Esta exposición, que se podrá visitar hasta el 15 de julio de 2023 en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife está dividida en cuatro secciones (lo urbano, la ilustración, el circo y la vida nocturna) que plantean cuatro versiones de los múltiples rostros de Toulouse-Lautrec, cuya actitud vital le lleva a un camino artístico. De la misma manera que ensalza lo ridículo, su arte eleva la decadencia de una clase social y la perversión del entretenimiento en el barrio de Montmartre, motivos principales de su obra. De ahí que su trabajo sea casi autobiográfico y con frecuencia sus creaciones sean una descripción exacta de los lugares a los que fue y de las personas a las que conoció.
El poeta Baudelaire escribió en 1863 El pintor de la vida moderna, un ensayo donde exploraba las relaciones entre el arte y la modernidad en los ambientes de París. Unos años después, la figura de Henri de Toulouse-Lautrec (Albi, 1864 – Saint André -du -Bois, 1901) será, por excelencia, el pintor y cartelista francés, considerado el cronista de la representación de la vida moderna parisina, la denominada Belle Époque, una etapa brillante de cambios, que abarca desde el final de la guerra con Prusia (1871) al inicio de la Gran Guerra (1914). En este periodo de tiempo la capital francesa se convertirá en el centro europeo que experimenta un mayor crecimiento de población, atraída por la revolución industrial que ocasionará un profundo cambio en la sociedad, especialmente en la urbana. Su profunda transformación también se hará notar en la concentración de artistas y en una eclosión cultural que transformará la historia del arte. Toulouse-Lautrec se convertirá, con agudo sentido de la realidad, en el observador de la vida urbana, como objetor de conciencia de una sociedad marcada por las luces y las sombras, recreando los textos de Baudelaire, quien afirma que “la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable”.
Toulouse-Lautrec había llegado a París para iniciarse en las Bellas Artes, siendo inicialmente alumno de Joseph León Bonnat, introductor en París “de la manera de pintar a la española”, sobre todo de Velázquez y de Goya. Tras clausurar su estudio, Toulouse pasa a formarse con Fernand Cormon, de quien aprende la técnica clásica y el estudio psicológico de la figura humana, al mismo tiempo que conoce la obra de su admirado Manet. Convive con Van Gogh y Edgard Degás, cuyas creaciones le sirven de inspiración en numerosas ocasiones, tanto en temática como en técnica, sobre todo en el pastel y la acuarela, que dominará con excepcional precisión. En 1883 Lautrec abandona el estudio de Cormon, para ir a vivir con el pintor Henry Grenier; siendo este último el que le introduce en los ambientes nocturnos de Montmartre, donde encuentra un modo de vida y, en su arte, una fuente de inspiración.
El barrio de Montmartre era el lugar de poetas, musas, artistas, obreros y gentes de la vida nocturna, un suburbio parisino que había crecido rápidamente en torno a la gran basílica del Sacre Coeur, cuya magna construcción había concentrado en sus alrededores a una gran masa de obreros que trabajaban en el edificio. La política permisiva y de distracción sobre los graves problemas sociales del gobierno francés propició la concentración de cabarés y casas de prostitución en el barrio, siendo frecuentados por la burguesía como asiduos clientes del Moulin Rouge, le Chat Noir, el Moulin de la Galette, o el Élysée Montmartre. En colaboración con el artista Henri-Gabriel Ibels y el escritor Georges Montorgueil, Lautrec creó una oda al café-concierto, para ello Montorgueil argumentó que el café-concierto no era una cueva de iniquidad, sino más bien un tónico para la vida moderna y un lugar para que personas de todos los ámbitos de la vida se relajaran y comulgaran. Los dibujos de Lautrec recrearon este espíritu de concordia e incorporaron la figura de su amigo Aristide Bruant, poeta y cantante, como prototipo del personaje de Montmartre.
Estas influencias, emocionales y técnicas, son las que marcan la identidad de una obra fácilmente identificativa del autor, al crear un lenguaje plástico de estilo directo que fue fácil de asimilar por la sociedad de su tiempo. Esta cualidad la supieron apreciar los editores de las prestigiosas revistas de difusión de la época, quienes solicitaron la colaboración de Toulouse-Lautrec para ilustrar algunas de sus publicaciones. El propio autor dijo de sí mismo que era un cronista de la sociedad. La lectura de la obra de Toulouse-Lautrec está bien definida por Gilles Neret cuando afirma que […]este aristócrata despreciaba el mundo ideal y sano, y creía que las flores más bellas y puras crecen en terrenos yernos y en las escombreras. De forma subjetiva, dibuja y pinta los espacios donde se mueven los actores, los bailarines, los burgueses, los cómicos y las prostitutas. Su mirada muestra, con ironía, la sátira y la caricatura de la sociedad de su tiempo, la vida moderna de cabarés, salas de baile y teatros, confrontando dos mundos: el burgués, placentero y vividor, y el de los marginados, los transgresores; entre estos últimos, destacaba la situación maltrecha de la mujer, plasmando en las obras una falsa alegría de vivir, como hicieran coetáneos suyos como Edgard Degás, Paul Signac o Pierre Marie Louis Vidal desde una mirada más ácida.
Los espacios que trabajaba, le Chat Noir y le Moulin de la Galette, como el lujoso y emblemático Moulin Rouge (1889) eran algo más que un lugar de espectáculo y cabaré, pues ofrecían extraños shows paralelos con payasos, bailarinas de cancán y adivinos que hacían las delicias de los parisinos. El mundo de los comediantes y bailarines fue su refugio personal, frente a la incomprensión de su propio estatus nobiliario. Entre estas gentes tuvo grandes amigas como la bailarina Jane Avril, a la cual dedicó varios cuadros y carteles; también llegó a obsesionarse con ellas, como en el caso de la cantante y bailarina, Marcel Lender, y representó a bailarines reconocidos como Valentín le Désossé, comerciante de vinos durante de día y bailarín por las noches, además de payasos y otros personajes de las fiestas y espectáculos de los suburbios.
Su vida difícil no le impidió crear una estética inconfundible que fue producto de un proceso de asimilación y decantación de principios estéticos. Desde sus inicios, su lápiz negro tuvo poder para describir y mejorar la energía del movimiento y transmitir la sensación de color y la textura. La técnica era clara antes de que entrara a trabajar en los talleres de los grandes maestros de París.
Su obra se mueve entre los intentos de ruptura, la influencia del Art Nouveau y la vinculación con los artistas coetáneos como Degás y los postimpresionistas. También se inspira en la fotografía y en la estampa japonesa. De la fotografía adquiere, además de composiciones y temas, las perspectivas complicadas, los planos en fuga y los puntos de vista imposibles, adelantándose a la técnica del cinematógrafo. En la estampa japonesa encuentra, a su medida, el encuadre de la composición y la ruptura con el espacio de manera innovadora, dando paso a un aspecto visual moderno, y teniendo como base el gesto y la expresión a partir de líneas planas. Puesto que es una obra profundamente emocional, al igual que el arte oriental, es capaz de desarrollarla con el movimiento de los trazos ligeros y firmes de su pincel. Pero esa línea y dibujo de trazo oriental, cargada de emociones muy íntimas, en Toulouse contrasta, a veces, con la crudeza del tema. En el arte japonés Toulouse-Lautrec encontrará un método de liberación no solo del cuerpo, sino de la mente y del espíritu.
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