más despliegue técnico, pero quienes los veíamos por primera vez en directo sospechamos que no les hace falta: sus canciones tienen entidad suficiente para brillar por sí mismas como los himnos que son y el concierto nos resultó una especie de viaje interestelar en el que no supimos si aterrizamos o despegamos, ni cómo, ni cuándo. El Pozo, Pausa, Temas amables, Magia y efectos especiales, La mujer de verde, Agujeros de gusano y un ukelele. Bailar hasta que todo acabe persiguiendo globos gigantes que, oh, metáfora de la vida, se nos fueron de las manos en un descuido y vete a agarrarlos ahora. Hasta que el comandante en jefe de la nave, Raphael, el auténtico y genuino, hizo irrupción en pantallas gigantes del escenario para anunciar que volvíamos a casa y dar la enhorabuena a público y banda, tripulantes en esta misión especial a la que ninguna de las partes quería poner punto y final.
Háganse un favor: si tienen la oportunidad de verlos en directo, aprovéchenla, no queda mucho tiempo de luz salvaje. Al salir del concierto, fuera, les esperarán los mismos rollos de siempre, la misma desazón vital, la misma angustia, la misma prisa o lo que corresponda, que ellos tampoco hacen milagros. Pero les aseguro que la autoterapia sana. Al menos temporalmente.
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